El contextualismo y P. Grice
(The Contextualism and P. Grice)
Por José E. Chaves *
Universidad de Granada
Introducción
En “Contextualism and Anti-contextualism in the Philosophy of language”,
(1994), Recanati mantiene que en el debate entre contextualistas y
anticontextualistas la balanza se ha inclinado a favor de los últimos gracias a
un argumento que puede rastrearse, según Recanati, en la obra de Grice y que
hace uso del Principio de la Navaja de Occam Modificada (veáse también Recanati
2003a: p. 154 y ss). Pero de este principio sólo no se sigue el
anticontextualismo. Por eso Recanati identifica una premisa implícita en la
teoría del significado de Grice, el Principio del Paralelismo, cuya aceptación
hace al argumento anticontextualista falaz por petición de principio.
Hay varios puntos en la estrategia de Recanati en los que merece la pena
detenerse. El primero de ellos está relacionado con la idea de que Grice comete
una falacia. Esto sólo puede mantenerse si se considera que Grice acepta el
Principio del Paralelismo para completar el argumento, pero dado que él no lo
hizo explícitamente, como reconoce el propio Recanati (1994: p. 163), cabe
preguntarse hasta qué punto es achacable dicho principio a Grice. Así, el
objetivo que me propongo en este artículo es demostrar que el Principio del
Paralelismo no está, ni puede estar, en Grice, que Recanati se ha inventado un
enemigo a su medida.
Antes de desarrollar este objetivo presentaré, en la siguiente sección,
el debate entre contextualistas y anticontextualistas, así como el argumento
anticontextualista tal y como lo presenta Recanati (1994). Sentadas las bases
de la discusión, en la sección tercera presentaré la explicación griceana de
algunos ejemplos que puede considerarse claramente una explicación
contextualista y que no le sería posible hacer si él apoyara el Principio del
Paralelismo. En la cuarta sección, mostraré además que el Principio del
Paralelismo es incoherente con las tesis centrales de la teoría griceana de la
implicatura.
Una vez defendido que Grice no admite el argumento anticontextualista
que se le achaca, concluiré que Grice es un contextualista en cierto grado, lo
cual hace recomendable la revisión de los términos en los que se plantea el
debate entre contextualistas y anticontextualistas.
2. El argumento anticontextualista
2.1. El debate
Lo que hace que una posición contextualista sea distinta de una anticontextualista
es que en la primera se atribuye contenido veritativo-funcional (la propiedad
de decir algo, de expresar un pensamiento o una proposición) a los actos de
habla (proferencias en contextos) [1], mientras que desde la segunda se
adscribe contenido veritativo-funcional a las oraciones del lenguaje natural.
No obstante, tanto desde la posición contextualista como
anticontextualista se reconoce la distinción entre el significado lingüístico
de una oración y el contenido veritativo-funcional que se expresa mediante un
uso de ella. Ambas posiciones admiten una serie de fenómenos pragmáticos que
intervienen cuando el significado lingüístico involucra variables que sólo
pueden ser instanciadas contextualmente.
La diferencia entre el contextualista y el anticontextualista depende de
que el primero admite que las oraciones son especialmente sensibles al contexto
y, por ello, necesitan irreductiblemente del contexto para que puedan expresar
un contenido, mientras que para los anticontextualistas la sensibilidad al
contexto de las oraciones puede salvarse mediante la propuesta siguiente:
Para cada enunciado que pueda hacerse con una oración sensible al
contexto en un contexto dado, hay una oración eterna que puede usarse para
hacer el mismo enunciado en cualquier contexto (Recanati, 1994: p. 160).
Una oración sensible al contexto se convierte en una oración eterna si
se sustituyen en ella los constituyentes deícticos por constituyentes que no lo
sean y que tengan el mismo valor semántico.
Lo que niega el contextualista es que cada proposición expresada por una
oración sensible al contexto pueda ser expresada por una oración eterna. Y da
cinco razones como prueba de esto. La primera consiste en reconocer que no
puede haber referencia sin contexto: todos los términos singulares (deícticos,
nombres propios y descripciones definidas) son referencialmente
contexto-dependientes. La segunda depende de la textura abierta de la mayoría
de los conceptos empíricos, de modo que la predicación elimina su
indeterminación semántica contextualmente [2]. La tercera tiene que ver con la
dependencia contextual de la cuantificación. La cuarta hace referencia a la
idea de que no siempre hablamos de un modo preciso. Por último, el tiempo
verbal funciona como un deíctico. No obstante, el contextualista reconoce que
estas razones generan controversia y el anticontextualista las desafía
proponiendo cómo salvar la situación que impediría formular la oración eterna
en cuestión [3]. La controversia en este terreno está servida [4].
Si de hecho el anticontextualismo hoy día parece más atractivo, debe ser
por otras razones. En concreto, según Recanati, el ataque griceano al
contextualismo es la causa de esa valoración positiva. Recanati (1994: p.
160-61) pretende mostrar que ese ataque depende de un argumento que es o bien
falaz (cae en petición de principio) o bien insuficiente para desechar la
postura contextualista.
2.2 La estrategia recanatiana: la falacia del argumento anticontextualista
El esquema general de la argumentación de Recanati, una vez descrito el
debate y los términos en los que se produce, se puede resumir en los siguientes
pasos. En primer lugar, presentar el argumento de Grice compuesto por dos
premisas y la conclusión. La primera premisa es el llamado Principio del
Paralelismo (a partir de ahora, por comodidad que no por afinidad política, lo
denominaré PP) que nos dice:
Si una oración (sintácticamente completa) puede ser usada en contextos
diferentes para decir cosas diferentes (para expresar diferentes
proposiciones), la explicación para esta variación contextual del contenido es
que la oración tiene diferentes significados lingüísticos -es semánticamente
ambigua. (Recanati 1994: p. 161).
