El conflicto de la minería
Publicado el 16 junio 2012 por HouseTermina la semana laboral con manifiesta tensión en el mundo laboral. Además de las bobadas que cada viernes se escuchan en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros, éste nos ha deparado un hartazón de reivindicación minera al más puro estilo kale borroka. La actitud del sector de la minería es ésa. No reivindican, no intentan resolver su conflicto bajo el abanico del diálogo y de la negociación. Se dedican exclusivamente a echarle un pulso al Gobierno mediante la puesta en práctica del más puro ejemplo de la violencia callejera y urbana. Eso ni es democrático, ni civilizado, ni se sustenta bajo ningún argumento sólido. Carece de toda discusión la realidad. El Gobierno de Rajoy se está jugando dos comarcas españolas, o quizás más: el sector de la minería está herido de muerte, y resulta lógico que sus protagonistas defiendan su pan y el de sus hijos con uñas y dientes, pero una cosa es eso y otra muy diferente es la actitud que están teniendo con el resto de la sociedad. Sí, es importante la reivindicación; sí, son oportunas algunas medidas de presión; sí, hay que defender nuestro futuro y el de las generaciones venideras, pero lo que no se defiende bajo ningún argumento, bajo ninguna reivindicación laboral, ni guarecidos bajo el paraguas de la solidaridad es la guerra de guerrillas, el destrozo urbano, y menos aún la violación de la libertad del resto de los ciudadanos. Eso es violencia callejera. Así de clarito. Si los mineros tienen libertad para defender sus derechos, el resto de los ciudadanos también tienen la misma libertad para circular por el territorio español sin que nadie se dedique a poner en riesgo su vida, gracias a sus hazañas épicas. Ayer hubo un herido de pronóstico reservado a consecuencia de una “heroicidad minera”. A alguien se le ocurrió la brillante idea de poner una barricada en la línea férrea y no avisar. Cómo es de suponer, no es fácil detener un tren bruscamente en plena vía. Fue el incidente más leve que pudo suceder. El número de heridos podía haber sido mayor, e incluso con víctimas mortales. Y en ese momento, ¿quién se atreverá a ofrecer a la familias de las supuestas víctimas un argumento sólido, convincente y justificativo sobre el que izar su hazaña? ¿Acaso el colectivo minero devolverá la vida a esas víctimas? ¿Verdad que no? Dicho queda. Ya está bien de vandalismo urbano. Un inusitado hedor fétido a terrorismo callejero se perfila de la actitud de los mineros; grupos preparados, organizados y perfectamente armados para su particular guerrilla urbana. Y a esto hay que ponerle fin de de forma tajante. Por las buenas o por las malas, con diálogo o sin él, pero la verdad es que este conflicto tiene que poner punto y final ya, sin más demora. No podemos permitirnos el lujo de una víctima mortal, a consecuencia del comportamiento incívico de un colectivo de descerebrados que pretenden, mediante el lenguaje de la kale borroka, imponer su reivindicación al precio que sea. Insisto: España no puede permitirse el lujo de perder las comarcas del carbón y dejar en la calle a miles de familias. Hay que preservar ese sector, el cual merece todo mi respeto y solidaridad. Pero a su vez, España no puede permitirse el lujo de enquista un conflicto laboral mediante el lenguaje del terrorismo callejero. El Estado de Derecho dispone de instrumentos suficientes para resolver este nudo de una vez por todas. Y sería importante y beneficioso para todos que el Gobierno resolviera el conflicto de manera inmediata, máxime cuando en el propio seno del Partido Popular se empiezan a escuchar voces discordantes hacía la actitud del máximo responsable político en la materia que, bajo una actitud eminentemente chulesca y desafiante, hace oídos sordos al clamor popular de unas comarcas, cuyo eje vertebral es el carbón. Claro, él viaje en coche oficial, con escoltas y ciertas prebendas que al resto de mortales nos tienen vetadas. Esa es la diferencia y el argumento por el que vuelve la espalda a un conflicto que, mañana, puede volverse en su contra y costarle el sillón. Es cuestión de tiempo.