Una de las grandes ventajas de vivir durante una temporada en una gran ciudad es la de encontrar gente tan llena de inquietudes como uno mismo. Una de estas personas a la que tuve oportunidad de conocer fue Ingrid, una de las fundadoras junto con su hermana de la librería Panda Rhei en Madrid; una librería que, como ella, disfruta del arte y del diseño.
Un día hablando de fotografía decidí pedirle información sobre fotógrafos de arquitectura. En mi telefóno aparecen desde entonces tres nombres que he decidido estudiar y compartir con ustedes: Gabrielle Basilico (la ciudad), Roberto Polidori (el caos) y la fotógrafa de la que hoy les voy a hablar, Candida Höfer.
Siéntense y disfruten de ‘El espacio’.
Candida Höfer es una fotógrafa alemana (Eberswalde, Brandenburgo, 1944) hija del periodista alemán Werner Höfer. Con 24 años empezó a trabajar en periódicos como fotógrafa retratista y a partir de 1970 como ayundante de Werner Bokelberg. Posteriormente asistió a la Academia de Bellas Artes de Düsseldorf entre 1973 y 1982, donde estudió cine con Ole John y a partir de 1976, fotografía como alumna de Bernd Becher. Junto con Thomas Ruff, fue una de las primeras discípulas de Becher en usar el color, mostrando su obra en proyecciones de diapositivas.
Analizando sus fotos uno se va dando cuenta poco a poco de varios síntomas recurrentes que una y otra vez aparecen en sus imágenes.
El primero que percibimos y él que probablemente más valore junto al siguiente que les comentaré es la fuerza de color que presentan. Los espacios se llenan de vitalidad y cada uno de los elementos cobra vida propia gracias al color que Candida Höfer consigue transimitirles. Incluso en las imágenes llenas de blanco este color, lejos de convertirse en ausencia de información, no es más que un símbolo de pureza y pulcritud que exalta más si cabe la escena.
Inseparable al color aparece la luz, ¡siempre la luz!. Candida Höfer trabaja en la mayor parte de sus fotos con luz natural. Y esto se aprecia, ¡vaya que si se aprecia!, en la fuerza de las imágenes llenas de unos grandes matices de luces y sombras. Los encargados, como decíamos antes, de crear una escena llena de fuerza y de detalles capaces de reflejar toda la información que aparece frente a la lente.
Tras este primer análisis, intentamos alejarnos de la fotografía para verla en su total magnitud y descubrir así el tercer punto en común de sus imágenes, que no es otro que su amplitud. Trabajos siempre con gran angular, algo que parece casi una exigencia en fotografías de interior, pero que junto a la vitalidad de las imágenes es capaz de colocarnos dentro de la escena.
Antes de analizar el último punto me gustaría comentar un aspecto de su fotografía, probablemente el que me deje más insatisfecho, la simetría. Una elección que es defendible en su obra por la gran presencia de arquitectura clásica en su fotografía, pero que desde mi punto de vista quita al fotógrafo una labor que distancia la ‘fotografía de información’ de aquella que además pretende aportar algo más, evocando no sólo un lugar, sino una situación. La fotografía, como la arquitectura, está cada vez más ligada a lo oblicuo, a las sensaciones, y no tanto a esa ‘firmitas’ que predicaba Vitruvio y que ella deja patente en sus fotografías.
Para acabar, volvemos a adentrarnos en la fotografía para darnos cuenta de un último detalle del que no parece fácil percatarse. Y es que nadie, ¡nadie!, aparece en las fotografías de interior de Candida Höfer. Son fotos huérfanas que nos hablan de la calidad y de las posibilidades del espacio como tal. Con ello me hago una pregunta a la que todavía no me veo capaz de responder: ¿qué sentido tiene la arquitectura sino es para las personas? ¿qué valor tiene un espacio sino es el de las personas que pueden utilizarlo?, y por ende:
¿Qué sentido tiene la fotografía sino es capaz de aportar a una materia lo que necesita para estar viva?
Archivado en: El corresponsal, Fernando Zaiter Tagged: arquitectura, Candida Hofer, color, espacio, fotografía, fzaiter, gabrielle basilico, roberto polidori, simetría