Revista Literatura

El Emperador

Publicado el 27 julio 2013 por Netomancia @netomancia
Aquella mañana El Emperador se levantó con ganas de conquistar algunos territorios vecinos. Por la noche había llovido y el paisaje aún estaba húmedo. De las hojas de los árboles aún se desprendían pequeñas gotas de agua, que caían cenicientas sobre la verde gramilla.
El día estaba ideal para la batalla. La tierra convertida en lodo, cedería ante la fuerza, la lucha, el coraje. La brisa fría, herencia de la noche, envalentonaba su espíritu. Quería arremeter, atacar, sorprender.
Se despertó antes que los demás. Podía oír el despertar de la naturaleza y el sonido de los gallos a lo lejos. También, el aullido desde el monte, proveniente de algún lobo en plena cacería. El corazón le latía exultante. La sangre se agolpaba en las sienes. Un gruñido de guerra le recorría las vísceras.
Si quería atacar por sorpresa, debía ser ahora. No podía esperar más. Era ese momento, en las primeras horas del día con el hombre recién levantado, desorientado.
Ladró hasta reunir a su jauría, ladró para impartir sus órdenes y salió veloz, seguido por los demás, a campo traviesa. Si se apuraba podía asaltar los gallineros de dos o tres vecinos, matar cuánto pudiera, y regresar para cuando su amo lo necesitara.
El Emperador desapareció a la distancia, junto a los demás perros. Un halo de sangre parecía rodearlos, recortados contra el horizonte.

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