Un día mi maestro, quien me vio dando excusas a un compañero después de una explosión de ira, me llevó a un aula, me entregó una hoja de papel lisa y me dijo: - ¡Estrújalo!
Asombrado, obedecí, lo arrugué e hice con él una bolita. Luego me dijo: - Ahora déjalo como estaba antes.
Por más que traté de dejarlo como estaba, el papel quedó lleno de pliegues y arrugas.
El profesor me dijo entonces: - El corazón de las personas es como este papel. La impresión que dejas en ellos será tan difícil de borrar como esas arrugas y esos pliegues que has hecho en el papel.
Así es como aprendí a ser más comprensivo y paciente. Cuando siento ganas de estallar, recuerdo ese papel arrugado.”
(Nota: Desconozco el autor de este relato cuya lección me pareció tan valiosa que la escribí en un cuadernillo)