Para el filósofo Molitorni, la muerte es un punto inexacto en un círculo infinito que no marca un final (¿cómo podría en un círculo?) sino la continuidad de un mismo ciclo, eterno, infinito. Los círculos son personales y se cruzan a lo largo de la eternidad cíclica con otros círculos en indefinida cantidad de ocasiones.
Cada persona, por lo tanto, representa un círculo que en alguna parte tiene su nacimiento y en otra su muerte, siendo tan próximas una a otra, un punto del otro, que es imposible discernir entre ambos. Y además de próximos, son sucesivos.
Por supuesto, su visión ha sido denostada de mil maneras diferentes, desde el escarnio en el mundo de las ciencias a la edición de extensos trabajos en prestigiosas publicaciones refutando y abochornando al filósofo nacido en algún punto de su ciclo en la localidad argentina de Villa Constitución.
Molitorni ha visto erigir monstruosos interrogantes con el solo fin de desmoronar su teoría, como el de poner en duda la existencia de tal círculo al sentenciar que este no podría existir - como afirma el filósofo villense - previo a la muerte, dado que no estaría completo. Habría un principio y no un final. En cientos de foros ha tenido que defenderse afirmando uno de sus máximos postulados: los términos que conocemos y comprendemos como "principio" y "fin" no existen, son falsos. La continuidad es infinita, el círculo lo es, los hechos que suceden en ese círculo lo son. Se renuevan segundo a segundo, del nacimiento a la muerte - estados establecidos por el hombre y su ciencia - haciéndolo continuo, interminable.
Todo se repite en algún momento, todo es cíclico. Molitorni explica entonces a los que quieran oír - ya sea para asimilar o refutar - que lo que está haciendo en ese preciso momento, ya lo ha hecho infinita cantidad de veces y no habrá nada que pueda cambiarlo, ni lo que ha pasado antes o lo que vendrá después.
El mundo pensante se divide entre los que lo escuchan con paciencia y tratan de reflexionar acerca de sus ideas y los que sin preámbulos, se ríen a carcajada limpia. A Molitorni, sinceramente, todo aquello le chupa un huevo.
Sabe que en su círculo nada salvará a su hija de aquel asesinato a sangre fría en manos de un novio despechado y mucho menos, lo exonerá a él de la venganza fría y meticulosa, planeada durante meses, mientras la burocrática existencia acumulaba papeles en una causa judicial que se dilataba amontonando recuerdos y odio sobre capa y capa de polvo de bibliorato archivado.
Y entonces, una vez más, en su infinito infierno (y el de todos, el de cada uno), defiende a rajatabla su hipótesis. Lo seguirá haciendo, una y mil veces, en la eternidad de su círculo, que de tanto en tanto lo llevará a mancharse las manos de sangre y perecer entre barrotes, con el dolor encadenado al tiempo.