La segunda premisa es un principio regulativo, el principio denominado
“la Navaja de Occam Modificada” (a partir de ahora, NOM) que se especifica
como:
Los sentidos (significados lingüísticos) no deben multiplicarse sin
necesidad. (Recanati 1994: p. 161).
La conclusión es que cualquier variación contextual de significado que
pueda explicarse recurriendo a implicaturas no-convencionales, debe explicarse
así.
Éste es el caso, por ejemplo, de las proferencias que incluyen la
partícula “o” como (1).
(1) [A y B entran en casa y A emite:] Mamá está en el dormitorio o en la
cocina.
Se podría pensar que la contribución de “o” a lo que se dice con (1)
consta de dos partes. La primera es aquella que coincide con el significado que
le atribuimos a su contrapartida lógica “v”, mientras que la segunda apunta a
que hay alguna razón no veritativo-funcional para aceptar que el hablante no
sabe en cuál de los dos lugares mencionados está su madre. Normalmente, cuando
se usa una oración disyuntiva, se significa de alguna manera que el hablante no
sabe cuál de los disyuntos es verdadero. Ahora bien, si se considera (1').
(1') [A, B y C juegan al escondite y B tiene que encontrar a C. Tras un
tiempo considerable B requiere una pista y A emite:] Mamá está en el dormitorio
o en la cocina.
Esto es, si se considera la oración proferida en (1) en un contexto
distinto en el que el hablante sepa perfectamente dónde está su madre, nos
encontramos que sería inapropiado decir que parte de la contribución a lo que
se dice al usar “o” es el desconocimiento por parte del hablante de la
localización exacta de su madre. El desconocimiento por parte del hablante de
cuál de los dos disyuntos es verdadero no puede formar parte del contenido
convencional de “o” porque si no (1') sería una proferencia inapropiada. Grice
considera que “o” conlleva una implicatura conversacional generalizada, a
saber, que el hablante no sabe cuál de los disyuntos es verdadero, que en
ciertos contextos puede cancelarse. Así, la variación contextual del
significado del hablante expresado por (1) y (1') puede explicarse recurriendo
a implicaturas conversacionales generalizadas, un tipo de proposiciones
implícitas. Aunque con las proferencias (1) y (1') el hablante dice lo mismo e
implicatura de un modo generalizado conversacionalmente lo mismo en tanto la implicatura
es indesligable de lo dicho, hay contextos, como el señalado en (1'), en los
que se puede cancelar la información implicaturada sin que la proferencia sea
ininteligible. La variación contextual del significado de estos dos ejemplos no
radica en que la oración sea semánticamente ambigua porque puede explicarse
recurriendo a implicaturas no-convencionales.
En los casos en los que con una misma oración se puedan expresar
proposiciones distintas en distintos contextos y las diferencias entre ellas no
sean explicables apelando a proposiciones implícitas, entonces la oración es
semánticamente ambigua. El anticontextualismo es la posición a mantener.
Una vez delineada de esta manera la postura griceana, Recanati puede
demostrar que el argumento es falaz ya que la primera premisa, el PP, supone lo
que se quiere demostrar, a saber, que el contextualismo es inadecuado. Lo que
rechaza un contextualista es justo el PP y su aceptación de primeras cae en
petición de principio.
Pero si se elimina el PP de la argumentación griceana, señala Recanati,
entonces no se puede concluir que toda variación contextual que pueda
explicarse recurriendo a implicaturas no-convencionales, deba explicarse así
porque el NOM, si no se añade al PP, permite explicar las variaciones contextuales
apelando a procesos de interpretación pragmáticos que afectan al ámbito del
decir.
De esta manera, si consideramos (2) y (2')
(2) [Una madre y su hijo están comprando en un supermercado. Al pasar
junto al mostrador de la carnicería, la madre le señala un filete al niño y
emite:] Este filete está crudo.
(2') [A está comiendo en un restaurante, llama al camarero y le comenta:]
Este filete está crudo, tenemos que con (2) el hablante quiere significar que
el filete en cuestión no se ha cocinado, mientras que en (2') lo que se señala
aproximadamente es que el filete no se ha cocinado suficientemente. Esta
diferencia de significado puede explicarse apelando, como en el caso de (1) y
(1'), a implicaturas no-convencionales. Con (2) y (2') se diría lo mismo, que
el filete no se ha cocinado, pero en (2') se produciría una implicatura
no-convencional que nos indica que el filete no está suficientemente cocinado.
Así, al rechazar el PP, hay disponible una explicación diferente a la que hace
uso de la ambigüedad semántica y a la que recurre a las implicaturas. Así, se
puede argumentar que la diferencia en lo que se dice con (2) y (2') se debe a
que en (2') tenemos un uso vago de “crudo” en donde se elimina la información
relativa a la propiedad de no estar cocinado, información que el contexto hace
no relevante, mientras que se mantiene la información relativa a que algo crudo
es incomible (Carston, 1996, 2002). Esta explicación postula que hay ambigüedad
pragmática en el ámbito de lo dicho en contra de lo que afirma el PP, esto es,
que la oración es semánticamente ambigua.
Una vez rechazado el PP, Recanati concluye que el debate entre
contextualistas y anticontextualistas sigue abierto pues el NOM no tiene fuerza
suficiente por sí solo para discriminar entre ambas alternativas [5].
3. Contraejemplos al PP en la teoría de Grice
Según el PP, si en contextos diferentes una misma oración fija
condiciones de verdad o proposiciones distintas, la explicación correcta de
esta variación proposicional es que la oración es ambigua. Dicho de otro modo,
la única contribución del contexto es la de permitirnos escoger una determinada
proposición del conjunto cerrado de las posibles proposiciones fijadas por esa
oración; el contexto no juega ningún papel en la elaboración de la proposición
expresada.
Por tanto, si en la obra de Grice se encuentran oraciones no ambiguas
que proferidas en contextos distintos expresen proposiciones distintas,
entonces se habrán encontrado en Grice casos que irían contra la propuesta que
Recanati le atribuye: el PP.
