El escritor oculto

Publicado el 24 septiembre 2015 por Pablogiordano

El Colombiano Marco Tulio Aguilera Garramuño es el autor de “Breve Historia de Todas las cosas”, que en su momento algunos consideraron superior a “Cien Años de Soledad”. Dice que la literatura latinoamericana opaca lo que se hace en españa.
   Desde Xalapa, del otro lado de Skype, Garramuño se acomoda tranquilamente en el respaldar de la cama de una plaza sobre su almohada y dispone la notebook hacia el rostro. Se toma su tiempo y recorre la habitación con la cámara. Suele encerrarse allí, en ese altillo donde escribe y tiene su violín, sus premios como fondista de natación, y algunas medallas actuales. De alguna manera sigue siendo un adolescente a pesar de sus más de sesenta años. Recién llega de jugar básquet y se ha dado un baño. Abajo, su mujer e hijos transitan la casa como si papá fuese un inquilino. Por la ventana se ve el atardecer en el asfalto; en cuestión de minutos el color de los vidrios se tornará azul y el escritor comenzará a hacer lo que más le gusta: hablar de sí.   Cuando vio publicada en Buenos Aires su primera novela, Breve historia de todas las cosas (De la Flor - 1975), tenía 24 años. Hubo diversas reacciones, algunas excesivamente elogiosas y otras colocándolo a la sombra de García Márquez. Seymour Menton, el gran especialista norteamericano en literatura hispana, escribió que esa primera obra era lo más cercano a Cien años de soledad que se había producido en Colombia. Raymod Williams, otro grande de la crítica hispana, afirmó que Marco Tulio no necesitaba del boom ni de García Márquez porque era un escritor que podía hacer el boom él solo.   Más de 30 años después de la primera publicación, Garramuño ha corregido y aumentado su primera novela y además le ha cambiado el título: ahora se llama Historia de todas las cosas, editada por Educación y Cultura de México y Trama Editorial de Madrid.   Publicó casi 30 títulos antes de esta reedición. Todos recibieron buena crítica y con El amor y la muerte fue finalista en el premio Alfaguara de novela en el 2000. “Fui llamado a la oficina de Marisol Schutlz —rememora—, directora de Alfaguara en México. Ella me dijo que el Premio estaba entre la novela de un escritor mexicano y mi novela El amor y la muerte. Marisol me preguntó si yo estaba listo para asumir un premio del tamaño del Alfaguara, con todo lo que ello implicaba de viajes y compromisos. Le dije que naturalmente estaba listo y que desde que comencé a escribir había estado listo para todo lo que la profesión implicara. Ella me dijo que ganara o no, de todos modos la Editorial iba a publicar todas mis obras, una por una, hasta completar el catálogo completo de mis libros. No sucedió ni lo uno ni lo otro. El premio le fue concedido a La piel del cielo, de Elena Poniatowska. Mi novela fue publicada en edición limitada en Colombia y luego México no quiso reeditarla. La obra recibió crítica entusiasta y abundante en muchos países. Y eso fue todo. He sido finalista en Alfaguara y Planeta México también. Por otra parte es bien sabido que los grandes premios están casi todos viciados. ¿Quién entiende que se le dé un Planeta a Camilo José Cela, un Alfaguara a Vargas Llosa o a Savater? La mercantilización es la que domina. Me encantaría que a los miembros de los jurados de esos grandes premios se les hiciera un examen a ver si de verdad leyeron diez de los 500 o más libros de concurso. Los premios los terminan dando los editores y los grandes nombres son sólo pantallas”.

GABO Y EL “POST-BOOM”

¿Cómo vivió aquella publicación con apenas 24 años?
Algunos críticos y lectores dijeron que yo era un imitador de García Márquez. Muchos otros lectores, entre ellos el mismo García Márquez negaron esto. Se me encasilló como uno de los fundadores del post boom. Creo que con el resto de mis obras he demostrado tener mi propio mundo.

¿Esa aseveración ha marcado, de alguna manera, sus ambiciones literarias?
Sin duda García Márquez me marcó. Mi primera novela, Breve historia de todas las cosas tiene una relación directa con Cien años de soledad, no sólo por el manejo de técnicas literarias semejantes sino porque pinta un pueblo muy particular, muy imaginativo, que podría recordar a Macondo. Este hecho hizo que el primer editor de esta novela, Daniel Divinsky, de Ediciones La Flor, de Buenos Aires, afirmara que a él le gustaba más mi novela que Cien años de soledad. García Márquez la leyó en tiempo récord y me llamó para felicitarme. Y muchas veces, en privado, ha hecho excelentes comentarios sobre ella. Pero me dijo, como le ha dicho a muchos otros autores: “Nunca voy a hablar públicamente bien de tu novela porque eso te perjudicaría. Una vez hablé bien de un escritor y ya nunca volvió a escribir nada bueno”. Lo que yo le respondí en esa oportunidad a Gabo fue: “Puedes hablar bien de mí, puesto que yo tengo tan alta opinión de mi trabajo, que nada me puede hacer creer que soy más grande de lo que creo ser”.

