Surcos de los llantos amanecían en su interior cuando yacía con la mirada perdida y cabizbajo. Ahuyentándose del dolor en aquellos precipicios de letras inalcanzables e ingente para su estilo, ingenuas para la lógica de su mente e ilógica para su racionalidad.
Sentía el mismo dolor oprimido en el pecho, e intentaba hacer caso omiso a sus paranoias y pensamientos, quedándose a oscuras con ellos y con la ficción que le hacía estar a pasos agigantados y a kilómetros de sí mismo. Inapelable era no escucharse, las voces y gritos que provenían del interior, y más allá de la razón.
Escribía como último remedio, aliento y para su supervivencia. Sabía que estaba vivo pero necesitaba demostrar y comunicarlo al exterior, sentir esa insulina inyectada en las venas de cualquier hombre para huir de los miedos e inseguridades, pero cada vez éstos eran mayores. A latidos muertos late el alma, amaba la vida como puente suicida.
Inundado entre lágrimas y la sangre devorando su espalda esparciéndose por el camino, el orgullo quedando aparte entre sollozos internos provocando su propia muerte y celebrando su interno entierro entre el odio y la ira, huye de la palabrería de los más insensatos y mediocres que callan méritos y fracasan alegrías.
Si deseas ser escritor, sólo escribe.