Revista Literatura

El Destino del Guardián

Publicado el 15 octubre 2011 por Guchi77 @gustavomurillo7

Hace años que permanezco junto alárbol, cuidando de él. Debo ser sincero y decir que es mucho más lo que él meprotege, a mí y a los míos. Yo solo mantengo vigente el Pacto.El Destino del GuardiánAún recuerdo, gracias aperiódicas repeticiones como esta que hoy enuncio, con tristeza el día que semarcharon los guerreros de mi pueblo. Los caciques fueron unánimes en sudecisión, debíamos luchar o nuestro pueblo moriría de hambre en un ciertoperiodo de tiempo. A mí me fue encomendada ese mismo día la tarea de custodiarlos ritos que sostenían el pacto entre los dioses y nuestro pueblo. Era unatarea imprescindible en el periodo de luchas que se abría y no pude negarme,esta responsabilidad me pertenecía por herencia y no podía sustraerme de ellaasí como nadie podía reemplazarme frente a ella. En mi interior me rebele y medesgarre pero mantuve firme mi semblante. El pacto era más importante que misambiciones de fama y de batalla.Las mujeres que permanecieron enla aldea se acercaban diariamente a verme en aquellos primeros años. Merelataban los acontecimientos de las batallas según las versiones que a ellasles llegaban y me reconfortaban tiernamente por mi sacrificio y porquecomprendían que mi deseo hubiese sido combatir junto a mi generación. Viví através de sus relatos la crueldad de las batallas, la sórdida matanza delenemigo solo aceptable en la medida de que así se alejaba el peligro inminentede la hambruna, del desplazamiento a tierras mezquinas. Con esos temoresasumimos el crimen de manchar de sangre el verde monte que nos cobijaba porigual a nosotros tanto como a nuestros enemigos.Recuerdo aun hoy los llorososrelatos… la muerte de mi familia, la locura paso luego sobre los campamentos ydesbarató el espíritu de muchos cobrándose así la violencia adeudada por losguerreros, tanto de nuestra tribu como del enemigo. Pasó el tiempo y lasmujeres de la tribu empezaron a cansarse, muchas de ellas habían enviudado ycumplido ya hace tiempo con todos los ritos del duelo, algunas acabaronescapándose de la aldea según me informaron las que permanecían fieles anuestra cultura. Luego, una de las que aún me visitaban con cierta regularidadme confesó que les había llegado hacía ya tiempo una triste noticia. Nuestrosjefes se habían cansado de la constante pelea y alquilaban nuestros hombres alenemigo para diversos trabajos, desde cosechar en sus tierras hasta lucharcontra otros pueblos aun rebeldes. Decían que así acumularían nuevas armas conlas que conseguirían un triunfo cómodo y seguro.Yo no tenía la autoridad ni elconocimiento para saber si esa estrategia era acertada o si significaba laderrota definitiva enmascarada de miserables sacrificios y pequeñas conquistas.Compartía en esencia el sentir de la mujer que me dio la noticia, era unacontecimiento triste como la puñalada con que se les da paz a los enfermosincurables. Jamás podrían volver nuestros guerreros si no vencían… y nisiquiera estaban luchando. Mientras nuestros caciques acumulaban herramientas,cabalgaduras e incluso decían que armas, nuestra territorio moría víctima delolvido, reducido a un inútil y fértil desierto. Así, y como era natural, pasadoel tiempo razonable, las mujeres empezaron a marcharse a buscar hombres, a losde nuestro pueblo o cualquier otro.Yo me quedé. No estaba seguro delretorno de mis hermanos pero sabía que la verdadera derrota solo se consumaríael día que el pacto se extinguiese.Día a día a lo largo de los añosrepetí en la soledad los ritos que sostenían la antigua alianza que nosgarantizaba el aprovechamiento de la naturaleza poderosa y peligrosa en susgenerosos dones. Hubo días en los que sentí volverme pájaro o árbol o espíritusegún pasaba el tiempo sin más ciclo que la persistencia de la fe. Luego debísufrir el asedio de los demonios de la locura quienes tras hartarse de causarestragos en los guerreros de aquella –nuestra- inconclusa guerra llegaron pormí, seguramente animados por la piedad y la extrañeza de verme diariamentedurante las horas en que el solo azota, reptando en aquel árbol descomunal. Apesar de su ataque, de su intento de darme piadoso descanso, siempre