Hace unos días leí las primeras declaraciones de Vanessa Paradis, tras su reciente separación de Johnny Depp, y lejos de parecerme frívolas sus palabras (como esperaba), aún me tienen pensando sobre el tema.
Ella, que llevaba muchos años unida (no casada) a su pareja, y con la que comparte dos hijos pequeños, asumía que no disponía de la receta de la felicidad (como tenía adjudicado), y que las relaciones no debían suponer un esfuerzo… Sino que había que tener ganas, ilusión, el impulso de querer estar ahí con el otro, y que todo debía fluir sin forzarse… Si había que trabajar mucho en la pareja, es que ya no había nada que hacer.
Yo, que hasta la fecha pensaba que las relaciones había que “regarlas” y “trabajarlas” constantemente -sobre todo si ya existen muchos años de convivencia-, me quedé parada en el sitio, porque… ¡Tenía razón! ¿Por qué hay que forzar el amor? ¿Por qué hay que forzar el sexo? ¿Por qué habría que obligar a alguien a comunicarse contigo, a contarte sus anécdotas, a sentir, a salir, a viajar en tu compañía? Si lo que (tal vez) le apetece es todo lo contrario y sus señales son inequívocas al respecto… ¿Por qué ese empeño en “luchar” hasta la extenuación para que una pareja funcione y viva “feliz” hasta la muerte? ¿Es eso, acaso, coherente? ¿Es razonable, o una mera ilusión impuesta?
Tuve igualmente el placer de escuchar a Elsa Punset hablando con El Loco (Jesús Quintero), y sus palabras -llenas de sabiduría, experiencia y bondad- iban por el mismo camino: ante la pregunta de por qué se producían tantísimas separaciones en la actualidad, frente a otros tiempos anteriores, ella defendía que todo formaba parte del aprendizaje, y que ahora las personas somos más individuales y queremos ser felices hasta el final. No nos conformamos en beneficio de la sociedad, y es comprensible que así, al evolucionar dentro de la pareja, llegue un día en que queramos seguir caminos distintos.
Entiendo que se refería a que igual que cambiamos todo, incluso de pensamiento y opinión a lo largo de la vida, es entendible que llegue un momento en el cual nuestra pareja ya no nos satisfaga totalmente, y no contemplemos el seguir juntos como una obligación, tras lo cual la separación es el siguiente paso. Si no hay ganas, deseo, apetito, anhelos… ¿A qué el esfuerzo?
La naturaleza -dicen- nos ha programado para permanecer juntos el tiempo necesario para la crianza de los hijos (algo que dudo, viendo las separaciones tempranas de algunas parejas), pero cuando éstos llegan a la juventud, y nosotros a la mediana edad, por lo visto nos abandona y deja a nuestro libre albedrío, que no siempre coincide con lo políticamente correcto… Algunos, los más conservadores, lo solucionan con las infidelidades. Otros, más evolucionados y/o consecuentes, se separan y no viven una mentira. Y los más, (quiero creer) nos esforzamos…
En cualquier caso, sigo acordándome de Vanessa y preguntándome: ¿Puede convertirse el amor en algo parecido al esfuerzo? ¿Desde cuándo son sinónimos?
Se admiten respuestas.