Tenía la mirada fija en las rejas. Cada vez que veía una sombra que tapaba la luz alzaba el palo y lo agarraba con más fuerza, [...]
Al fin alguien se disponía a entrar. Se escuchaba el sonido del cerrojo al levantarse y seguidamente la puerta empezó a abrirse con un fuerte chirrido. Detrás de ella se veía una silueta oscura de cuerpo grande y anchos hombros.
[...] entraron a una habitación que tenía por el suelo marcas marrones de sangre seca y una columna de madera en medio.
Rodrigo, al ver aquello, se imaginó lo que le iban a hacer: le atarían a la columna dejando la espalda libre y le golpearían con un látigo hasta dejársela destrozada.
En efecto, como él había supuesto, el hombre le empujó hacia aquella columna y le ató las manos. El corpulento hombre cogió el látigo y dio con él en el suelo. El trepidante sonido hizo que Rodrigo cerrara los ojos de golpe y empezara a temblar.