Durante unos minutos todos los presentes piensan exactamente lo mismo. Aun es necesaria la presencia del muerto, nada será igual ahora sin él y no es justa tan desgraciada pérdida para la familia ni para sus amigos y compañeros. Y es por ello, y es en ese momento, que –y nadie puede verlo- sale con pasos decididos y agachando sus hombros para pasar por la puerta de ese hogar, un espectro gigantesco vestido con humildes ropas de color arena, que con sus desnudos pies levanta polvareda en la calle ahora silenciosa y comienza, mudo también el, su cacería. En su rojiza y descubierta frente lleva un par de palabras escritas: Cacho Arroyo, es decir que tiene sobre su frente el nombre de su presa.
(Escrito en de octubre de 2010) Nota:
Antes que nada, un recuerdo para F. Kafka y su Golem, Este relato debe mucho a este gran creador de terrores y monstruos que bien vistos son interpretaciones de la moral y el sufrimiento de los hombres. Su lectura es aun actual y siempre recomendable, la apertura de las puertas de ese infierno en Praga es siempre necesaria y simbólicamente entorna durante unos breves instantes (quizás por la comparación que se hace al observar) la entrada del propio averno.
Por otra parte el mito de El Dueño (Iya entre los guaraníes) consiste originalmente-y originariamente- en el protector del monte en el que se caza, se recolectan frutos o miel silvestre, o se cultiva. Es alguien a quien debemos pedir permiso y agradecer aquello que tomamos de el porque lo necesitamos.
En esta ficción de ambición mitógrafa se describe su mestizaje, su criollización. Un Dueño preso de la mezquindad blanca que atrapa todo aquello que ama o tan solo necesita.