¿No os habéis preguntado por qué está tan de moda lo retro o lo vintage? ¿Por qué vende tan bien la nostalgia, y por qué no dejan de reponer actualmente las series originales de nuestra infancia? ¿Por qué nos gusta mirar atrás, aun sabiendo que el recuerdo siempre resulta mejorado (y maquillado) por el paso del tiempo…?
¿Tan infelices somos ahora?
Y es que esa es mi teoría sobre la cuestión, aunque intentaré matizarla un poco. Conozco algunas personas -me guardo sus nombres- que sólo se nutren de las imágenes, la música y los sabores/olores de su pasado. Si les valiera, darían marcha atrás y revivirían reiteradamente su década adolescente y juvenil. Para mí, esto escapa a la razón y a la lógica, pues intentando recuperar lo viejo, pierden buena parte de lo nuevo, sin ser conscientes de ello.
Aunque yo tuviera esa opción, jamás querría volver sobre mis pasos, por mucho que eso eliminara mis peores errores y mejorara mi vida profesional. No lo haría nunca. De hecho, cada vez me gusta menos evocar otras épocas, visionando cintas grabadas, o fotos de hace muchos años. Para mí la nostalgia resulta algo triste y de color desvaído. Ignoro el motivo, pero no me parece demasiado atractivo recordar otros tiempos. Me quedo en mi presente, que valoro muchísimo, admitiendo haber caído en las redes de lo retro en algún momento, eso sí…
Pienso que nuestra época, al contrario de lo que se suele decir, es la que vivimos en la actualidad. No la de cuando éramos jóvenes o niños. Es ésta. La de ahora. La del día de hoy, y echar la vista atrás demasiado a menudo sólo puede servirnos para alejarnos de ese futuro compartido que un día se hizo promesa.
Series como “Los camioneros”, “V”, “El coche fantástico”, “El equipo A”, “Verano azul”, o películas míticas de la infancia de mi generación, como “Mary Poppins”, “Supermán”, “El chip prodigioso”, “Regreso al futuro”, “Cazafantasmas”, “E.T.”, etc., etc., etc., no vienen acompañadas de una máquina del tiempo que nos teletransporte a otras décadas; y verlas una y otra vez sólo produce desconcierto y desilusión en quienes nos acompañan, ajenos a nuestras crisis de edad. En alguna ocasión puede resultar simpático y anecdótico. La repetición obsesiva no tiene ni pizca de gracia…
La nostalgia vende bien porque nos devuelve la felicidad gastada. Nos lleva de vuelta con nuestros padres, hermanos, abuelos, primos… Nos sienta al calor de la mesa de camilla y nos prepara un cola-cao con galletas, mientras nos muestra a los payasos de la tele preguntándonos si estamos bien, adivinando que no podríamos estar mejor. La nostalgia nos regala ese futuro infinito de días azules y soles infantiles -que versaba Machado en su añoranza-, y nos arropa con el abrazo protector de quienes más quisimos… Pero no es algo real, y debemos tratarlo como el recuerdo a respetar que representa, y considerarlo con la distancia que los años nos otorgan.
Para mí, lo pasado -por muy querido que haya sido-, pasado es. Me aferro a estos días presentes y futuros, tan valiosos y repentinamente mágicos cuando se observa la más remota posibilidad de perderlos.
Nos seguimos leyendo…