Hoy he visto un reportaje, en un portal web dedicado a tecnología —español para más señas—, en el que un reportero probaba, en Las Vegas, un coche autónomo. La prueba la ha facilitado una de estas multinacionales que en los últimos años están poniendo patas arriba el transporte de personas en vehículos turismo; lo que ha sido el taxi de toda la vida. De hecho, el articulista habla todo el tiempo de taxi autónomo, incluso en el titular, aunque no son taxis lo que utilizan. Y se me han vuelto a revolver y enredar mis particulares entendederas. Aprovechando la celebración de una feria anual de electrónica, Aptiv —empresa que desarrolla el coche autónomo— en colaboración con la plataforma que presta los servicios de transporte —perdonar que no de el nombre, pero paso de darles publicidad—, han estado probando la tecnología con tráfico real y pasajeros reales, prestando servicios gratis a todo el que quisiera. Se están invirtiendo millonadas. Los fabricantes de coches y empresas tecnológicas, entre otros, están colaborando, creando e implantando nuevos e imaginativos sistemas de movilidad, con el beneplácito de las autoridades, con el apoyo de los ayuntamientos más grandes del mundo.¿Y el taxi? El taxi lo dejan de lado ¿Por qué se olvidan del taxi? ¿Por qué todos piensan que el taxi forma parte del problema y no se dan cuenta que en él está ya, ahora, gran parte de la solución?
—Queremos implantar una movilidad ágil, puerta a puerta, ecológica y disponible las veinticuatro horas del día
—Ya, el taxi
—Con coches inteligentes, ciudades inteligentes y disponibilidad absoluta hasta el último rincón de la ciudad
—Pues eso, el taxi. Y hasta el último rincón del último pueblo¿Entonces? Como diría el ínclito señor Rato: “es el mercado, amigo” Controlamos el agua, la electricidad, aeropuertos, autopistas; todo tipo de servicios: ferroviarios, reciclaje, seguridad, parking... Es el dinero, amigo. ¿Crees que vamos a dejar la movilidad de millones de personas en manos de pequeños autónomos regulados por el concejalucho de turno? Las calles casi son nuestras y lo serán por completo: servicios integrales de mantenimiento, limpieza, zona azul, señalización, alcantarillado... Todo funciona mejor en manos privadas. No queremos competir, queremos prestar “buenos” servicios (y llevarnos la pasta). El coche autónomo no funciona en una ciudad caótica, no funciona en manos de taxistas, de concejaluchos. El Gran Hermano es el ideal de una ciudad perfecta. El negocio de la liberalización de los servicios públicos o regulados no puede dejar títere con cabeza. La atomización del taxi les favorece; la tendencia global a endiosar todo lo que viene respaldado por alta tecnología y millonadas multinacionales, les favorece; el enorme poder acumulado por los mercados, que deja a los políticos en calzoncillos con mover un dedo, les favorece...