A mi juicio, este tipo de contraejemplos aparecen en “Further Notes on
Logic and Conversation”, cuando Grice analiza el uso “vago” de las palabras en
diferentes contextos del discurso cotidiano [6]. El uso normal y el uso vago de
una misma oración generan proposiciones distintas y las variaciones entre ellas
no pueden explicarse, según Grice, como le ocurre a las variaciones
proposicionales que en distintos contextos puede provocar una misma oración
disyuntiva, apelando a implicaturas no-convencionales (recuérdese los ejemplos
(1) y (1')).
Con respecto al uso vago en contextos cotidianos, Grice (1978/1989: p.
44) nos pide que nos imaginemos una proferencia como (3).
(3) [Dos individuos están considerando comprar una corbata de la que
ambos saben que es medio verde. Miran la corbata bajo diferentes luces y del
mismo objeto, A profiere:] Ahora es verde claro y bajo esta luz tiene un toque
de azul.
Con (3), señala Grice, A dice lo mismo que si considerásemos lo que dijo
en (4).
(4) [Dos individuos están considerando comprar una corbata de la que
ambos saben que es medio verde. Miran la corbata bajo diferentes luces y del
mismo objeto, A profiere:] Ahora parece verde claro y bajo esta luz parece
tener un toque de azul.
A pesar de que si atendemos al significado de la expresión proferida en
(3), éste indicaría que hay un cambio real del color de la corbata cosa que no
ocurre en (4). Si Grice puede mantener que las proferencias (3) y (4) expresan
la misma proposición sin tener que señalar que con (3) no se afirma que haya un
cambio de color real en la corbata es porque, en este caso, el contexto de la
proferencia, el que los participantes sepan mutuamente que no se trata del
color real de la corbata, permite el uso vago de las expresiones en cuestión.
La parte del significado de (3) que sería diferente al de (4) se cancela,
aunque la cancelabilidad en este caso no es una marca de la aparición de una
implicatura no-convencional, entre otras cosas porque el contenido
proposicional eliminado en (3) depende del significado convencional de las
palabras [7].
Lo que todavía falta por mostrar es si la oración incluida en (3) puede
fijar condiciones de verdad distintas en otro contexto. Consideremos (3'):
(3') [Dos individuos están considerando comprar ilegalmente un camaleón
de los que el dueño de la pajarería tiene escondidos en la trastienda. A uno de
ellos, el más grande, lo exponen a distintas luces y A profiere:] Ahora es
verde claro y bajo esta luz tiene un toque de azul.
En este caso no se cancela el contenido cancelado en (3), a saber, que
hay un cambio real de color. (3) y (3') incluyen la misma oración proferida en
contextos distintos y expresan distintas proposiciones, independientemente de
que en las proposiciones se hablen de objetos diferentes, sin que por ello
Grice reconozca que la oración es ambigua. Lo que acepta Grice es un uso vago
de la expresión oracional en (3) reconocible porque se le podría exigir a A que
hablara más estrictamente. Con (3) y con (3') se dice algo diferente y la
diferencia no se debe a que la oración sea ambigua. ¿Cuál es la motivación para
considerar una explicación del comportamiento de (3) como la que he
considerado? Parece que la única respuesta griceana disponible es que si no
queremos que los hablantes digan algo que creen que es falso, debemos suponer
que han hecho un uso vago de la oración incluida en (3). De hecho podrían haber
hablado más estrictamente como ocurre con (4). Aparece una vez más una noción
favorecida del decir en los textos de Grice [8].
En esta exposición se rechaza la posibilidad de cualquier explicación
del uso vago de las expresiones tanto en términos de ambigüedad semántica de la
oración, como en términos de implicaturas no-convencionales, mientras que se
acepta que en esos usos la única explicación coherente es aquella que apuesta
por una variación contextual del contenido proposicional. Este tipo de usos,
relacionados con algunos de los estándares de precisión de los términos, nos
muestran como Grice no encaja en la categoría de anticontextualista tal y como
se traza en el artículo de Recanati.
Otro tipo de ejemplos usados por Grice que constituyen un fenómeno
lingüístico similar al anterior es el que hace referencia a palabras concretas
como “ver”. “Ver” admite usos vagos cuya explicación contextual debe hacerse al
estilo del ejemplo anterior. Así, Grice nos dice que si consideramos la
proferencia (5).
(5) [Dos individuos están conversando acerca de lo que le ocurre a
Macbeth, el personaje de la tan conocida obra de Shakespeare del mismo nombre,
en sus momentos de alucinaciones y A le recuerda a B:] Macbeth vio a Banquo.
Lo que A le dice a B no incluye la existencia del objeto que vio Macbeth
porque en la fase en la que éste alucinaba Banquo estaba muerto, aunque la
existencia del objeto visto es parte del significado convencional de “ver”. El
contexto cancela ese contenido proposicional. Pero esto no justifica, según
Grice (1978/1989: p. 44), la defensa de que haya un sentido de la palabra “ver”
que no incluye la exigencia de que el objeto visto exista. “Ver” significa lo que
significa convencionalmente y hay usos vagos de este término que no incluyen en
lo que se dice todo su significado convencional. Lo que traducido al problema
que nos ocupa es mantener que la palabra “ver” en distintos contextos puede
determinar un valor semántico distinto sin que esto suponga que “ver” sea un
término ambiguo. De hecho en un contexto diferente como el señalado entre
corchetes en (5').
(5') [Dos individuos están conversando acerca de lo que le ocurre a
Macbeth, el personaje de la tan conocida obra de Shakespeare del mismo nombre,
al principio de la película que representa esta obra y A le recuerda a B:]
Macbeth vio a Banquo.
Lo que A le dice a B incluye la existencia del objeto que vio Macbeth
porque al principio de la obra Banquo no estaba muerto y por el significado
convencional de “ver”, ésta es información dicha al no haber sido cancelada.