puderecordar mi pertenencia a un pueblo constituido por un pacto, a un pueblo quenació porque existía un árbol desde el que podía llegar a la providencia de losdioses y entre todos los miembros de este pueblo tuve yo el gran honor deperpetuar su rito hasta el día de su retorno.Eso me sostuvo lucido, e inmersoen mi desolada razón fui construyendo con el árbol un lazo de profundo amor quesuperó largamente las necesidades del pacto. El árbol fue cobrando sentido paramí desde cada una de sus infinitas hojas, verdes testimonios de la vida, consus destinos ínfimos, únicos e idénticos como los de todos los habitantes delmonte. Comprendí desde mi corazón también a sus emocionadas ramas, tratando deformar un nuevo universo más allá de lo posible, alcanzando la nada ytransformándola en ese mismo instante. Vi nuestro trayecto circular en sutronco poderoso de circunferencia hemisférica y también intuí el oculto mensajede las invisibles raíces certeras y exactas en su asir constante.Comprendí, digo, lo quesospechaba desde siempre, que en ese árbol en el que estaban dadas todas lascondiciones para comunicarnos con los dioses había también un espejo de nuestrodestino y quizás no era necesaria más comunicación, bastaba con esa profundaidentidad, como la imagen nacida en un rio límpido al reflejarse uno en ella.Creo aun en nuestros dioses y entendí que este gran árbol fue nuestra plegariay su respuesta. Y que desde el día que se inició el dialogo entre ellos ynosotros solo se dijo una sola frase, quizás primero como afirmación divina yluego como pregunta mortal, aunque el orden no es importante ante lo eterno oal menos lo cíclico. Esa única frase es nuestro destino cíclico codificado enel árbol eterno.Cada ser vivo de los miles quepoblaban el árbol fue parte de mi espíritu al poblar (tal como yo lo hacía) eseuniverso verde dentro del otro universo análogo, el del monte inabarcable. Elpacto tomó para mí un sentido mucho más exacto y abarcativo, mi pueblo y sudestino estaría presente conmigo mientras yo permaneciera fiel junto al árbol.A partir de ese día volví asaberme parte de él sin necesidad de abandonarme a alucinaciones dementes. Mipreciosa visión no fue, sin embargo, mi última iluminación. Desgraciadamente,un día vislumbré fugazmente un nuevo mundo que me rodeaba. La ciudad se meapareció por todos los costados, me rodeó como una niebla transparente yrefulgente al amanecer, brillando el neón y sulfurando columnas de humo através del brillo de los insectos y de la niebla que dio marco y posibilidad aesa extraña aparición durante un instante que me desbarató la paz espiritualque había disfrutado cada día desde que recordaba. Espere a partir de esemomento, con preocupación que llegase el nuevo día solo porque esperaba aquelen que regresaría quizás aquella visión relampagueante. Atravesé inmóvil lanoche y mis esperanzas se frustraron ese nuevo día así como los siguientes.Metódico, a partir de ese momentoatendí a todos los detalles del árbol y puedo asegurar fundado en que no hallénada excepcional, nada que se repitiese ni que sorprendiese por su rareza, queno hubo más que casualidad el día que la visión retornó. Estoy seguro que nilas estaciones ni el clima guardaron relación con esas vislumbres de diferentespoblados y ciudades desconocidas e imposibles que le fueron revelados a misoledad. Mi primer temor fue que disuelto mi pueblo hubiésemos caído yo y elárbol, y quizás el monte entero, arrasados en algún distante pasadosobreviviendo ambos solo como ciegos espectros que continuarían su rutina sintener conciencia de haber desaparecido hace ya muchos años. Y que aldesgastarse y disgregarse finalmente las ilusiones suscitadas por las fuerzasde la fe y de las esperanzas me fuese dado como humillante recompensa percibirel mundo que se levantaba tras de las nubes de mi ilusión fanática.No se me escapaba que hacía años,quizás siglos que yo debería haber muerto. Siempre había confiado en que elmilagro de poder mantener el pacto más allá de mis fuerzas se debía a laexistencia de los dioses en los que confiábamos nuestra propia existencia y alos que nos encomendábamos antes de cada batalla. Sentía que mi vida persistíaporque era necesaria para mí pueblo, estas vislumbres me estaban enseñando miderrota o la de mi gente lo que finalmente significaba lo mismo.