Camila se encontró de pronto en un callejón umbroso y desangelado. Era todotan extraño, inexplicable. Camila no podía precisar si acababa de perder lamemoria o había recuperado de pronto la consciencia. Quiso apoyar su espalda, ymitigar su miedo, pero las paredes, que parecían tan cercanas, se alejaban acada paso que daba.
El Sol salió sin más o, quizá, fue que ella abrió sus ojos. En cualquier caso, Camilalo vio, frente a sí, encerrado en un escaparate sin cristales; resplandecidopor una inconstante luz azulada. Era un maniquí vestido con un viejo pijamarosa y calcetines desgastados. Lo habían colocado en un sillón de orejas de uncolor indefinido junto a una mesita auxiliar. Permanecía inmóvil, taciturno;con sus manos prestadas al descanso, sobre su regazo. Camila recogió unpensamiento errante:-¿Una tienda de decoración?, no debe marchar bien el negocio, que malgusto, y que desorden.
Camila se sentía sola en el callejón, pero no lo estaba en absoluto. Todosiban y venían. Camila contemplaba sus trayectorias y seguía recogiendopensamientos.-Un grupo de hombres vestidos de romanos que van a una fiesta de carnaval -pensóCamila-. Esa guapa presentadora con el rechoncho micrófono amarillo viene aentrevistarme… No, finalmente, pasa de largo y se pierde en la oscuridad delcallejón.Entonces, el suelo comenzó a rechinar,y un sonido amortiguado la llevó a mirar hacia arriba. Sobre su cabeza pendíael aro que era atravesado una y otra vez por la pelota de color naranja.-Son tan jóvenes, tan altos, tan fuertes. Pero bien podrían irse a jugar aotra parte, no vayan a lastimarme -pensó Camila y parecieron haberla oído: yano estaban.
La gente seguía yendo y viniendo, sin embargo, Camila parecía ser la únicaen advertir aquel extraño escaparate y su aburrido maniquí.-¡Un momento! –se alarmaba Camila-, las manos del maniquí ya no están en suregazo.Una mano del maniquí servía de apoyo a la cabeza. La otra calmaba el picorde una pierna. Y Camila recogió un nuevo pensamiento… No, no era un pensamiento,era voces, voces procedentes del escaparate.-¿Gertru, no vienes a la cama?-¡Ya voy! –vociferó el maniquí, se levantó del sillón de orejas y tomó de lamesita auxiliar un objeto negro lleno de pequeñas teclas.Fue lo último que vio Camila antes de desaparecer sin ni siquieratener tiempo de recoger un último pensamiento.