De nuevo, la motivación para considerar que lo dicho con (5) incluye
menos que lo que las palabras convencionalmente significan apela a la idea de
que si no queremos que los hablantes digan algo que creen que es falso, debemos
suponer que han hecho un uso vago de la palabra “ver” en (5). El contexto nos
permite usar la expresión de una manera relajada y no como se usa normalmente.
Las situaciones analizadas tienen en común que el interlocutor puede
impelernos a hablar más estrictamente. Pero esto es algo puntual y no hace que
la cancelación contextual de parte del significado convencional de la oración
sea inadmisible como le ocurriría a las proposiciones implicaturadas
convencionalmente. Pero entonces, ¿por qué no explica Grice de este modo las
implicaturas conversacionales generalizadas que expresiones como “o” conllevan?
¿Por qué no explica así las diferencias entre (1) y (1')? Porque en estos casos
lo cancelado es indesligable de lo que se dice. No se puede expresar un
contenido proposicional disyuntivo sin hacer la implicatura en cuestión. Para
no incluirla en el significado del hablante siempre tengo que cancelarla,
mientras que sí puedo decir exactamente lo que digo con (3), por ejemplo con
(4), sin tener que cancelar nada. Esto es, los usos vagos cancelan contenido
proposicional desligable de lo que se dice mientras que las implicaturas
conversacionales son indesligables: no se puede decir lo mismo sin que se haga
la implicatura [9].
Para que el uso vago del lenguaje no sea un contraejemplo al PP,
tendríamos que admitir que se trata de un caso bien conocido relacionado con la
deixis. Cuando la oración incluye una expresión deíctica, expresa proposiciones
diferentes en contextos diferentes sin ser semánticamente ambigua. Ésta es la
única excepción al PP que admite un anticontextualista. Pero para el
anticontextualista las expresiones deícticas son una clase finita de
expresiones bien conocidas: pronombres personales, demostrativos, tiempo
verbal, adverbios que indican localización en el espacio y el tiempo,
predicados como “dar”, etc. No parece que entre las expresiones deícticas esté
el uso vago, que en principio podría afectar a casi cualquier expresión, lo que
le llevaría al anticontextualista a sostener que si no puede explicarlo como
una implicatura, entonces es porque la oración es ambigua. Esto es justo lo que
niega Grice y por lo que no se debe atribuir a Grice la defensa del PP [10].
Se podría pensar que el fenómeno descrito por Grice con los ejemplos (3)
y (5) es paralelo al que los contextualistas denominan “indeterminación
semántica”. Éste es uno de los fenómenos más esgrimido de la mano de los
contextualistas a favor de una dependencia contextual del significado de todas,
o casi todas, las expresiones que forman parte de nuestras proferencias y que
no pueden subsumirse bajo la etiqueta de “casos bien conocidos y
especificables”. La indeterminación semántica nos dice que el valor semántico
de las expresiones varía de proferencia en proferencia al igual que ocurre con
el valor semántico de los deícticos, aunque en el caso de la indeterminación
semántica esta variación no se produce como una función de alguna
característica objetiva del contexto estrecho, (contexto que incluye
información del tiempo, el lugar y el hablante de la proferencia en cuestión),
sino en función de lo que el hablante significa (Recanati, 2003: p. 56-58). De
esta manera, las expresiones no tendrán un significado fijo, sino un potencial
semántico que necesita del contexto para poder contribuir al significado de la
proferencia. Sin embargo, encuadrar los usos vagos que hemos visto bajo este
fenómeno no parece totalmente adecuado [11].
No obstante, Grice habla en algunos lugares del fenómeno de la vaguedad
de las expresiones del lenguaje natural en términos que pueden ponerse en
correspondencia con la indeterminación semántica. Veamos cómo se delinea la
idea de vaguedad en uno de esos lugares.
Una de las críticas a las que se enfrentaron los filósofos oxonianos del
lenguaje ordinario era que las expresiones en el lenguaje natural eran
demasiado vagas como para poder constituir un punto de partida para el análisis
filosófico. Por “vago” en este argumento se quería decir que hay casos en los que
uno no sabe si puede aplicar una expresión particular correctamente, y que este
desconocimiento no se debe a ignorar los hechos pertinentes. Esto es, la
aplicabilidad de algunas expresiones es una cuestión indecidible, una cuestión
que no está legislada lingüísticamente. Grice (1989: p. 177-178), al
enfrentarse a esta crítica, admite esos casos en los que no se puede
especificar completamente la aplicabilidad de la expresión aunque no ve en
ellos ninguna traba para el proyecto de los filósofos del lenguaje natural. En
efecto, para Grice este fenómeno no nos impide usar las expresiones que lo
sufren en situaciones que en principio eran lingüísticamente indecidibles ya
que en cada uso particular de tales expresiones los hablantes competentes
sabrán, y no por factores lingüísticos porque si no serían decidibles, si ese
uso es correcto y significativo. Lo único que nos impide la vaguedad del
lenguaje natural es dar un conjunto de condiciones cuyo cumplimiento sea
suficiente para la aplicación de una expresión, pero esto no impide que demos
una caracterización abierta que incluya las situaciones donde es decidible la
pertinencia del uso de la expresión y las situaciones donde no es decidible tal
pertinencia, esto es, podemos dar una caracterización que no fije completamente
el significado de una expresión sino que nos dé su potencial semántico. Sería
una expresión con indeterminación semántica, un tipo de expresión.
Esta explicación de ciertas expresiones vagas junto a la de los usos
vagos de expresiones constituye una prueba de que Grice no puede admitir el PP
como una premisa fundamental de su teoría del significado ya que ni el que se
digan cosas diferentes al usar una oración con una expresión vaga en contextos
distintos ni el que se digan cosas diferentes al usar o no vagamente una
expresión en una oración en contextos distintos se explica postulando la
ambigüedad semántica de la oración.
