Iniciaron la mañana vistiéndose los niñ@s de infantil de “cristianos”: con telas traídas de casa, con dibujos hechos en clase, con espadas de cartón hechas en el patio… cada uno como deseaba, a su gusto. Los niñ@s de primaria de “moros”, y de igual forma, cada uno a su manera. Se les veía en la cara que se sentían especiales, que les gustaba sobremanera, que estaban disfrutando. El "moros y cristianos" no se empleó como forma de división ni de enfrentamiento, sino de intercambio de costumbres y de comidas entre unos y otros.
La “excusa” sirvió para aprender a hacer la horchata de manera tradicional: con la chufa, con los niños metiéndola en la picadora, escurriéndola, batiéndola, contando los litros de agua y haciendo sumas y restas sobre ello… Iver fue el primero en probar el resultado como podéis ver en la imagen. Disfrutaba viéndolo y viéndolos. Sin prisas, sin presiones, al ritmo del día y de las necesidades que iban surgiendo. Todo fluía.
Una comida conjunta, en el patio, mientras ellos jugaban y los mirábamos, nosotros, los padres y profesores, comíamos. Intercambio de charlas, compartir, disfrutar… ¿Se puede pedir algo más? Por mi parte (y la de Alejandro sobretodo, porque Iver estaba pachucho) y por la de su padre más que satisfechos con la jornada, con la dinámica y con la colaboración con el centro.
A mitad mañana hicimos un pasacalles por las calles del pueblo con un acompañamiento musical: todos juntos, sin distinciones. Y quien quiso bailó, quien quiso cantó, quien quiso acompañó, quien quiso caminó… No habían obligaciones, simplemente el celebrar. Los niñ@s con los trajes y los preparativos disfrutaron de manera increíble, y durante la comida también.