Lo siento, amig@s, pero esta última semana he estado muy ocupado tratando de salvar al mundo... de mí mismo, claro, y siempre me sale mal, porque no soy ningún superhéroe enfundado en traje ceñido de lycra, así que...
Lo que os tengo que confesar ahora es que yo también tengo un reverso tenebroso, una cara siniestra y oscura a lo Mr.Hyde, una sensibilidad hortera que consigue que me apasionen cosas que sonrojarían al mismísimo Georgie Dann, que ya tiene bemoles la cosa.
Cosas inconfesables que no tengo más remedio que confesaros- no todo son Dreyers, "Blue Train", Tom Waits, Jóvenes Airados, White Stripes, Carver, Chopin o Dostoievski y demás acervo cultureta...-, y es que mi lado menos luminoso tiene que ver con la posesión gozosa de un doble recopilatorio de Camilo Sesto que me apasiona, con alguna peli de Esteso y Pajares con la que me río de vez en cuando, con cantar bajo la ducha "El Final del Verano" del Dúo Dinámico o alguna de Mocedades, con tragarme desde hace años(votando y todo, con la lista en la mano... un año acerté los tres primeros) cada nuevo y bizarro Festival de Eurovisión.
Y a ese reverso tenebroso y chabacano también le gusta... LA MALDITA NAVIDAD!!!
Porque me gusta la Navidad, coño, y ya he salido hace años del armario y lo mantengo con dignidad, sin complejos, con seguridad en mí mismo, en lo que estoy sosteniendo.
Me gustan estas fechas por varias razones, y ninguna tiene que ver con el nacimiento de Jesucristo ni nada parecido, efeméride en la que, lamentablemente, no creo, y ya sé que la Navidad es un decadente concepto judeocristiano y lo que diría Freud de todo este rollo macabeo y...
Pero serán las luces, los adornos con renos y trineos, los villancicos de toda la vida, volver a juntarme con los amigos que hace que no veía a tomar unos Malibús y echar unas risas, cenar con la familia, ver a los niños felices en vacaciones, a la gente con frío y paquetes corriendo vertiginosamente de un lado para otro, el carácter de celebración profana y de despiporre que ha tomado, la banalización del espíritu originario de esta fiesta, con ese trasvase prosaico del alma al cuerpo...
Me pasa igual con los apagones durante una tormenta, que siempre los disfruto con intensidad: buscando unas velas por los cajones, observando la casa y la calle desde otra desacostumbrada perspectiva, bajo la lluvia y los rayos, sin tv, con el rostro desconcertado de las personas que se asoman a las ventanas... porque tanto la navidad como los apagones son como una parada en el camino, como un breve y mágico intervalo en la normalidad que nos coge desprevenidos, y estas situaciones que rompen el ritmo anodino de lo cotidiano me producen una vivificante sensación de extrañeza y fascinación.
Y cada navidad me pasa lo que al ruín Ebenezer Scrooge, que me sacude una tarde o noche por dentro ese fantasma de las navidades pasadas que llama a mi ventana y me pone tierno, nostálgico y algo meláncolico.
Me invaden de nuevo aquellos belenes de plastilina en el colegio Calasanz, y en el que a mí siempre me tocaba moldear el asno del portal del niño Jesús, porque era de los más torpes de clase y siempre me salían fatal, pero fatal, y me dejaban "hacer el asno" porque era de los más facilitos.
Regresan las imágenes de aquellas navidades en blanco y negro, buscando musgo en el campo para el belén, algún abeto para llevar a casa en las afueras, esos juegos de niño en las tardes de lluvia con bocata de pralín en las que intentabámos adivinar si el próximo anuncio de la tv sería el de las Muñecas de Famosa se dirigen al portal o el del Exin Castillos.