4. Incoherencia teórica del PP con la teoría de las implicaturas
En el apartado anterior he demostrado que Grice no puede presuponer el
PP ya que acepta casos que niegan explícitamente el principio en cuestión. En
este apartado intentaré una estrategia distinta pero con el mismo resultado,
esto es, demostrar que el PP es inconsistente dentro del marco teórico
propuesto por Grice.
Recordemos rápidamente la argumentación de Recanati en “Contextualism
and Anti-contextualism”. Allí se nos dice que hay un argumento a favor del
anticontextualista que, aunque Grice no lo use de forma expresa, subyace a su
teoría. En concreto, lo que el argumento afirma es que hay dos maneras de dar
cuenta de una variación del contenido proposicional expresado por una misma
oración en diferentes contextos, una semántica y otra pragmática [12]. La
explicación semántica es la que recurre a la ambigüedad de la oración o de
alguno de sus constituyentes y es la razón por la que Recanati infiere que el
PP funciona como presupuesto de la posición griceana.
La explicación pragmática es aquella que utiliza implicaturas
conversacionales y que, por aplicación del principio metodológico del NOM, es
preferible a la explicación semántica.
Dado este marco general, lo que pretendo en este apartado es ver hasta
qué punto se puede postular la necesidad del PP en la teoría de Grice sin que
esto suponga excesiva violencia contra la propia teoría. Para ello empezaré
identificando algunas piezas clave de la posición griceana:
P1: El significado total está compuesto por aquello que pertenece a la
fuerza convencional de las palabras y por lo que no pertenece a la fuerza
convencional. (Grice 1978/1989: p. 41).
P2: Los significados lingüísticos pertenecen a la fuerza convencional de
las palabras. (Grice 1987/1989: p. 361).
P3: Las implicaturas conversacionales generalizadas no pertenecen a la
fuerza convencional (Grice 1975/1989: p. 39).
A continuación criticaré la estrategia que Recanati identifica en Grice
basándome en una lectura un tanto simplista de la misma, con el único objetivo
de iluminar la crítica real que realizaré posteriormente. Analicemos el caso de
(6) y (6'):
(6) [Víctor llama a casa de su amigo Juan para ver qué está haciendo, a
lo que la empleada de hogar le contesta:] Juan tiene una cita con una mujer
esta tarde.
(6') [Juan y María van a celebrar sus bodas de plata. Juan ha decidido
sorprender a su mujer vistiendo sus mejores galas e incluso se perfuma. Ante
tal comportamiento, un hijo de la pareja le dice a su hermano:] Juan tiene una
cita con una mujer esta tarde [13].
La diferencia entre (6) y (6') está en que en (6) la mujer de la que se
habla no mantiene una relación estrecha con Juan, (no es, por ejemplo, ni su
mujer ni su hermana), mientras que en (6') la mujer involucrada es la esposa de
Juan, Maria. Según el PP, la diferencia se debe a una ambigüedad semántica,
tanto el que la mujer no mantenga una relación estrecha como el que la mantenga
con Juan serían significados lingüísticos distintos de la misma oración
proferida. Por lo tanto, teniendo en cuenta la segunda de las afirmaciones que
se han identificado como pertenecientes a la teoría de Grice, P2, esos
significados son parte de la fuerza convencional de las palabras, en este caso
de “una”.
El siguiente movimiento en la estrategia sería decir que podemos
explicar la variación de significado de la oración utilizando implicaturas
conversacionales. Así, podemos decir que el significado lingüístico de la
oración es que Juan ha quedado con una mujer con la que mantiene algún tipo de
relación, dándose una implicatura conversacional generalizada en (6) y (6') que
nos indica que dicha relación no es estrecha porque en caso contrario el
hablante podría haberlo especificado usando, por ejemplo, la expresión “su
mujer”. La diferencia está en que en (6') se cancela contextualmente la
implicatura conversacional generalizada que indicaba que la relación no es
estrecha. El problema surge cuando se tiene en cuenta que la teoría del
significado en la que nos encontramos nos dice que las implicaturas
conversacionales no pertenecen a la fuerza convencional de las palabras, P3. De
esta manera, al tener disponibles las dos explicaciones, la pragmática y la
semántica, nos encontramos que un mismo elemento del contenido de la
proferencia, el que la relación que mantiene Juan con la mujer sea estrecha,
pertenece a la fuerza convencional de las palabras y, a la vez, no pertenece a
la fuerza convencional de las palabras.
Una forma de evitar la paradoja a la que nos lleva la lectura simplista
del argumento consiste en decir que ésta se construye apelando a que ambas
posibilidades sean reales, esto es, en mantener que el argumento sólo necesita
que exista la posibilidad de las dos explicaciones sin que tengan que darse a
la vez. El problema al que se enfrentaría Recanati en este caso es que entonces
el NOM, que nos obligaba a postular el PP, es innecesario como demostraré a
continuación.
La idea general está en que ambas posibilidades son, por las mismas
razones de inconsistencia que hemos visto, mutuamente excluyentes.
Imaginemos que la diferencia de contenido proposicional de los ejemplos
dados podemos explicarla diciendo que hay una implicatura conversacional
generalizada en (6) y en (6') que sólo se cancela contextualmente en (6'). El
contenido implicaturado conversacionalmente de manera generalizada depende de
la expresión “una” y de aquello que la acompaña y se especifica señalando que
el tipo de relación que mantiene Juan con la mujer no es estrecha. Para estar
seguros de que es un contenido implicaturado de manera generalizada, éste ha de
poseer ciertas características propias de las implicaturas conversacionales, en
concreto, ha de poder ser explícitamente cancelable [14]. Así, (7):
(7) [Víctor llama a casa de su amigo Juan para ver qué está haciendo, a
lo que la empleada de hogar le contesta:] Juan tiene una cita con una mujer
esta tarde. Creo que tú la conoces, es su esposa.
