Hace un tiempo me tropecé con las imágenes de David Nebreda, un fotógrafo español poco conocido en España. Su obra fue dada a conocer en 1998. El público francés fue quien primero estuvo expuesto a las poderosas imágenes del artista. Sufre de esquizofrenia y, según la leyenda, lleva décadas encerrado en su apartamento, de donde toda su obra procede. Sin embargo, éste importante dato no debería constituir el único marco de referencia con el cual se pueda abordar al artista. Si se hace un enfoque meramente psicoterapeuta, se pierde la oportunidad de ver la obra de Nebreda como un comentario que muy bien pudiera dar cuenta de muchos síntomas de la actualidad globalizada. Se pudiera correr el riesgo de despacharle superficialmente, y aprehender su cotidianidad como un estudio de caso más.
Cuando vi las imágenes no pude evitar pensar en mi cuerpo, en lo que se entiende por monstruosidad, en el espanto, en la naturaleza del arte, en la estética como disciplina, en la difusión mediática contemporánea - no me hubiera sido posible encontrar su obra en un contexto social, escindido del Internet -, en los freaks, en la mierda…
Nebreda, según los expertos en el campo de la fotografía, maneja prodigiosamente su arte. El fotógrafo español es licenciado por la Facultad de Bellas Artes de Madrid. Su trabajo no tiene la naturaleza teleológica perceptible en artistas convencionales: atender las exigencias fetichistas del artworld contemporáneo. No se ve la necesidad de cumplir con el anticanon post-moderno: el exotismo. La gestión de Nebreda surge de un lugar mucho más críptico, mucho menos lúdico. El artista madrileño tiene evidentes incapacidades, sin embargo, su trabajo ha puesto de manifiesto su vida, su diario y "[E]s herramienta de autoconocimiento, a pesar de la incapacidad que existe de captar y comunicar en su totalidad el estado subjetivo de la conciencia. (Gómez, 2008)"
El cuerpo de Nebreda, que también es una manifestación de su patología, es medio, canvas y pincel. Él es su propio objeto de trabajo, razón por la cual el autorretrato y el body art son las formas en que se manifiesta su impecable obra. Dicho esto, Nebreda me hace particularmente consciente de mi cuerpo, y, paradójicamente, de mi humanidad. La fotografía, ya sea en su modalidad estática o cinética, siempre me ha hecho contemplar el devenir histórico del arte, por lo menos a grandes rasgos. Es una culminación del amorío o el romance que ha tenido el hombre con la mimética. Lo que se presenta en la fotografía es un pedazo de realidad, una figura suspendida en el espacio y tiempo. Este hecho es lo que hace impactante la obra de Nebreda. Cuando vemos uno de sus autorretratos, no estamos ante una representación mimética o figurativa. No es el cómodo y protegido mundo de la creación como la vemos en la pintura o en la escultura. Estamos ante la escalofriante exposición de un pedazo de híper-naturalidad, un violento acto de auto-poïesis. Sabemos que Nebreda, y todo lo que su nombre acarrea, es real. El monstruo no requiere de artilugios fantásticos. No hay que buscarlo en recónditas selvas.
La mutilación de su cuerpo, la sangre, el excremento, en fin, su autoflagelación es auténtica. No estamos viendo un performance en una bienal. Nebreda niega y desprecia todo aquello que constituye el objeto de nuestra cotidianidad – limpieza, comfort, bienestar, etc; “Ejerce su libertad quizás en el más pequeño reducto que ha escapado a la vida en sociedad. No es un héroe, pero ‘domina las actividades comunes a todos, pero en formas cuantitativamente hipertróficas’, lo cual le coloca por encima de los demás.” (Gómez, 2008)
La automutilación, el ayuno extremo y el claustro son parte fundamental de su obra. Dan cuenta de su testimonio y de su desnudez, ya sea literal – siempre se encuentra desnudo en sus autorretratos – o metafórica. Su obra, evidentemente, no pretende llevar una narrativa convencional. No hay intención alguna de emitir datos para seducir en la forma tradicional. Tal y como se mencionó anteriormente, Nebreda desprecia y niega todo aquello que forma parte de nuestras aspiraciones. No es un monje enclaustrado, negando los bienes mundanos con el fin de adquirir sabiduría espiritual. Tampoco es un simple artista misántropo, alejado de su devenir social contemporáneo, con el fin de perpetuar la narrativa del poema de Ovidio. Nebreda no es Pigmalión y sus autorretratos no son Galatea. La belleza no es objeto de su gestión, sin embargo, el arte es lo único que le mantiene vivo:
“¿Cómo dar a entender –pregunta David Nebreda– las sensaciones provocadas por mi sangre y mis excrementos? Sensaciones primarias de reconocimiento, de plenitud, de alegría, de ternura, de identificación lejana, de amor. Los he recogido y guardado; los he tocado, manoseado, he cubierto mi cara y mi cuerpo con ellos. Los he introducido en mi boca, los he conservado en secreto hasta el día de mi sacrificio. […] Mi sangre y mis excrementos, mis quemaduras, mi agotamiento, mi cuerpo y mi dolor, un dolor necesario y alegre, son los únicos elementos para establecer y reconocer la mitad de mi patrimonio.” (Tomado del ensayo: Correrías del fetichismo: de la rareza al aburrimiento, Fernando Castro Flórez)
En la imagen que acompaña este escrito, se puede ver a Nebreda con los ojos cerrados, empuñando en su mano izquierda un ramo de flores muertas y una bolsa con sus propios excrementos. Un halo de luz, que le rodea por completo, evoca elementos estéticos perceptibles en íconos. En la otra mano, agarra y tira de sus largos cabellos. Su cuerpo, evidentemente desnutrido, también exhibe quemaduras de cigarrillos. A su derecha se encuentra un espejo mostrándonos el otro perfil. Un perfil que el mismo Nebreda lleva tiempo sin ver, ya que de la única forma que el artista se observa es a través de sus autorretratos. Lleva años sin ver su imagen en un espejo. La realidad de su ser, su condición y su existencia, solo puede ser vista en su propia gestión creativa. En esta imagen se sintetiza, en forma casi literal, el argumento antes mencionado sobre la negación, atribuido a Jean Baudrillard.
La obra del madrileño da cuenta del impacto que el arte, en todas sus manifestaciones, puede tener. En el lente de Nebreda, el arte se valida como un vehículo que aún puede llevar mensajes, aunque nos parezcan grotescos, y en primera instancia, incomprensibles. Entender a Nebreda, a la luz de un ingenuo delirio interpretativo como el mío, es imposible. No obstante, las palabras de Nietzsche reverberan catárticamente, una vez su obra se desvela ante mis ojos:
“Tenemos arte para no morir de realidad”
Referencia:
- Alana Gómez. “Lectura del espejo: una aproximación semiótica a la obra de David Nebreda” Entretextos. Revista Electrónica Semestral de Estudios Semióticos de la Cultura N. 11-12-13 (2008/2099). ISSN 1696-7356.
Artículo publicado en la revista digital .CRUDO Mi gestión es este blog es considerablemente ingenua (naive). Si cumple con el fin de satisfacer una necesidad, la de pensar. Se espera un intercambio de ideas, a la luz de temas discutidos en las artes literarias, filosofía, actualidad, ciencias, etc.