El comienzo

Publicado el 26 julio 2019 por Aidadelpozo

Estábamos descalzos, mirando el mar desde la habitación 702 de mi hotel. Él llevaba uno de los albornoces cortesía del establecimiento. Yo estaba desnuda, apoyada en la barandilla.
Le había conocido la noche anterior. Tomaba un gin tonic en un local del puerto. Sola, recordando que un día, no hacía mucho, estaba tomándolo en ese mismo lugar con Carlos. Nunca hay dos momentos iguales. Ni el gin tonic sabía igual ni el mar estaba como aquel día ni yo era la misma. Tampoco es igual que algo se acabe porque simplemente, se terminó, a que te suelten de golpe la gran palabra. Puta palabra: cáncer. Él ya no estaba en ningún lugar. Se había marchado para siempre.
Y ahí estaba yo esa noche, contemplando el mar y, de vez en cuando, mirando de reojo a aquel atractivo tipo. Buen amante. Horas de sexo. Lo necesitaba.
Se llamaba Eduardo, al menos eso me dijo. Y yo le comenté que me llamaba Alicia. Mentí. Quizás él también.

-¿Hasta cuándo estarás aquí?
-Hasta el cuatro. Por cierto, no me llamo Alicia.
-Yo sí me llamo Eduardo. ¿Cuál es tu nombre verdadero?
-Clara.
-Es más bonito que Alicia. Me quitas un peso de encima.
-Yo también me lo acabo de quitar.
-¿Nos veremos en Madrid? Te he dejado una tarjeta en el escritorio mientras dormías.
-¿Tú quieres que nos volvamos a ver? No sé si...
-Tranquila, es solo una tarjeta, no una petición de mano. Anoche dormí del tirón. Eso después de tres meses te hace cometer locuras.

Reflexioné sobre aquellas palabras. Yo también había dormido como un cesto tras seis meses de insomnio.

-¿Puedo saber a qué se debe tu incapacidad para conciliar el sueño?
-Un puto conductor borracho mató a mi mujer hace un año. No sé por qué, pero este verano decidí regresar a nuestro último lugar de vacaciones. Gilipolleces que hace uno. Sin embargo, nada es igual. Ni el mar ni los lugares que visitamos ni yo. No pensaba conocerte, no pensaba ahogar nada con alcohol y sexo, pero he dormido de un tirón. Es solo una tarjeta y una pregunta, nada más.
--¿Cuándo regresas tú a Madrid?
-El dos.
-¿El cinco en la puerta de La Mallorquina a eso de las seis?
-Perfecto.
-¿Tienes prisa, descansaste bien, quieres desayunar...?

Volvimos a la cama y decidimos desayunarnos.
No era una simple tarjeta. Era haber conciliado al fin el sueño.