Muestra la posibilidad de poder cancelar explícitamente en el mismo
contexto de (6) parte del contenido que se expresara con (6) sin hacer que la
proferencia sea ininteligible. Esto sugiere que no debemos explicar las
diferencias entre (6) y (7) postulando que la oración sea semánticamente
ambigua, ya que uno de los rasgos que nos ayudan a delimitar el contenido
proposicional que depende de la fuerza convencional de las palabras es su
no-cancelabilidad. Sin embargo, como hemos visto en el apartado anterior, hay ocasiones
en las que el contexto nos permite cancelar cierto contenido convencional sin
caer en contradicción y con objeto de salvaguardar la racionalidad del hablante
o para que el hablante no diga algo que cree que es falso. Recuérdense los
ejemplos (3) y (5) y cómo la explicación que allí se ofrecía no hace uso de
implicaturas conversacionales como mostraba el hecho de que el contenido
cancelado era desligable (vid. más arriba). De este modo, si en los ejemplos
(6) y (7) hay involucrada una implicatura no-convencional, esta ha de ser
indesligable.
No hay un único test para delimitar lo que pertenece a las implicaturas
conversacionales, a las implicaturas convencionales y a lo que se dice, sino
que lo que tenemos es una serie de tests o rasgos cuya confluencia nos permite
distinguir entre los diversos ámbitos del significado del hablante. En
concreto, una implicatura conversacional ha de ser, además de cancelable,
indesligable en el sentido de que no se puede decir lo mismo en un mismo
contexto sin producir la implicatura en cuestión siempre y cuando ésta no
dependa de la máxima de modo (Grice, 1978/1989: p. 43). En el caso que nos
ocupa el que la relación no sea estrecha es indesligable de lo que se dice en
tanto diga como diga la empleada del hogar que Juan tiene una cita esta tarde
en ese contexto se producirá la implicatura en cuestión: que la relación entre
él y la mujer no es estrecha. El rasgo de la indesligabilidad al conjugarse con
la cancelabilidad indica que el contenido cancelado no pertenece al significado
convencional de las palabras.
Lo que tenemos, por tanto, son dos ámbitos diferentes y excluyentes en
la noción de significado del hablante. El que tengamos disponible una
explicación en términos de ambigüedad semántica o en términos de implicaturas
conversacionales es una cuestión empírica que se comprueba mediante el test de
la cancelabilidad y el test de la indesligabilidad. Si mantenemos el PP, en los
casos en los que se aplique el PP no podremos hablar de implicaturas
conversacionales y, por el contrario, si tenemos un contenido implicaturado
conversacionalmente, entonces no podemos hablar de ambigüedad semántica para
ese contenido. Sin embargo, la doble dirección no es real pues este principio
se aplica en todos los casos en los que una misma oración se usa en diferentes
contextos para decir cosas diferentes, con lo cual la alternativa de las
implicaturas simplemente desaparece. Si evitamos la incoherencia en Grice, el
NOM se vuelve innecesario porque no hay alternativas reales entre las que usar
un principio metodológico como éste. Esto supone que Grice no debía entender
que el NOM, como señala Recanati, exige postular un principio, el PP, cuya
aplicación deja sin alcance al NOM.
Hasta ahora he demostrado que Grice no puede mantener el PP sin ser
incoherente con su teoría de las implicaturas. Esto no supone una refutación a
la propuesta recanatiana de que haya un argumento en apoyo del
anticontextualismo falaz o insuficiente que hace uso del NOM y el PP. Lo que he
demostrado es que dicho argumento no está en Grice aunque nada se ha dicho
sobre aquellos griceanos que lo hayan usado explícitamente. Es más, con este
apartado se refuerza la tesis de Recanati en el sentido de que cualquier
griceano que mantenga, al menos, P1, P2 y P3 y que utilice un argumento basado
en el PP a favor del anticontextualismo, que no es el caso del propio Grice
como se ha visto, cometería no sólo una falacia sino que, además, su teoría
sería incoherente.
5. Anticontextualismo, contextualismo y minimismo
Según Recanati (1994), hay tres posibilidades para explicar los ejemplos
en los que con una misma oración se puede decir o expresar diferentes cosas
dependiendo del contexto en el que se produzca la proferencia. Éstas son:
Considerar que la diferencia en contenido se debe a que la oración es
semánticamente ambigua. Considerar que la diferencia en contenido en lo dicho
por las proferencias, depende del contexto. Postular que la diferencia en
contenido se debe a una implicatura conversacional que se da en unos contextos
pero no en otros.
De éstas tres posibilidades disponibles, señala Recanati, el NOM sólo
tiene fuerza para desestimar la primera (Recanati, 1994: p. 165). Por lo tanto,
si el NOM sólo nos permite evitar la opción i., entonces tanto la opción ii.
como la iii. están disponibles. Tener la opción ii. permite explicaciones
contextualistas de las ambigüedades por lo que el debate entre contextualistas
y anticontextualistas sigue abierto. Podemos no aumentar los significados
lingüísticos si postulamos o bien la ambigüedad en lo dicho o bien en lo
implicaturado.
Esto le lleva a Recanati a revindicar lo que considera un contextualismo
débil, que él denomina “metodológico”, como futura vía para dilucidar el
debate. Este contextualismo metodológico nos dice que debemos de diferenciar,
por un lado, entre el significado lingüístico de una oración y lo que dice un
hablante al producir una proferencia que incluya a dicha oración y, por otro
lado, entre el significado lingüístico de una expresión contenida en una
oración y la contribución que la expresión hace a la proposición que expresa
esa oración cuando es proferida (1994: p. 166).
En los dos apartados anteriores he demostrado que Grice debe de rechazar
el PP por lo que una explicación contextualista, la opción ii., debe estar, al
menos en principio, disponible. Para seguir manteniendo que Grice es un
anticontextualista deberíamos encontrar alguna otra razón por la que se
justifique la eliminación de la alternativa contextualista por parte de Grice.
