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El escritor de horóscopos
Publicado el 10 noviembre 2009 por Ramongilmargin-left:1.6in;margin-bottom:.0001pt;text-indent:.0in;line-height:18.0pt;
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mso-line-height-rule:exactly">Damián Cifuentes se dispone a escribir el pronóstico de Acuario cuando le parece escuchar que unas uñas arañan su puerta. Durante un momento contiene la respiración y se concentra en el sonido. Sospecha que tal vez no sean uñas sino el ruido de una ganzúa intentando abrir la cerradura. Cree necesario hacer algo y sin saber muy bien qué se levanta y va hacia la puerta. La mira como si pudiese ver lo que hay al otro lado, pero la puerta le devuelve sólo silencio; lo que fuese ya no está. Poco a poco va recuperando la calma. Enciende la luz y se atreve a mirar por la mirilla. No hay nadie. Coge una silla y asegura la entrada. Ahora piensa que pudiera ser un animal, sí, un gato ¿Por qué no? Casi aliviado resuelve dejar el trabajo e intentar dormir. Se acuesta y se esfuerza en traer a su memoria las frases con las que construir el horóscopo. Muchas noches se duerme así aunque hoy la sombra del miedo reciente lo mantiene despierto. Se levanta y va de nuevo hacia la puerta para comprobar una última vez que no hay nadie tras ella. Es entonces cuando ve el sobre a sus pies.
Es un sobre blanco, normal. Lo observa sin decidirse a recogerlo. La situación le resulta extraña pero vence sus recelos y, al fin, lo tiene en las manos. Escrito con una caligrafía precisa va dirigido al profesor Solá. Allí mismo lo abre. Contiene un folio redactado con la misma letra redondeada, firme, esmerada. Lee: “Sr. Solá: Mi hijo se deja influir por el horóscopo que usted escribe. Sí, usted no tiene la culpa y tiene que perdonarme por mi atrevimiento. No haría esto si las circunstancias fuesen otras y no temiese por su vida. Reitero que usted no tiene la culpa y que sabrá perdonarme. Él cree que es a través de su horóscopo como se le revela su destino. El asunto es delicado porque yo no quiero que usted falte a la verdad, y aún así me atrevo a pedirle que ese destino que usted escribe tenga en cuenta, en el signo de Acuario, mi suplica. Mi preocupación va en aumento y no lo merecemos. Escriba Acuario dejándose guiar por la bondad. Sé que lo hará y será de gran ayuda. No puedo más que darle las gracias de antemano”. Da la vuelta al folio. Nada. Vuelve a leerlo con una sensación de incredulidad. Le brillan los ojos aunque no por la tristeza de la carta sino porque comienza a acunarse en la pequeña felicidad que nace del reconocimiento.
Dos años atrás Damián Cifuentes aceptó una propuesta de un amigo que trabajaba en el diario: “Podías hacer el horóscopo en el suplemento”. No pagaban mucho pero el trabajo le servía para completar una nómina también escasa que recibía de la agencia de publicidad. Una semana decidió poner un título y una firma a su sección y en el periódico no les pareció mal: “Horóscopo semanal del profesor Solá”. Al personalizar la sección, su nivel de exigencia con la redacción de los textos aumentó. Estudiaba las frases, valoraba los adjetivos, buscaba la sorpresa. Es cierto que Damián apenas sabía algo de astrología aunque pronto descubrió que esto no tenía importancia. Tampoco creía en las predicciones, ni en las suyas ni en ninguna. Nadie creía o eso pensaba él.
Cada Viernes entregaba el texto que empezaba a escribir el Lunes a razón de tres signos por día. Tenía 600 palabras para la columna. Esta medida, que al principio le parecía excesiva, ahora le resultaba una limitación difícil de sobrellevar. Creaba los consejos de cada signo con paciencia y procurando no repetirse de semana en semana. Sabía que la gente no leía la totalidad de los signos pero también intuía que el que se acercaba al horóscopo nunca leía sólo uno. Un día la secretaria de su amigo le estaba esperando: “Sucedió exactamente como usted dijo”. Podía haber preguntado acerca del suceso pero algo en su interior le impidió hacerlo. La miró con una expresión jovial y sólo respondió: “Gracias”. Así supo Damián que basta con que alguien lo crea para que lo que escribas sea verdad.
El éxito o su sospecha fue configurando la personalidad del profesor Solá y también la de Damián. En poco tiempo los mensajes del horóscopo cambiaron de un tono neutro a uno cálido y cercano, las palabras transitaban en la frontera de la poesía alejándose de los textos convencionales del resto de los escritores de horóscopos con los que “Damián Solá” se comparaba. Empezó a creer que había un sentido oculto hasta en lo intrascendente; que nada, ni el que pudiera parecer el más nimio de los actos, es irrelevante porque todo esta unido entre sí, formando una invisible cadena de hechos y acontecimientos; él también se daba cuenta: Damián Cifuentes creó al profesor Solá y Solá transformó a Damián.
