Revista Literatura
El empate (Historia espontanea)
Publicado el 03 septiembre 2011 por QuiquecAquella noche caían las estrellas, por lo menos esa impresión dejaban las bombas fluorescentes que bajaban del cielo, brillantes y sonoras, las fabricaron así para que allí abajo los hombres miren como se acercaba su tiempo, para arrancar la mentirosa esperanza de sus mentes.En ese tiempo ya era estúpido pensar en aviones de guerra o bombarderos, los satélites fuera de atmosfera podían tranquilamente borrar de la faz de la tierra, desde una cabaña hasta una nación entera. Efectivamente así lo hacían, eliminando todo rastro bajo ellos, creando un infierno lleno de cráteres, y gases tóxicos, eso si alguien había tenido la dicha, o mejor dicho la desdicha, de sobrevivir a la explosión incineradora.Aquel grotesco espectáculo, irónicamente visto desde lejos era bello, llamativo, extraño de tal modo que podía producir en un hombre ignorante de la naturaleza de aquellas imágenes, un descanso a su propio ser, escindiéndolo, convirtiéndolo en todo, siendo el individuo nada solo le quedaba ser lo que veía, todo. Como una montaña imponente, como un mar embravecido, así de poética era la destrucción.-Ahí va una más- Dijo un niño que estaba embobado en media noche observando el espectáculo.-Sí, ahí van hijo- Respondió una mujer a su lado, sin explicar más.Aquel niño pensaba que realmente las estrellas caían, imaginaba que allí, dentro de cada una existirían maravillas inefables, magia quizás. Aquella misma noche el niño perecería, lógicamente bajo el peso de una estrella, que inocentemente el esperaba mientras veía caer justo a su frente, esperándola con los brazos abiertos y con una sonrisa.Del mismo modo en cada rincón del planeta lloverían maravillosas sonrisas, magia y muchos regalos que bajaban de entre las nubes, a cada pueblo, cada ciudad, desde la más pequeña aldea, olvidada en un rincón del mundo, hasta el sótano de concreto más escondido, protegido en las entrañas de la tierra.Desde hace mucho tiempo ya que los hombres habían superado, por mucho más de lo prudente, su capacidad de hacerse daño unos a otros, era así de tal forma que bastaba con que un par de viejos en sus escritorios entren en una riña con sus homólogos al otro lado del mundo, para que el planeta se convierta en daño colateral.Así, quienes hubiesen querido destruir a la humanidad para liberar al planeta de ellos mismos, podía jactarse de tener razón, y morir lamentándose de no actuar antes. Pero muchos otros morían felices, abrazados al egoísta pensamiento de que no se iban solos, al fin y al cabo de qué servía un planeta si no era suyo, y de que servía toda la vida allí si no podían vivirla, daba igual que todo quede o pase, pero al saber que no habría un después para nadie más les hacía sonreír, desde su punto de vista un empate era mejor que una derrota, como si todo aquello no se tratase de nada más que un juego, en el que alguien tiene que ganar y alguien tiene que perder.