Sin embargo, parte del rechazo griceano al PP, como he argumentado en la
tercera sección, se debe a que Grice explica ciertos fenómenos lingüísticos, el
uso vago y la vaguedad, de manera abiertamente contextualista. Por tanto,
aparte de no tener un argumento falaz en contra del contextualismo, Grice no
tiene ningún reparo en abrazar ciertas explicaciones contextualistas, esto es,
en mantener que hay diferencias de contenido en lo dicho que dependen del
contexto. Grice no es anticontextualista.
La importancia de demostrar que Grice es un contextualista en cierto
grado no radica únicamente en interpretar coherentemente a este autor, sino en
que ello nos plantea la necesidad de revisar los términos en los que se produce
el debate entre contextualistas y anticontextualistas.
Por ejemplo, el minimismo, la postura según la cual la diferencia entre
lo que significa lingüísticamente una oración y lo que se dice con ella cuando
la proferimos es mínima, suele considerarse el paradigma de anticontextualismo
(vid. Carston (2002) y Recanati (2003b)). Sin embargo, está ampliamente
aceptado, y parece estar fuera de toda duda, que Grice es un minimista con
respecto a lo que se dice. Esta adscripción de Grice al minimismo parece estar
fuera de toda duda si se tiene en cuenta que su teoría del significado, trazada
como alternativa a las propuestas de su época (como, por ejemplo, a la de
Strawson), se fundamenta en la idea, de corte minimista, de que hay una noción
central, una significación primaria, en contraste con los significados
secundarios que derivan de ella (Grice, 1989: p. 358). Por lo tanto, si
queremos seguir manteniendo que Grice es un minimista debemos de plantearnos si
hay algún tipo de minimismo en Grice, diferente a los identificados en la
bibliografía, que sea compatible con el contextualismo que se ha señalado y si
dicho minimismo es susceptible de las críticas que sus contrapartidas
anticontextualistas han recibido.
La explicación que ofrece Grice de los ejemplos que vimos en la tercera
sección nos sugiere los términos en los que debemos de replantear el minimismo
para que sea una posición contextualista. En dicha explicación vemos que la
motivación que permite una variación contextual de lo dicho en las proferencias
en cuestión es mantener el supuesto de que los hablantes sean racionales, al
menos en el sentido de que no digan aquello que creen que es falso. De esta
manera, un minimismo respetuoso con el contextualismo podrá trazarse atendiendo
no sólo a meros factores lingüísticos, como hacen los minimismos actualmente
demarcados, sino a factores que tengan en cuentan que todos los niveles del
significado del hablante son parte de una conducta racional y cooperativa. Este
tema, sin embargo, escapa a los límites y pretensiones de este artículo.
6. Conclusión
Al considerar que Grice no mantiene el argumento anticontextualista que
Recanati le endosa, nos encontramos con que Grice es un contextualista. Para
demostrarlo he utilizado dos vías, una directa y otra indirecta. La vía directa
consistía en sacar a colación una serie de casos que Grice analizaba en
términos claramente contextualistas. Así, en los usos vagos de ciertas
expresiones era el contexto el que nos permitía cancelar parte de la
información lingüísticamente dada por la oración y, por otro lado, Grice
reconoce que algunas expresiones no expresan un contenido independientemente
del contexto. La segunda vía, la indirecta, pasaba por demostrar que los
supuestos necesarios para que Grice fuera un anticontextualista, y apoyara el
argumento contra el contextualismo cuyas premisas son el NOM y el PP, son
incompatibles con su teoría del significado, en particular, con aquellos
aspectos del significado que caracterizan a las implicaturas no-convencionales.
Hacer coherente esta lectura de Grice nos obliga a reconsiderar el
panorama actual en la determinación de lo que se dice, planteándonos de qué
manera se puede ser un contextualista sin necesidad de abandonar una postura
minimista. El debate entre contextualistas y anticontextualistas no sólo está
abierto, sino que parece ser más amplio de lo que actualmente se considera.
BIBLIOGRAFÍA
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Language, 1st series, Oxford: Basil Blackwell, 17-44.
Notas a “El contextualismo y P. Grice”
[1] Si los actos de habla son proferencias en contexto, entonces la
propuesta de Grice del significado del hablante como un significado de las
proferencias-tipo estaría relacionada con proferencias sin considerar el
contexto, lo cual efectivamente le haría pasar por un anticontextualista. Pero,
¿cuál es la noción de proferencia de Grice? En (Grice 1969/1989: 92) se
entiende por “proferencia” cualquier acto o realización que tenga o pudiera
tener significado no natural. Por lo tanto, la noción de proferencia en Grice
ya incluye al contexto y equivaldría a la noción de “proferencia en contexto”
usada por Recanati (1994).
[2] Estas dos razones dejarían la posibilidad todavía de oraciones
eternas: aquellas que no incluyeran ni términos singulares ni conceptos
empíricos. Ejemplo: “Algunos triángulos son equiláteros”. Para que esta oración
no sea eterna uno tiene que defender las otras tres razones (Recanati, 1994:
159).
[3] Para las críticas a la existencia de oraciones eternas consultar,
entre otras, Waismann (1951), Austin (1971), Searle (1978, 1980), Cohen (1980),
Fauconnier (1985), Travis (1985, 1989) y Recanati (1987).
[4] En trabajos posteriores a 1994, Recanati ha ampliado la
caracterización de este debate distinguiendo varias posturas en cada uno de los
bandos. Este enriquecimiento nos muestra que la diferencia entre
contextualistas y anticontextualistas no está tanto en qué es lo que se
considera portador primario del contenido como en los tipos de procesos
pragmáticos de interpretación que se admiten en la determinación de lo que se
dice. De esta manera, los anticontextualismos más moderados, como el minimismo,
admiten procesos pragmáticos en la producción de lo que se dice siempre y
cuando estén guiados lingüísticamente (procesos denominados obligatorios),
mientras que rechazan todos los procesos guiados contextualmente como, entre
otros, el enriquecimiento, la vaguedad y la transferencia. La admisión de estos
procesos, que se engloban bajo el fenómeno de la modulación, es la
característica común a todos los contextualistas (Recanati 2003a, 2003b). No
obstante, los términos en los que se produce la confrontación entre ambas
posturas no afecta al argumento anticontextualista que Recanati atribuye a
Grice.
