El daño, de Andrea Maturana

Publicado el 07 agosto 2024 por Jimmy Fdz

Bibliometro S03E06. A Andrea Maturana ya la habíamos leído hace meses (principios de mayo, más o menos) cuando volvimos a la lectura, al bello hábito de leer libros y no instrucciones de shampoo o información nutricional de productos alimenticios. En ese entonces pedimos a la Biblioteca Nacional El Querisque, una recopilación de los brillantes y geniales cuentos de esta autora chilena. El daño es su única novela hasta el momento, publicada allá por mediados-fines de los noventa, si bien ha publicado libros de literatura infantil mayormente después. Pero nuestro afán completista no es tan extremo, ja, ja. Por ahora quedamos bien con ella.

El daño no es en lo absoluto una mala novela pero hay algo decepcionante en ella, al menos para mí. El libro trata sobre dos mujeres que están en un viaje por el norte de Chile, por el desierto, cuyas razones poco a poco se irán conociendo y que tienen que ver con profundas heridas del pasado, al menos en lo que respecta a la protagonista, Eliza. Su amiga es Gabriela, que viene saliendo de una tormentosa relación fallida con un hombre casado que, claramente, eligió su matrimonio llegado el momento del ultimátum. Eliza, por su parte, quiere rastrear ciertas huellas familiares para hallar respuestas que, quizás, le den claridad y acaso tranquilidad a sus graves traumas de abusos y violencia por parte de su padre. Ambas mujeres dañadas, buscando consuelo y reparación, ambas enfrentando a su manera el dolor: Gabriela a través del activo tormento, de pensarlo y sobrepensarlo en todo momento, buscando cualquier manera de llenar el vacío; Eliza huyendo del dolor, relegando a las sombras las memorias que sólo traen consigo más dolor, refugiándose en el vacío; en cualquiera caso, ambas mujeres presas de ese sufrimiento. Ambas mujeres, por lo demás, que deben ser jóvenes, recién en sus veintes, pero que por alguna razón me imaginaba que ya estaban en su treintena, quizás sea por el tono y la escritura tan intensamente apesadumbrada, tan insistentemente analítica, tan pero tan de enrostrarse a sí misma en el pesar que acaba por distanciar, alejar, ser un retrato frío, clínico, aséptico. Y es curioso porque la prosa de Maturana no deja de ser bastante ágil, elegante, ingeniosa e inteligente en sus recursos literarios, y en lo que respecta a la descripción de lugares, acciones y acontecimientos, los capítulos avanzan con fluidez y tensión, de esa tensión a veces irrespirable. Y sin embargo su componente introspectivo se siente demasiado pesado, tanto por el mencionado tono lastimoso (aunque para nada autoindulgente o autocomplaciente o autocompasivo u otros autosentimientos tan nocivos; al contrario) como por la prosa en sí. En sus cuentos Andrea Maturana lograba aunar las oscuras complejidades del ser humano y su cotidianidad con las curiosas e interesantes levedades que hay en todo acontecer, pero acá la carga del dolor, del trauma, es demasiado. Y sin duda que la autora está muy bien informada al respecto porque claramente todo lo que la protagonista, que es la narradora, escribe sobre su proceso de reparación y sanación del trauma consigo misma y con su pasado, tiene un rigor profesional. Y sin duda que es terrible y doloroso constatar la cantidad de víctimas invisibles que deben haber a nuestro alrededor, pasando en absoluta e injusta soledad un proceso sumamente hiriente, viendo cómo esos traumas afectan cada aspecto de su día a día... Pero me pareció que la novela se recrea mucho en eso, en el insoportable e inquebrantable peso y análisis del sufrimiento. Puede destacar por méritos propios como documento novelado de las características y consecuencias conductuales de los traumas, pero como novela, como digo, sin ser en lo absoluto mala, pierde de vista aspectos más humanos en este ejercicio de relato clínico, como la emoción en su estado puro; es que, literal, todo lo que los personajes hacen y sienten pasa por el velo del puntilloso análisis conductual-psicológico, y acaso tenga lógica que el trauma genere esa culpabilidad por disfrutar, aunque sea un momento fugaz, de la vida, pero aún así el efecto que provoca es el alejamiento, cierta incomodidad. Me recuerda a un cuento de Lucía Berlín, creo que se llama Punto de vista, que va un poco sobre eso; es decir, la narración en primera persona de El daño es más bien un lastre en lugar de un activo porque, más o menos como dice Berlín, cuando se trata sobre penurias y penalidades, la primera persona es como que se suba alguien a la micro o al metro a contarnos su triste historia para recaudar algunas monedas.En resumidas cuentas, El daño no deja de ser una novela bien contada, solvente en su relato, que además logra estremecerte cuando la protagonista empieza a enfrentar más frontalmente los terribles traumas de su niñez, pero que a un nivel más bien emocional y de piel cuesta amigarse con los personajes. Y yo, eterno en rizar el rizo, no dejo de pensar en que quizás sea todo calculado, porque la protagonista se la pasa diciendo que le cuesta congeniar con todo el mundo, que se cierra bajo un implacable caparazón de desconfianza y distancia humana, y pues como ella es la narradora, tiene sentido que "su" novela mantenga tan de lejos al lector, ¿o no?Como sea, El daño me ha dejado con sensaciones encontradas. El entusiasmo y la satisfacción no destacan precisamente. Dénle una oportunidad si pueden, total, al menos vale la pena.

Bueno, bueno, la tradición republicana de todo préstamo. El primer préstamo de El daño fue para el 13 de mayo, hasta hoy son cuatro préstamos, en promedio uno por cada mes, claramente una racha prometedora. Los timbres están bien colocados y sólo desentonan esos rayados circulares con lápiz pasta, o sea, para qué, amiga para qué.