Por eso mi ropa tendida es una muestra invisible, discreta, poco ofensiva, frente a esa cruzada de vaqueros bien tendidos, rectos, pinza con pinza. Camisetas de Niña Pequeña se enfrentan al descaro de los pantalones de mi vecina de patio. Los calcetines frente a la tela tejana y las camisas de manga larga -llegó el otoño- adelgazadas, tapando apenas el descuido de otra prenda de color que destiñó no se sabe bien cuándo. Mi ropa se extiende apenas en las cuerdas que me corresponden -ni siquiera de pared a pared-, emulando malamente el despliegue vecinal de los otros roperos y el orden perfecto -uno, dos, tres, cuatro- de sus vaqueros.
El descaro de un pantalón vaquero.
Publicado el 03 noviembre 2010 por Negrevernis
Mi vecina de patio ha aireado hoy los pantalones. Los vaqueros. Los azules. Y cuelgan en reunión entre los tendederos, con perneras escuálidas no correspondidas: uno, dos, tres, cuatro, en reunión silenciosa y abandonada. Uno junto a otro, en ordenada fila de ama de casa, seguro que preocupada ella por no mezclar colores y que resulten airosos y sólidos, sin mancha de cualquier color. Cinco, seis.
Por eso mi ropa tendida es una muestra invisible, discreta, poco ofensiva, frente a esa cruzada de vaqueros bien tendidos, rectos, pinza con pinza. Camisetas de Niña Pequeña se enfrentan al descaro de los pantalones de mi vecina de patio. Los calcetines frente a la tela tejana y las camisas de manga larga -llegó el otoño- adelgazadas, tapando apenas el descuido de otra prenda de color que destiñó no se sabe bien cuándo. Mi ropa se extiende apenas en las cuerdas que me corresponden -ni siquiera de pared a pared-, emulando malamente el despliegue vecinal de los otros roperos y el orden perfecto -uno, dos, tres, cuatro- de sus vaqueros.
Por eso mi ropa tendida es una muestra invisible, discreta, poco ofensiva, frente a esa cruzada de vaqueros bien tendidos, rectos, pinza con pinza. Camisetas de Niña Pequeña se enfrentan al descaro de los pantalones de mi vecina de patio. Los calcetines frente a la tela tejana y las camisas de manga larga -llegó el otoño- adelgazadas, tapando apenas el descuido de otra prenda de color que destiñó no se sabe bien cuándo. Mi ropa se extiende apenas en las cuerdas que me corresponden -ni siquiera de pared a pared-, emulando malamente el despliegue vecinal de los otros roperos y el orden perfecto -uno, dos, tres, cuatro- de sus vaqueros.