Se sienta en la cama y lee por tercera vez la carta, esta vez más despacio, como si midiese las palabras y pudiese saber lo que cada palabra esconde. Concluye que es sincera. Él no tiene ninguna predilección por ningún signo, ni siquiera el suyo, y es un favor que no le costaría nada atender. No conoce la naturaleza del mal que amenaza al hijo anónimo: ¿una enfermedad? ¿una adicción? Por otra parte puede ser un asunto oscuro o una alucinación o un mal indefinido. ¿Cómo saberlo? Va al escritorio y retoma la redacción. Bajo el signo de Acuario escribe: “El atardecer tiene la luz que tú sabes ver. Escucha en el atardecer tu voz que dice: sal, llega, vence. Así es más fácil. LLega, vence. En el atardecer estará tu dicha. Vence.” Le parece que se ajusta a la petición y que es un texto que no hace sino profundizar en el estilo Solá. Se siente satisfecho.
Al día siguiente indaga en el periódico acerca de si alguien ha preguntado por su dirección, pero nadie lo recuerda. Además, en el periódico no darían una dirección personal. Piensa en una relación indirecta: alguien que conocía su identidad había hablado con alguien y este a su vez con alguien. Nunca sabemos lo que otros saben de nosotros y hace tiempo que “Damián Solá” no se oculta. A la siguiente semana vuelve a cumplir su compromiso con Acuario: “Los amigos añoran tus alas. Aunque tú no lo sepas admiran tu vuelo. Las alas que nacen cuando te ríes les ayudan y les sorprenden.”
Pasan más días y más semanas y cada vez que Solá se pone a escribir el horóscopo le asalta el recuerdo de aquella noche y la suplica de la carta. Se extraña de no haber tenido más noticias. Él ha cumplido. Pero la necesidad de saber si el horóscopo que redacta está sirviendo de ayuda es cada vez más fuerte. Ha creado un vínculo cuando redactó el primero y quiere ponerle fin. No es que necesite escribir algo sombrío para Acuario, tampoco es que lo haga de modo habitual, sin embargo lo cierto es que a todos los signos, periódicamente, les reserva algún peligro, un riesgo no disimulado, un anuncio de un fracaso, algún contratiempo, un rechazo.
Acuario se ha librado de estas tristezas. Sus sentencias son las más cuidadas, las que juzga más bellas. Y lo bello es bueno porque si no, no es bello, piensa. Introduce, en el resto de los signos, frases que hacen referencia a una puerta que no se ha abierto. Una semana escribe en Virgo: “La puerta que no abriste te está esperando”. Otra en Cáncer: “Si vuelves a la puerta esta vez elige abrirla”. Pero no sucede nada. Cada vez le resulta más doloroso escribir el horóscopo. La relación que ha establecido entre el poeta y el adivino se resiente por culpa de aquel pacto en el que se ha comprometido a ser benévolo con Acuario. Ve las cosas más como Solá que como Damián. Y Solá quiere saber y ser libre.
La imagen de la puerta comienza a ser un clásico en el horóscopo y en su propia actividad. El escritor de horóscopos es alguien que araña una puerta, la puerta de la fatalidad, el tiempo, se dice a sí mismo. Solá se siente capaz de ver a través de esa puerta, capaz de encontrar las palabras que la abren y anticipan el camino. Piensa que a su alcance están no sólo las huellas posibles de un destino sino la memoria del futuro. Lo expresa así: “Nosotros hacemos el tiempo y sólo hay que saber cuales son los materiales para habitarlo plenamente, no ya las habitaciones pasadas, también las habitaciones que nos esperan”.
Ahora está escribiendo el pronóstico para su propio signo. Cree haber encontrado la solución. Escribe: “Aparecerá el mensaje que esperas. No dudes. Vendrán a tu puerta con nuevas noticias y lo que creías roto se recompondrá. No dudes. Llaman a la puerta. Serán buenas noticias”. Termina así el horóscopo de Acuario. Lo lee. Cambia el final por “Recuerda, mientras esperas, lo que una vez fuiste”. Lo juzga acabado. Antes de pasar a Libra se concentra en los sonidos del exterior. Le parece escuchar como alguien araña su puerta. Se levanta. No tiene miedo. Mira, como aquella vez, por la mirilla. Pero no hay nadie. Está a punto de llorar. Vuelve al horóscopo. Piensa: lo que fue está siendo siempre. Todavía conserva el folio del primer mensaje. Lo busca. Lo tiene en las manos. Hay algo en la letra que en este instante le resulta familiar. No puede ser, se dice. Arruga el papel, lo rompe. Le tiemblan las manos. “Estas tú solo, estas tú solo y hoy es mañana, mañana”, repite mientras lee aquella carta escrita con la caligrafía precisa de Damián Cifuentes.
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Ilustración: Pavel Sukdolak, Befor night
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