Puede parecer un título un poco exagerado y reduccionista pero el caso es que a mediados del siglo III ANE se estaba librando en el Mediterráneo occidental un conflicto entre Roma y Cartago que significaría el control de todo ese mar para quien resultase vencedor. Controlar el Mediterráneo en la Antigüedad significaba tener acceso a la creación de una red o Imperio como más tarde se materializó.
Roma partía en clara desventaja frente a su rival púnico que contaba con una flota y una experiencia marítima mucho mayores. Lejos de amilanarse, los generales romanos elaboraron una serie de estrategias cuyo objetivo, básicamente, era convertir las batallas navales en terrestres dónde la superioridad de sus legiones en el cuerpo a cuerpo no tenía rival ni lo tuvo por muchos siglos. Para ello se valieron de ingenios ya existentes como el garfio y otros de propia creación como el corvus. Se trató de una solución temporal pero muy efectiva, sobre todo en el caso del corvus como veremos a continuación.
El garfio, utilizado como arma de combate naval, se remonta a los primeros tiempos de la navegación. Resulta lógico pensar esto pues es un aparato muy simple en su fabricación y nos remite al primer elemento bélico utilizado sobre el mar.
Se trataba de un palo de grandes dimensiones con una especie de gancho en su cabeza. Servía para enganchar un barco e impedir que se soltara o incluso en barcos de pequeñas dimensiones permitía acercarlo. Antes de que fuera puesto en funcionamiento como arma militar ya era empleado por los pescadores para evitar que las barcas se estrellaran contra las rocas.
Para defenderse de ser atrapados por los garfios, se cubrían las proas y el resto de las naves con pieles. De esta forma el hierro resbalaba y el ingenio dejaba de resultar operativo.
Parece que este ingenio se puso en práctica durante el ataque de los Pueblos del Mar contra Egipto en torno al 1.200 ANE. Durante la Guerra del Peloponeso su uso estaba muy extendido. Tucídides lo menciona en numerosas ocasiones, tanto usado por los atenienses y sus aliados, así como por los siracusanos.
El garfio permitía que incluso los barcos lentos y poco manejables pudieran aprovechar su incapacidad de maniobra para vencer al adversario. Según Casson incluso un grado dentro de la flota romana lo constituía el dolator que se encargaba de cortar las cuerdas de los garfios que arrojaban los enemigos sobre su nave. Hay que tener en cuenta que uno de los principales problemas con que se podía encontrar el garfio era con que las cuerdas que lo sujetaban fueran cortadas. De ahí que más adelante la cuerda de soga fuera cambiada por cadenas de hierro para evitar este posible inconveniente.
Fue en Milazzo, al norte de Sicilia, durante el verano del año 260 ANE. A las 130 naves de la veterana escuadra cartaginesa se opusieron los 140 barcos de la recién creada flota romana. El almirante de la flota romana Druilio era consciente de que a corto plazo era imposible adquirir la velocidad y capacidad de maniobra que tantos siglos habían necesitado las tripulaciones púnicas. Por eso intentaron adecuar el combate naval a las técnicas de combate terrestre en la cual eran muy experimentados. El ingenio militar romano puso en marcha los corvus.
Esta máquina estaba formada por una especie de pasarela de 1,2 metros de ancha y 11 de larga que se podía levantar, bajar y mover lateralmente por medio de los aparejos. Se sujetaba con un mástil de 7 metros de alto fijado en la proa del barco y el tablazón disponía en su extremo de un arpón de hierro afilado hacia abajo que se clavaba en el barco atacado. Así quedaban amarradas las dos embarcaciones. Los primeros soldados en pasar a través de la pasarela colocaban sus escudos como protección a los lados de la barandilla. El resto de tropas podían pasar de un barco al otro con una protección total. El combate naval había pasado a ser un encuentro cuerpo a cuerpo para el que la flota cartaginesa no estaba preparada.
Esta nueva técnica impulsada por los romanos desconcertó a la flota púnica que no disponía de un elevado número de soldados dentro de las embarcaciones de guerra.
“… A medida que se iban acercando, al ver los cuervos que se levantaban en las proas de cada nave, los cartagineses vacilaron algún tiempo, extrañados por la construcción de aquellos ingenios; pero al cabo desdeñaron al adversario, y las naves delanteras avanzaron audazmente para iniciar el ataque. Los barcos que trababan combate quedaban firmemente enlazados por estos ingenios, los romanos pasaban inmediatamente a través del propio cuervo y entablaban batalla sobre las cubiertas. De los cartagineses, unos murieron, y el resto se entregó, atónitos ante lo ocurrido, pues la refriega acabó siendo casi como un combate en tierra… El resto de las naves cartaginesas navegaba de frente, como para el abordaje, pero cuando, en su aproximación, vieron lo ocurrido a las naves que les precedían, viraron y evitaron la acometida de aquellos ingenios. Confiados en la rapidez de sus naves, esperaban efectuar la acometida, sin riesgo, unos por los flancos, y otros, adelantándose, por la proa. Pero los ingenios se erguían frente a ellos por todas partes y se abatían todos a la vez, de manera que las naves que se acercaban se veían cogidas sin solución posible; al final, los cartagineses se retiraron y huyeron, estupefactos por la novedad de lo ocurrido y tras haber perdido cincuenta navíos… “ (POLIBIO, Historias, Libro I, 23, 5).
Los nuevos modelos de quinquerremes romanas se hicieron mucho más navegables y mejoraron notablemente su capacidad de maniobra. El corvus incidía negativamente en la nave pues contribuía a reducir su estabilidad y eso era más apreciable en los momentos de tempestad. De ahí que sólo en las naves de antigua construcción que eran poco manejables siguiera en uso. En el caso de los barcos de pequeñas dimensiones que no disponían de las innovaciones aportadas por el corvus, el garfio siempre fue el arma dominante para los acercamientos. Hay que señalar que tras las Guerra Púnicas el corvus desapareció de las fuentes por que puede que se volviera al uso del garfio en todo tipo de embarcacionesSu retirada de la armada romana debió producirse a raíz de una serie de grandes tempestades que causaron enormes pérdidas en la flota.