No hay luz. La habitación permanece en la más absoluta oscuridad. Las velas las apaga el viento y la corriente se marcha con las sombras. Hay diferencia entre viento y corriente. Como cachorros políticos que admiran a sus superiores y en algún momento de su juventud le repiten al ser admirado: “Deseo ser como usted”. Y el político da un par de golpes en la espalda del joven con su mano abierta.
Así son los siniestros. De generación en generación los críticos van dejando camino a sus cachorros para no perder nunca la fuerza o el equívoco poder.
Me gusta viajar por España, alejarme de Sevilla. Y en los diferentes lugares charlar con los poetas y hablar de ética y de estética. De hombres, mujeres y vida. Se abre el universo. Se despeja la mente. Aquellos que en el Sur son dioses en el norte resultan desconocidos. La poesía es universal.
No hay escuelas poéticas, hay catetos se dicen ser poetas. No hay crítica en España, hay ignorantes que caen en la trampa del corazón herido.
Hoy me han regalado una vela perfumada, un organizador de escritorio con obras de Juan Ramón Jiménez y cuadernos azules, una bolsa para transportar los libros y un bastón negro. Agarro el corazón y no lo dejo caer en el invierno.
Hay ansia, interés, envidias, rencores y, sobre todo, ignorancia. Hay siniestros. La fama no se consigue a golpes de martillo sino con la fuerza de la sangre.
Abro la pesada puerta del faro Camarinal para enseñar los presentes a los pocos indolentes que permanecen en la tierra. Los tocan con un ávido interés que a veces resulta artificial, frenético.
Esta noche leo a Cicerón, me olvido de la poesía, desconfío de la crítica. “¿Le envío el libro a ese crítico famoso?” Y respondes: “¿Y quién es ese hombre?”. Sonrío. Vuelvo a hacerlo. Solo por mencionar sus apellidos más de uno se corre en El Puerto de Santa María.