El coleccionista de miradas.
Amaba su colección. Todas las mañanas, después de desayunar, entraba en el gran salón donde la tenía expuesta, y paseaba lentamente la vista por los frasquitos. Los ojos azules, pardos, grises, verdes, lo miraban desde dentro del formol y le recordaban el cazador en que se convertía al caer la noche, el que salía buscando presas a las que arrancar sus miradas con maestría de cirujano. Los policías lo encontraron muerto en la sala de la macabra exposición. Al leer en voz alta la nota que sujetaba, miraron al fondo, al lugar privilegiado donde estaba el gran frasco, vacío, como las cuencas de sus ojos.
Torcuato González Toval