¿Era eso todo lo que me podíaofrecer mi fidelidad al fin de los años? ¿Existir como una mera sombra sin másfuerza, sin más frutos que ser finalmente consiente de no existir ya y depertenecer solo a oscuros girones de olvido?Pasado un tiempo decidí que ya sehabía cumplido la hora en que yo y el árbol deberíamos haber desaparecido sifuésemos solamente y nada más que fantasmas.Continué existiendo, recordando yesperando esas visiones y las vidas cotidianas que me mostraban,  desde otros ojos (los de hombres y mujeresjóvenes) que sin quererlo se convertían en ventanas a través de las que yopodía conocer un mundo que no me pertenecía ni podía comprender pero tan humanoen su humilde devenir, tan querible. Había pasado el tiempo, no puedo sabercuánto, pero ya no lo sufría porque esperaba las visitas de esas visionessumidas en niebla, tan valiosas, familiares como el mismo árbol, como los seresque lo habitan.Allí fue que entendí (y es lo quepresiento aun hoy) que al sostenerse aun el pacto mis visiones son el reflejodel mundo por el que transitan hoy los míos. Mi pueblo persiste al persistir sufe aunque ésta quizás este acotada y sobreviva solo en mi persona. No tengomotivos para esperar que mi gente recuerde ya ni sus creencias ni al árbol, nisiquiera su lengua que yo mismo olvidé hace siglos, salvo por las bendicionesque deben ser pronunciados en ciertos momentos cruciales del rito al que asistotodos los días, reptando diariamente las ramas de este árbol que de algunaforma ya no es todo mi mundo porque me permite comunicarme con un universodesconocido para mí.Queda sin embargo una profundapreocupación en mi interior. ¿Y si volviesen? No conocen ni el pacto ni alárbol que los mantuvo en la existencia ni queda ya nada de nuestra lengua.Sumando su olvido al mío, ya queme he convertido en un habitante de este mundo verde, sin más lenguaje que losrituales que repito en una lengua olvidada, creo a mi pesar que ni siquiera nosdistinguiríamos. Quizás ellos solo verían una pequeña alimaña, un animal delmonte. O quizás yo desaparecería y todo nuestro universo conmigo, al vermeobligado a tomar conciencia del paso del tiempo victorioso en todo, hasta sobremí que sobrevivo solo gracias a la ilusión de soledad y a la fe.Por último, queda otraalternativa. Nunca pude llevar una contabilidad de los años que permanecí aquí,ni del proceso de transformación que sufrió tanto mi cuerpo como mi mente queperdió, entre otras cosas, su lenguaje. Yo he estado aislado de mi pueblo y detodo hombre y eso vuelve mi existencia algo completamente incomprobable. Undiscurso sin más entidad que la que le da quien lo enuncia y quizás quien lorecibe y cree algo en él.Es posible que yo haya perecidohace años, quizás el árbol sufrió igual destino. ¿Quién puede asegurar que yoexisto? ¿Y qué este árbol desde el que habló ha sobrevivido? ¿Quién?Nuestra tribu ha muerto primeroque nada para los caciques que la entregaron pero luego para todos sus hijosque la olvidaron para sobrevivir. Entonces, mi existencia no es más que unaleyenda olvidada.Pero aun existo y sé que el ciclodel árbol es perpetuo, aun cuando nuestros hombres y nuestro tiempo se handisgregado, el poder verlos como visiones, aquí, a mi lado, en medio de lasverdes ramas y de los insectos atareados es prueba de ello. Mi pueblo cambiómás allá de las posibilidades imaginables. Solo yo, en esta existencia sin testigos.Pude preservarme. Quizás fue un acto de piedad o de necesidad de mis dioses. Nolo sé.Aun puedo recordar que este mundoes circular, que el camino que se inicia solo finalizara para poder volver aempezar. Los ciclos que han determinado tanto nuestro nacimiento como nuestramuerte y el subsiguiente olvido, existen para poder, luego, volver a recuperaraquello que se ha abandonado. Aquí permanezco, parte ya de este universovegetal, más allá de la bruma de los sueños y de los viejos presagios, sé que llegaráel día del reencuentro.Solo espero a conocer ese día tanluminoso que no tendrá ya la contrapartida rítmica de su ocaso. Sé que vendráel fin con la buena nueva del reencuentro anhelado.

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