Revista Talentos

El doctor (parte 2)

Publicado el 25 julio 2019 por Aidadelpozo

-¿Con...migo?
-Te has ruborizado...
-Bueno, es que... no me lo esperaba.
-He pasado muchas horas en tu consulta desde que mi marido falleció. Te he contado cosas íntimas que no he confesado ni siquiera a mis mejores amigas. Me he abierto a ti y hemos creado un vínculo doctor- paciente muy estrecho. No creo que sea tan extraño que haya podido soñar contigo.
-No sé qué decirte, Lourdes.
-Tranquilo, Fernando. No te he contado aún qué he soñado...

***

Fernando abrió la puerta de casa y, como de costumbre, saludó a su mujer y dio un beso en la mejilla a su hijo. Se puso cómodo y, con el mismo gesto de hastío de siempre, relató a su esposa la cotidianeidad de su día en la consulta. Sin embargo, en aquella ocasión la mueca de apatía e indiferencia fue tan falsa como un euro de chocolate. El doctor Fernández estaba, en efecto hastiado por la vida que llevaba. No le satisfacía su trabajo, no le satisfacía su mujer, se le hacía grande la paternidad. Su rostro reflejaba ese abatimiento. Necesitaba un respiro que sabía no iba a llegar jamás...
Hubo un tiempo, ya muy lejano, en que el doctor Fernández soñaba con ser un eminente cirujano cardiovascular. Entre sus planes, ni por asomo estaba casarse ni tener un hijo. Solo los corazones y él... Algún polvo ocasional, eso sí, pero no siempre con la misma mujer. Cero vínculos emocionales. Hace ocho años, el doctor Fernández solo soñaba con casarse con la medicina.
Sin embargo, por azares del destino, acabó en una consulta como médico de familia viendo pacientes con almorranas, sarpullidos y pluritos, resfriados, migrañas y algún que otro cuadro reumatoide. Y, entre receta y receta de amoxicilina, ibuprofeno, paracetamol y acetilcisteína, transcurrió el tiempo y ese médico dispuesto a comerse el mundo desapareció engullido por las recetas, los jubilados ociosos y los pacientes hipocondríacos. Privado de la posibilidad de operar a corazón abierto en el Doce de Octubre, el doctor Fernández se metamorfoseó con la mediocridad del día a día y se dejó llevar...
Y así conoció a Isa, después se vio dando el sí quiero en la parroquia de su barrio natal, hipotecándose por veinte años y, finalmente, se encontró en la sala de partos asistiendo al nacimiento de un hijo que ni siquiera había querido tener. Hasta que llegó el día en que su esposa se ligó las trompas y él ya se había acostumbrado a recetar medicamentos a diestro y siniestro, como hacía Chaplin apretando tuercas en Tiempos Modernos. Y, de vez en cuando, le robaba las bragas a su mujer para olerlas con la misma cara de embeleso que ponía cuando era niño, su madre hacía flan Potax y le dejaba arrebañar la cacerola.
Sin embargo, aquella tarde cambió la mueca de tedio por una mentira disfrazada de gesto aburrido y cotidiano.
La culpa la tuvo Lourdes y su sueño...

EL DOCTOR (PARTE 2)

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