Recuerdo perfectamente aquellos días de trasiego y jerseys de cuello vuelto y anoraks con borreguillo y botas Gorila y la tarde en la que le pedí a mi madre- debía de tener unos cinco o seis años- que me comprase el Biberón Mágico, que ya tiene cojo... la cosa. El Biberón Mágico. Y me lo compró y yo tan feliz.
Con qué ingenuidad disfrutábamos del 54321 o del 24333 cuando lo cantaban los niños de San Ildefonso una mañana mientras desayunábamos en el sofá frente a la tv, cerca de la estufa de gas y de las luces del árbol.
Esas mariposas que te subían por el estómago el día en que daban las vacaciones en el colegio, con los deberes de los Cuadernos Rubio por delante, pero con todas las tardes libres para sumegirte en las calles iluminadas, contemplar los escaparates de juguetes, pasarte tardes enteras viendo festivales de dibujos animados( " no se vayan todavía, aún hay más") y películas de Jerry Lewis o Abbot y Costello.
El frío y los guantes, las castañas en la cocina, aquel año que nevó, las horas sencillas y felices, pitopito gorgorito, dónde vas tú tan bonito... a la era verdadera, ¡pim pom fuera!, sin las pesadas responsabilidades de adulto, con los amigos reunidos en el portal comentando lo que nos traerían ese año sus majestades, y siempre con la preocupación del carbón presente dentro de nosotros por culpa de nuestro mal comportamiento durante el año.
Yo siempre he sido, desde niño, muy dormilón, pero ese día era el único del año que no me importaba madrugar para buscar las cajas y los papeles de regalo agazapados como animales sugerentes y deseados sobre la mesa, esparcidos por el suelo o expectantes sobre las sillas de la cocina.
Tantas cosas que dejamos atrás, tantas sensaciones, y ya hace demasiado tiempo, que parece que han sido vividas por otros que se parecían un poco, sólo un poco, a nosotros.
El turrón más caro del mundo, la sopa caliente, las guirnaldas de colores sobre los cuadros, el vuelve a casa por navidad, los canguros de lana con bolsillos que te hacía tu madre en casa en las largas y oscuras tardes, los especiales de los Teleñecos de Navidad, las cestas que le regalaban a tu padre, que eran como tesoros repletos de exóticas joyas... o el día de nochebuena en el que nos juntamos para cenar con varios matrimonios amigos de mis padres, y yo- un niño bastante tímido- me bebí dos copas de champán y, de repente, me puse delante de los amigos de mis padres a bailar un taconeado, aflamencado, durante varios minutos mientras todo el mundo estaba cenando y mirando alucinados para ese niño introvertido y tímido que se había levantado para taconear y dar vueltas sobre sí mismo mientras no podían parar de reírse con ese insospechado talento artístico, el "duende", desplegado por Luisín el "bailaor".
De vez en cuando recrearnos en un sano ejercicio de nostalgia no es malo-somos también aquello que fuimos, aquello que somos y aquello que seremos...- y nos puede ayudar a recuperar ciertas sensaciones y emociones, otorgarnos cierta perspectiva de nosotros mismos y de nuestra pequeña historia y evolución, pero hay que tener mucho cuidado con los fantasmas que a veces vuelven para sacudirnos desde dentro y se quieren quedar a vivir en nosotros permanentemente porque, como muy acertadamente dijo Enrique Múgica: " la añoranza es el camino previo a convertirse en estatua de sal".
Todo en su punto justo de cocción para seguir siempre, siempre, avanzando, y mirando hacia adelante, aunque de vez en cuando le echemos un pequeño vistazo al retrovisor para recuperar un poco esa parte de nosotros mismos que dejamos en alguna esquina de esta fatigosa peripecia que supone la vida.
Si al viejo Scrooge esos fantasmas de una sola noche le ayudaron a aprender algo nuevo sobre sí mismo, ¿por qué no también a nosotros?
Saludos de Jim e intentad sed felices, cuanto antes mejor, en estas celebraciones con familia, amigos y los fantasmas que hemos aprendido a domesticar.