Revista Literatura

El coleccionista de autógrafos

Publicado el 15 abril 2012 por Gasolinero

Escribe cartas con letra inglesa, algo más inclinada de lo corriente, a las estrellas de la copla del momento y se tiñe el pelo incansablemente, con un negro zaino, químico e irreal, más oscuro aún que el mismo negro.  Es tan fútil como esos tapetes de ganchillo que se colocan en los brazos y el respaldo del los sillones de eskay de los tresillos comprados a plazos. Huele a rancio.

Tiene una mirada torva y desalentadora, como de asesino en serie y también una excesiva separación de los incisivos superiores, como si le faltase otra pala entre las dos originales.

El coleccionista de autógrafos«Señorita Gracia Montes. Discos Columbia. Madrid. Apreciada señorita Montes, sería de mí más completa alegría que al recibo de la presente se encontrase usted bien. Servidor bien, G.A.D. Servidor es un acérrimo seguidor de su arte y, especialmente, de su persona. He de decirle que tengo toda su discografía completa y que cuando el trabajo y la economía me lo permiten asisto a ver sus actuaciones, bien por los pueblos de la zona, bien en Madrid. Por medio de la presente me gustaría pedirle que a la vuelta de correo y siempre que lo considere oportuno, me envíe una foto suya, gentilmente dedicada. Para tal fin le adjunto quince pesetas en sellos de correos sin usar. Suyo, afectísimo, seguro servidor y siempre admirador de su arte, A. L. L. (firmado)»

Se rasca la cabeza con golpecitos del dedo índice, con la yema, no con las uñas. Tal vez tenga que ver con el pintado capilar. Es soltero y vive con dos hermanas también mozas, que huelen a rancio, bajo las faldas de una mesa camilla cubierta con un tapete de ganchillo. Tiene una sexualidad indefinida y no hace nada por puntualizarla, en un pueblo y una época en la que es necesaria demostrar la hombría.

El momento de mayor emoción de su inane existencia transcurre desde que echa en el buzón la carta a la folclórica, hasta que el cartero le trae la misiva con la foto firmada. Una vez abierto el sobre y vista la carta, la foto y la dedicatoria, vuelve a su natural estado de apatía. Seguramente por eso Yahvé dejó a Moisés en la tierra de Moab, para que la promesa siguiese siéndolo y el patriarca no cayera en la abulia. El autógrafo va a la colección, cual si de un entomólogo decimonónico se tratase, pinchado en un alfiler con cabeza de nácar.

Los discos los mete en grandes álbumes de plástico. Los elepés en unos y los singles en otros. Por cantante. Escucha a las estrellas de la copla y el tronío en un tocadiscos portátil que coloca encima de la mesa camilla. Cuando saca el disco de la funda y antes de colocarlo en la gramola, le pasa una gamuza amarilla y le sopla con bufidos contenidos y continuos. La Jurado le extasía. Entorna los ojos y amaga revoleras mientras se mece en el sillón suavemente.

 —Pues yo una vez fui a Belmonte. Necesitaban extras para el Cid. Era la escena de la toma de Zamora. Pero no me eligieron. De todas formas, a lo lejos, me pareció distinguir a Charlton Heston y a Sofía Loren.  —me cuenta mientras se toma una menta-poleo con sacarina— No pude pedirles un autógrafo, ni tampoco hacerme con sus señas para hacerlo por carta.

http://www.youtube.com/watch?v=OcUj3vz2OXE


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