Evo y sus nuevos héroes
El Dakar no solo se “corrió por primera vez en el cielo” como machacaba el eslogan oficial, sino las cifras de movimiento económico que supuestamente generó se van por las nubes. Quién como el mago ministro de Economía que, al igual que los brujos de Palacio Quemado, seguramente posee el don de la clarividencia para anunciar resultados espectaculares y no precisamente de nuestros limitados pilotos. Visiblemente satisfecho, el ministro Arce soltaba alegremente que todo el acontecimiento había movido entre 500 y 600 millones de Bs (aprox. 72 millones de dólares, mínimamente), resultado por demás extraordinario considerando que sólo se habían gastado unos $us 6,5 millones en la organización. Negocio muy redondo, aparentemente.
Como este es un país de ciegos y atolondrados, cualquier monto por muy exagerado que sea es aceptado sin rechistar. Para empezar, los cerca de 100 mil visitantes (según cifras del gobierno) fueron viajeros nacionales, en su gran mayoría jóvenes. Calculando a grosso modo, si dividimos esos 72 millones entre el número de visitantes, nos da un promedio de ¡720 dólares por persona!, un monto sumamente excesivo para nuestros estándares de vida. Es más, las ofertas de las agencias de viajes desde Cochabamba -que está muy lejos de Uyuni, epicentro del evento- oscilaban entre los 100 y 200 dólares por persona, vía carretera más estadía de dos noches. Sólo unos cuantos privilegiados se trasladaron en avión, especialmente los funcionarios estatales.
Los pocos hoteles y alojamientos particulares que fueron acondicionados, se destinaron a los numerosos burócratas, dirigentes deportivos, periodistas y delegados extranjeros enviados por los organizadores del rally. La mayoría abrumadora fue alojada en escuelas, instalaciones militares, coliseos deportivos y campamentos al aire libre. Se vieron pocos viajeros llegados de Europa o Norteamérica. Así las cosas, es inverosímil que el turismo interno haya generado esas cifras monumentales que se acercan a las de Argentina y Chile, empezando por el hecho de que en Bolivia el poder adquisitivo es mucho menor con respecto a los países vecinos. Mucho peor si consideramos que por territorio nacional únicamente se disputaron dos etapas y solo en la modalidad de motos y cuadriciclos. Tanta es la autocomplacencia de los organizadores locales que seguramente hasta los lugareños generaron muchos dólares aunque sea apostándose en el trayecto.
Los únicos que se beneficiaron en algo fueron los pobladores y comerciantes de Uyuni, desde los artesanos hasta los puestos callejeros de comida. Un miserable sándwich de pollo costaba casi el triple denunciaron algunos viajeros. Ya nos podemos imaginar el resto de los negocios. Por donde se lo vea, era una estampa calcada a una fiesta folclórica como la de Urkupiña: turismo en tromba, ruido de altavoces, farras masivas y al día siguiente las plazas y calles apestando a orines y otros desechos. Bien que conozco a mis paisanos como para pensar otra cosa. Lo de la “deportividad” y otros sacrificados valores de los motociclistas sólo fueron un colorido marco para la jarana. En el entredicho queda el beneficio para una ciudad, si por unos míseros billetes, entregan su ornato y tranquilidad a la horda de forasteros que nunca olvidan dejar su mierda, aunque sea por puro deporte. ¡No me vengan a decir que el boliviano es un ejemplo de urbanidad!
En contrapartida, suena risible que Evo el Austero haya ordenado gastar tan poca plata (los 6,5 millones) en tan magno evento. Sólo en costear la franquicia a la ASO (los dueños del circo) se destinaron más de 2 millones (es increíble que no sea al revés, cuando el rally viene a hollar nuestra geografía). A esto sumémosle la incesante propaganda -con lujosos y bien producidos spots – que desde por lo menos un mes antes se transmitió en toda la red de medios audiovisuales. El gasto en movilizar maquinaria y operarios para acondicionar los caminos. La instalación de servicios: electricidad, agua, combustible de primera para los motorizados, telecomunicaciones, etc. El constante traslado de varios ministros para “coordinar” las tareas de organización. Hasta se jactaron de llevar más de 800 médicos a toda la zona, seguramente para monitorear un mínimo resfrío. Asimismo, los miles de policías y militares que desplazaron para resguardar el jolgorio histórico. No alcanzo a imaginar ni el gasto en logística que supone llevar a tantos uniformados. Todo sea por satisfacer las exigencias de los franceses aventureros. Una vez más hicimos gala de la diplomacia del poncho, para recibir como héroes a los Mad Max de bazar, como los llamaba un cantante francés, al extremo de recibirlos con un coqueto juego (poncho, gorro y pantuflas de abuelita) de lana de camélidos para cada piloto que vino a dejar su huella.
No podía faltar el colofón de ver al líder supremo de la revolución encaramado en su helicóptero que por varias horas hizo seguimiento a los competidores, especialmente al crédito local Chavo Salvatierra, quien se mostró muy orgulloso de sentirse tan apoyado e inspirado por su etérea presencia, como confesó posteriormente al borde de las lágrimas. A Cristina Fernández le importó un carajo un asunto de privados, como tiene que ser habiendo cosas más importantes que tratar en su país. Al contrario, Evo el Austero, fue el principal promotor desde el principio, uno de sus tantos sueños de poner a Bolivia ante los ojos del mundo, así sea a cualquier precio. Con el Dakar se confirmó que lamentablemente el país sigue inmerso en un bobalicón infantilismo, tal como muestra el unánime aplauso que todos sin excepción (no he oído ni una sola opinión contraria de ningún periodista u otro comentarista) brindaron al “estadista” plurinacional por poner en práctica sus aficiones infantiles, no otra cosa señala que fuera personalmente a esperar a los competidores, agradecerles zalameramente y sacarse innumerables fotos con ellos. Desde los tiempos del Mundial de 1994 no habíamos visto tantas banderas flameando ni había sonado tanto el himno Viva mi patria Bolivia. Como si todos nos montáramos en las máquinas, como si todos segregáramos adrenalina. Patrioterismo y euforia generalizados.
Huérfanos de héroes como estamos, ya que no destacamos en nada de nada, todos nos volcamos en la figura de Salvatierra, el único motociclista que queda en competencia, quien a pesar de estar lejos de la punta (oscilando entre el 15 y el 20) está cada vez más cerca de ser ungido al panteón de los inmortales. Lo curioso es que la única mujer que todavía compite, una española bien macha, le aventaja en la clasificación general y, por supuesto, a toda una tropa de varones. Y a ella nadie la ha tratado como heroína, ni siquiera los helicópteros y cámaras le han hecho un seguimiento especial, ni mucho menos homenajes relucientes a su arribo a Bolivia. Lo suyo, considerando las diferencias físicas y capacidad de resistencia en una competencia tan desgastante, sí que es remarcable pero a nadie parece importarle. Al contrario, a cualquier corredor que lleve la tricolor entre sus trapos se le da un tratamiento de atleta griego y, quién sabe, terminada la competencia le ceñirán la cabeza con laureles imaginarios y le colgarán del pecho un pedazo de hojalata con la figura de un cóndor… ¿quieren apostar?