¿Cómo ha sido su relación con él durante estas décadas?
La última vez que llamé a casa de Gabo me respondió él mismo el teléfono (supongo que estaba solo) y cuando escuchó mi nombre ya no quiso hablar conmigo. Puede ser que se haya enojado porque me inventé una entrevista o quizás simplemente no se acordó de mi nombre. Leí que Gabo ya no reconoce a las personas si no las tiene al frente.

A pesar de ser considerado un escritor de los grandes, muchos no lo recuerdan o conocen en la actualidad, ¿a qué cree que se debe?
Creo haberle atinado en algunas obras, a la escritura de buenos cuentos y de novelas bastante legibles. Algunas han tenido ediciones limitadas y poca repercusión. Esto lo atribuyo a que yo me dedico básicamente a escribir, y cuando publico un libro, me olvido de él y me dedico a pensar en lo que ha de venir. Tres veces fui representado por Carmen Balcells y en las tres terminamos distanciándonos, más por mi culpa que por la de su agencia. Cuando ellos estaban negociando yo quería meter la cuchara, y eso no lo acepta la agencia. Después tuve otro representante colombiano que terminó estafándome. Entonces tomé la decisión de rascarme mis propias pulgas. El hecho de que yo viva en la periferia y no en una gran ciudad, ha favorecido que yo no tenga mucha exposición… lo que me parece muy bien, pues para un megalómano como yo lo mejor es que lo ignoren. Vivo en Xalapa, una ciudad de la provincia mexicana, y aquí he encontrado buen acomodo: llevo una vida tranquila, sin mucho traqueteo, sin demasiados viajes a ferias, conferencias, congresos y ello ha favorecido mi trabajo literario. Si viviera en Barcelona o el Distrito Federal en México, posiblemente me habría dedicado a la farándula literaria, a la figuración y habría terminado escribiendo la habitual basura de los adictos a la figuración.

¿La experiencia de la migración ha marcado de algún modo su obra y su relación con la realidad?
Vivo en México hace más de 30 años pero sigo siendo colombiano no sé si por romanticismo, por terquedad, nostalgia, pereza de hacer trámites o por llevarle la contraria a la corriente que tiende a denigrar de la nacionalidad colombiana. Tal vez si viviera en Colombia mis temáticas habrían cambiado pero no mi espíritu ni mi empecinamiento. Pero éstas son elucubraciones ociosas. Como sólo tenemos acceso a una dimensión espacio-temporal, puedo hablar de lo que he vivido, no de lo que podría haber vivido.

INAGOTABLE

¿Cómo ve la situación actual de la literatura en América Latina y cuáles cree usted que son las señas de identidad de sus escritores?
Hay una tendencia a negar los orígenes entre los escritores latinoamericanos que han alcanzado una buena difusión en Europa. Muchos de ellos quieren escribir como europeos, quieren ser universales a costa de olvidarse de sus fuentes. A eso se ha llamado “negar las raíces”, usando un término bastante maniqueo. Opino que el problema no es que nieguen sus orígenes, sino que comienzan a plegarse a las exigencias de un mercado que les exige una especie de estandarización. Es claro que a pesar de esto Latinoamérica sigue siendo un surtidor prácticamente inagotable de buena literatura, que de alguna forma opaca lo que se hace en España. Fuera de Reverte y algunos best sellers españoles casi nada llega a las librerías de Latinoamérica, mientras que en España siguen campeando unos buenos nombres. Entiendo que España esté ofendida por el hecho de que casi todos los grandes premios se los lleven los escritores latinoamericanos… Pero es un hecho: la buena literatura se sigue produciendo en Colombia, Argentina, México , Perú.

¿Cual es su relación con Argentina y que escritores contemporáneos cree importantes de acá?
Con Argentina siempre he tenido algún vínculo a lo largo de los años. Comenzó con la publicación de Breve historia de todas las cosas en Ediciones la Flor y ha pasado por mis obsesiones por Borges y más recientemente Sábato. También he dado asesorías por internet a escritores y los he apoyado -a veces infructuosamente- para ayudarlos a publicar sus libros en México. Hace poco premié (o premiamos) en la Bienal Internacional de Novela José Eustasio Rivera al escritor argentino Pablo Hernán Di Marco.

¿Se consigue Historia de todas las cosas en Argentina?
Sólo hay una forma y es pedirla por medio de internet a linio.com.mx o comprando la vieja edición argentina en Mercadolibre.

PERFILNació en Bogotá en 1949. Entre sus títulos memorables están Cuentos para después de hacer el amor, Mujeres amadas y Los placeres perdidos. A principios del 2002 aparecieron en México las novelas La hermosa vida y La pequeña maestra de violín, pertenecientes a la tetralogía El libro de la vida, cuyo primer volumen, ya publicado, se llama Buenabestia / Las noches de Ventura. Es investigador de la Dirección Editorial de la Universidad Veracruzana, en México; durante cinco años ha mantenido el máximo nivel de productividad académica de dicha universidad; ha sido galardonado con los títulos de Creador Artístico y Creador con Trayectoria del Estado de Veracruz; ha sido becario residente del Centro Banff para las Artes de Canadá, y ha dictado conferencias en universidades de varios países.