Por mi parte no había mucho interés de seguir con la relación, mis compañeros me cargaban, mis amigos del barrio no me creían, me perdía partidos de fútbol por estar con ella. Sin embargo no tenía ganas de pasar así como así, mi sentido de la inmortalidad se había despertado temprano según le dijo la psicopedagoga a mi mamá.
Mi primer granito salió el día anterior a la fiesta volviendo imposible la remontada con Luana aunque así lo quisiera y quitándome tiempo para llevar adelante mi ambicioso plan. Me empilché con una camisa que me quedaba larga, me llené el pelo de gel y me compré el primer paquete de cigarrillos de mi vida. LLegué a la fiesta con un paquete enorme, estoico a enfrentar el destino pero con una carita que decía a quien quiera escuchar que olvidarme no le iba a salir tan barato (la cara era con una sonrisa escondida, los ojos un poquito chinos).
Luana me recibió con un abrazo tibio, estaba más fea que de costumbre con el espantoso vestido blanco y la pintura empastando su cara. El vistazo hacia el regalo escondía pena. Habrá pensado la rubia que justo este gil había venido al día de su humillación, a la entrega del reinado, con un regalo carísimo que lo ridiculizaría aún más. Pedí, siguiendo el juego, que por favor lo abriera luego de la fiesta, tal vez por compasión, accedió.
Durante el transcurso de la fiesta me mostré imperturbable, aguantando las miradas maliciosas, las fotos con gente transpirada, la espuma del carnaval carioca, la soberbia de matías creyéndose ganador. Expiradas las viejas, llegando al momento del café con leche mañanero que pocos se quedaron a probar, Luana, ya manoseada por Matías, se acercó a chusmear los regalos. El tipo de la cámara la siguió, un poco entrado en copas, tomándola fuera de cuadro. La rubia se guardo en el escote breve los sobres llenos de dinero, que de ninguna manera cubren el pollo con papas del primer plato, acto seguido desnudó con esfuerzo mi regalo: Un oso enorme con un minutero.
Entre la gente que corría a refugiarse en la calle de la probable explosión, prendí el primer cigarrillo de mi vida, golpee una copa de coca cola con la cuchara y tomé la palabra (el dj atento puso “The end of the world de Skeeter Davis”
-Querida Luana. Que te puedo decir que no te hayan dicho esta noche. Que puede hacer esta noche más memorable. Sí, se que puede hacerlo: Un oso con una bomba en el pecho, notarás que el minutero marca el infinito, no te pongas nerviosa, es solo un seguro para que no descartes al oso. Jamás te haría daño mi amor. Ojalá que lo puedas tener durante toda tu vida, yo lo tendría si fuera vos, porque tiene un localizador bastante sofisticado, que hice en el taller del viejo Insaurralde, el pelón. Si noto que alguna vez sale de tu cuarto me voy a poner muy muy muy pero muy mal y tal vez adelante la explosión. Que termines bien tu día.
Eramos ella yo y el dj que se avivó y tiró humo. Me retiré caminando lo más campante, ella lloraba nerviosa. Luego de perderse en el humo con el oso en upa no volví a verla. Ella se vé que nunca habló del tema o la policía no le creyó, aunque los chicos de la escuela no me cargaron más, la psicopedagoga no citó más a mamá y me empezaron a aprobar las maestras. Han pasado 38 años de ese momento y hoy la recuerdo, no por ella en sí, ni por nostalgia de la juventud, sino porque no me acuerdo donde carajo dejé el detonador y el perro anda caminando raro, como si estuviera indigesto.