Las calles están vacías aún, la piedra calcárea de la fuente resplandece y el débil chorrillo de agua parece quejarse, pues siente que no puede calmar la sed de las variadas vidas que se arriman a él.
Aniano, al acercarse al surtidor, escucha ruidos y discusión: dos cuervos están disputándose el amor de una córvida que, impasible, contempla cómo el más grande y fuerte picotea al mozalbete hasta hacerlo sangrar.
Graznan y luchan. Bandadas de aves, atraídas por los chillidos, llegan tiñendo el cielo de azul añil. Están excitadas y se posan, ansiosas, en las ramas y en las copas de los árboles.
-¡Cobardes! ¡Cobardes! -Aniano interviene en la disputa separando a los cuervos con su bastón, y las recién llegadas huyen dejando en el suelo al joven y maltrecho cuervo -el vencedor y la córvida marchan con ellos.
El sol recalienta el asfalto de las calles y los tejados de las casas. Las avispas beben en la fuente. Unas mariposas blancas aletean alrededor del herido. El ave está de suerte.
-Te daré hospedaje y, a cambio, te comerás las moscas del verano.
Cae la tarde y sigue brillando el sol que, en un juego de ilusión, convierte la cuchilla oxidada de una guadaña en un estilete de oro.
Fotografía de María Gabriela Díaz Gronlier.