- Debía ingresar en prisión para cumplir una condena de cuatro años por complicidad en la muerte de 300.000 judíos.
- Su tarea era incautar las pertenencias de los deportados, con lo que contribuyó a financiar el III Reich, ya que se encargaba asimismo de hacer las correspondientes transferencias a Berlín.
- Tras la caída del nazismo, Gröning fue transferido a un campo de internamiento británico. Una vez puesto en libertad, volvió a la vida civil como contable en una fábrica de vidrio.
- El proceso contra Gröning, que llegó en 2016 incluso al Tribunal Supremo, fue exponente de los “juicios tardíos” por crímenes del nazismo.
[El juicio sigue el modelo de otros procesos abiertos en Alemania en los últimos años por complicidad en crímenes nazis, tras el precedente marcado en 2011 por la condena a cinco años contra el ucraniano John Demjanjuk, un exguarda del campo de Sobibor.
Con esa sentencia se abrió una nueva vía de enjuiciamiento en Alemania, extensible a personas que, sin haber tenido una participación o una responsabilidad directa, podrían ser consideradas corresponsables de esos crímenes.]
¿A un sólo juez en toda Europa, después de 66 años, se le ocurrió que gente como Gröning podía y debía ser condenada? ¿A ninguno de los gobiernos del mundo se les ocurrió reclamar castigo?