El día en que descubrí que soy pobre _ La sociedad del Mundo Feliz

Publicado el 30 enero 2017 por Sara M. Bernard @saramber
El día en que descubrí que soy totalmente pobre no estaba haciendo nada especial. Mi cabeza, de hecho, se relajaba en la falta de concentración durante una pausa de estudio. Descanso permitido para comer algo en el salón, frente a la tele. Con el mando a distancia salto de un número a otro, de un canal a otro, increíble desgana. Hasta la palabra zapping ha pasado de moda. Y no voy a mentir, ya no es habitual estar ahí sentanda, mirando nada elegido que puedas poner en pausa o revisionar, ni nada elegido minuto a minuto. Veo más internet que televisión.
No sé qué programas echan ni me suena la mitad de gente que aparece. Entonces Niño de Becerra -lo sé por el cartel- se levanta con sus gafas y sus pelambreras para escribir cifras en una pizarra. En La Sexta van a explicarme la cifra de ingresos anual para considerarlo pobreza en este país. 7650 € al año es el límite por debajo del cual puedes llamarte pobre. También marcan las cifras de la disfuncionalidad del Estado: las estadistícas desiguales norte-sur, en Navarra por ejemplo la cifra es 8000, en Andalucía es 6000. Algún día me enteraré de los vericuetos exactos de la diferencia: como andaluza, el nivel de gasto para vivir os aseguro que ha sido igual de caro, aunque ganemos menos. Incomprensible.
Ahora, imagínate lo que es vivir con 2300€. O con 2500. 
Cambio el plástico negro del mando por el de la calculadora a pilas, ahí al lado sobre el libro de Análisis de Datos que estudiaba antes de comer. No hago los ejercicios fiscales desde hace años. Cuatro, cinco, seis. Se me está olvidando cómo se hace una declaración de la renta. Porque ni llego al mínimo necesario. Aprieto el on
Imagínate lo que es vivir con 2300. O con 2500. En todo un año, aunque en el contrato figuren casi 10 meses continuados de empleo. Una media de 20 o menos horas a la semana. 
En los últimos dos años he disfrutado de una magnífica exención al basurero. Lo que más me duele es mi colaboración indirecta con las cifras optimistas de repunte en el empleo, servidas cada mes y transformadas en herramienta de márketing para campañas electorales. Admito mi culpa: he formado parte de esas cifras. Puedo llamarme esclava con sus siete letras. Sudar horas y que aún así no de suficiente para la comida. Y si te lo preguntas, he sobrevivido por el mantenimiento de mi familia, como una adolescente cualquiera. Y si te lo preguntas, hace cuatro años que no piso una redacción ni física ni virtual, pero no he parado de molestar en todas partes y productoras sin obtener nunca respuesta. Hablan de un trabajo emprendedor (ay, esa palabra) pero no tengo fondo de gimnasio: aguantar el tipo en un trabajo que no es el tuyo, aunque sean 20 horas, necesita de un gran tiempo de recuperación. Mientras se te quita el dolor de espalda, el cerebro no te funciona para motivarte en tus propias ideas de futuro incierto.
Esta exención al basurero es doblemente hipócrita: sólo la he disfrutado por no tener el aspecto físico de una señora de más de 35 años, así que me han permitido trabajar cara al público. Nada más. Ese es el mundo que habéis creado.
Pero todo está bien. El sistema va bien. Estamos en un punto de equilibrio entre el mundo feliz que vemos reflejado en los medios y un 1984 en los despachos. Conviven en precario filo. Votaré siempre por el primero, de donde recibo el nombre. Pero nunca se sabe.
Levanto un mechón púrpura que se incrustaba en el ojo. Ahí está, el mismo púrpura de la portada del libro que prometí llevaría, orgullosa. Y no sólo eso. Febrero es un mes muy peligroso para mí: quizá una depresión estacional no diagnosticada, que acaba con mi cumpleaños el 28F. Quizá porque la secuencia se repite: acaba un contrato cutre a finales de enero y el mes de recuperación. Pasa así desde 2013, en ocasiones anteriores de mi vida también ha ocurrido. En ese febrero de espanto y depresión auténtica se gestó mi decisión entre morir o dejar de avergonzarme por 22 años de escritura silenciosa.
Ya he pasado por ahí. No tengo ganas de repetir. A este mundo feliz le encantaría que sonriera, en silencio. Sonrío, pero a mi manera. Y como el fuego se combate con fuego, la libreta íntegra (es nueva, es púrpura) ya es otro libro. Desde hace una semana.
Os echan demasiado soma en el Cola Cao.
Estamos en guerra total.