[5] Esta argumentación es una elaboración de la que estaba contenida en
el capítulo trece de Direct reference (Recanati 1993: 236-240).
[6] El uso vago de ciertas expresiones se da cuando utilizamos en un
contexto particular una expresión para dar una información menos específica que
la que el significado convencional le atribuye. Se trata por lo tanto de una
característica que se da en el marco de las proferencias y que no hay que
confundir con la vaguedad de significado de ciertos términos, que es una
propiedad semántica, pese a que el proceso por el que se determina la
contribución de un término semánticamente indeterminado sea pragmático. Tengo
la esperanza de que la sutileza de esta distinción se vuelva más nítida a lo
largo de esta sección.
[7] Se podría pensar, entonces, que el contenido proposicional eliminado
es una implicatura convencional. De hecho, (3) y (4) muestran que se puede
decir lo mismo en un mismo contexto sin que siempre se involucre a la
implicatura convencional, esto es, este último contenido es desligable; rasgo
característico de las implicaturas convencionales a diferencia de las
implicaturas no-convencionales que no dependan de la explotación de una máxima
de modo. El problema es que Grice (1961) admite que las implicaturas
convencionales no son cancelables. Surgen así ejemplos cuyo contenido no dicho
es desligable y cancelable, rasgos que no tienen conjuntamente ni las
implicaturas convencionales ni las no-convencionales. La opción que quedaría en
la propuesta de Grice es que sea una presuposición pero las presuposiciones en
Grice son indesligables y no cancelables y además tienen que ser verdaderas
para que se pueda decir algo.
[8] Esta noción favorecida del decir ya apareció en relación con la
noción de implicatura convencional (Grice 1975).
[9] Carston, (2002: p. 333), mantiene que en Grice no hay una
explicación de los usos vagos aunque sí de los usos metafóricos. Por lo tanto,
al considerarlos ella el mismo tipo de fenómeno, piensa que Grice explicaría
los usos vagos como una implicatura conversacional debida a la trasgresión de
la primera máxima de calidad. Como hemos visto, Grice tiene otra explicación de
los usos vagos. La alteridad de esa explicación griceana es reconocida por Bach
(1994: p. 141) aunque la considera como un indicio de la existencia de
implicituras conversacionales. El que los usos vagos tengan rasgos diferentes a
los que determinan las implicaturas no-convencionales nos muestra, por un lado,
que esos usos no deben equipararse, al menos en Grice, con los usos metafóricos
y, por otro lado, que no pueden considerarse implicituras conversacionales ya
que éstas tienen los mismos rasgos que las implicaturas.
[10] Otra forma de hacer compatible esta explicación con el PP sería
utilizar una semántica interaccionista y postular que lo que tenemos es otro
tipo de ambigüedad semántica que se debe a cómo interactúan los componentes de
la oración (Cohen, 1986). Sin embargo, como hemos visto la explicación griceana
no apela a factores lingüísticos sino a un contexto más amplio. En concreto, en
(3) no se cancela la idea de que haya un cambio de color real porque algún otro
componente nos lo indique, sino porque tanto el hablante como el oyente saben
que no hay un cambio real. De ser de otra manera, en (3') tendríamos el mismo
contenido que en (3), a saber, que el cambio de color es sólo aparente.
[11] Vid. nota 6.
[12] Aunque es en parte la carga teórica de estos conceptos lo que me
induce a usarlos en este contexto, no deseo expresar con ellos más de lo que se
dice expresamente.
[13] La elección de estos ejemplos, basados en los contenidos en “Logic
and Conversation”, puede parecer desafortunada ya que cuando Grice los explica
parece utilizar una estrategia como la que estamos intentando demostrar que no
puede tener (1975/1989: 37-38). Sin embargo, creo que las escuetas líneas de
dicho artículo deben de leerse a la luz de los desarrollos posteriores de la
teoría (1978, 1987), en donde se introduce la Navaja de Occam Modificada y se
hace más claro por qué no debemos de “confiar” en el filósofo que utilice
ciertas explicaciones.
[14] También ha de ser contextualmente cancelable, rasgo que se cumple
en (6').
* Una primera versión de
este trabajo fue presentada en Granada en el seminario “TeC” el 16 de Octubre
del 2003. Agradezco los comentarios y sugerencias de todos los asistentes.
Especial mención merece Esther Romero por sus continuas observaciones.
Manuscrito
recibido: 2004.01.28
Versión
final: 2004.08.03
BIBLID [0495-4548 (2004) 19: 51; pp. 339-354]
* José E. CHAVES cursa estudios de doctorado en el
Departamento de Filosofía de la Universidad de Granada. Su línea de
investigación se centra en la Filosofía del Lenguaje, especialmente la
pragmática. En dicha línea ha publicado un artículo titulado “Significado y
Comunicación” en Diánoia (Vol.
.XLVIII, Nº 50: 69-83).
ADDRESS: LOGOS Universidad de Barcelona, Baldiri Reixac, 4-6, Torre D, 4,
B2, 08028 Barcelona, España. E-mail: [email protected].El Admninistrador de este blog no se hace responsable por los contenidos de los textos. Estos son responsabilidad de sus autores y deben responder ante las autoridades por cualquier delito ante la propiedad intelectual de acuerdo aon las normas de propiedad intelectual y los convenios en esta materia entre paises.
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Publicado el 25 julio 2007 por RaulroldanaSus últimos artículos
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