El día que tuve que vender mis joyas de oro ...

Publicado el 09 agosto 2010 por Lorraine C. Ladish


A los 15 años vendí todas mis joyas de oro y me compré un par de botas con el dinero. Las llevé puestas hasta que se me gastaron y las tuve que tirar. Más adelante me arrepentí de haber vendido las joyitas de mi bautizo, de mi comunión y los regalos de mis abuelos. Pensé que si algún día tenía hijos me hubiera gustado darles todo aquello. Me prometí nunca más vender mis joyas de oro a menos que me encontrara en muy malas circunstancias.
Pasó el tiempo y 30 años más tarde me encontré en tremendas circunstancias – mamá sola con dos nenas de corta edad y sin apenas ingresos, ya que mi profesión de escritora y traductora frenó en seco cuando entramos en una recesión. A los 45 años volví a vender mis joyas de oro, pero en esta ocasión para pagar el alquiler, las facturas y poder llenar el carro de la compra.
Se me fue un pedacito de corazón con cada joya que mi abuela me había regalado, con cada regalo de mi hermana, con el anillo enorme que llevaba puesto mi abuelo el día que murió, las medallas de mis hijas, mi anillo de boda y muchas más cosas. Cada pieza significaba algo para mí – contenía una memoria, un pedazo de mi pasado que esperaba poder darles a mis hijas algún día.
Me sentí sangrar por dentro cuando salí de la tienda con el cheque y sin las joyas. La única pieza que me quedé – y que todavía tengo pero no uso – es un anillo fino de oro con un rubí rodeado de diamantes rosas, que perteneció a mi bisabuela española. Un pequeño tesoro de familia.
Mi abuela, que hoy tiene 93 años, siempre nos dijo que quería regalar sus joyas en vida a sus nietos y no después de muerta. Así fue que pude contarle lo que tuve que hacer con sus preciosos anillos de diamantes y todo lo demás. Mi abuela me dijo que no me preocupara, que las memorias no están sujetas a los objetos. Es más, me dijo que ella misma había tenido que vender la mayoría del oro que le quedaba.
Ya no llevo joyas de oro. Después de haber perdido todo lo material, aprendí que realmente lo tenía todo: salud, unas hijas estupendas, amigos y familiares de los que quedan pocos, fuerza, capacidad de recuperación y determinación. También fe en que las cosas mejorarían … No fue fácil, todavía no siempre lo es y posiblemente nunca lo sea … pero desde luego, hoy es mejor que ayer.