En pleno siglo XXI, la escuela y el magisterio han extendido su labor hasta la universalidad, siendo la educación básica obligatoria para los niños y las niñas desde los 6 a los 16 años. La escuela ha reducido (que no extinguido) las desigualdades de clase, hasta el punto de que hoy a nadie (o casi nadie) se le niega una educación de cierta calidad por razones económicas. También se han realizado muchos esfuerzos en compensar las desigualdades de género (que se dan más a nivel doméstico y profesional que a nivel escolar) y las étnicas (que han pasado de aculturizarse, a tolerarse y finalmente a incluirse dentro del concepto diversidad). La escuela ha evolucionado de ser la institución que formaba a obreros a aquella que educa a futuros/as ciudadanos/as. Pero a pesar de todo ello y de las transformaciones sociales que ha catalizado, hoy -más que nunca- la escuela y el magisterio son cuestionados por la sociedad. Las madres y los padres se cuestionan las decisiones del profesorado, lo que les lleva incluso a educarlos en casa, y el abandono escolar prematuro supera el 30% en varias comunidades autónomas españolas (ver noticia de ayer). Si el papel de la escuela es educar a la futura ciudadanía ¿cómo puede permitirse una sociedad moderna como la nuestra que un tercio de su población termine estigmatizándose y no disfrute de esa igualdad de oportunidades que la escuela debe aportar?. ¿Qué hace que tantísimos/as niños y niñas abandonen su formación básica para la vida?.
En mi opinión, la causa fundamental (que no única) es la desvinculación con la economía y el mercado de trabajo que ha experimentado la escuela en las últimas décadas. Hoy es más patente que nunca que la escuela no prepara para el trabajo. Mientras el sistema educativo lleva años suministrando ingentes cantidades de profesionales con un nivel medio-alto de capacitación (diplomados y licenciados), el mercado de trabajo se ha ido reestructurando para asimilar sólo mano de obra de muy baja cualificación (sector servicios) o profesionales de altísima cualificación profesional (ingenieros). Y este desfase está lejos de ser corregido por las instancias educativas y desborda al profesorado que ve como su alumnado está cada día más desmotivado y desinteresado en aprender porque ello no les conduce ni les garantiza un futuro empleo. La escuela se ha convertido en el único reducto de la sociedad en la que se practica la 'cultura del esfuerzo', rodeada de estímulos más variados y divertidos (Internet, videojuegos, TV, etc.). Si a esto se le añade que a ese esfuerzo que proclama no se le ve un rédito, los resultados que cabe esperar son tan dramáticos como nos marca la realidad.La escuela debe volver, cuanto antes, a mirar a la sociedad, como lo hizo en sus orígenes, pero ahora para adaptarse a ella y no para tratar de reproducirla o transformarla en función de los intereses del capital. La escuela tiene un importante reto que abordar: la educación de nuestros hijos e hijas en una sociedad globalizada, intercultural y en la que los derechos humanos y la 'economía del bien común' sean el marco irrenunciable de convivencia. ¡Digamos sí a la escuela del siglo XXI!.También podría interesarte :