Hace unos años, y por un largo periodo, cargué la bandera de la consecuencia como parte de mis valores personales, sin darme cuenta de que no hay ser humano que pueda sobrellevar el mismo discurso por mucho tiempo sin volverse narcisista (patológicamente hablando, se subentiende que todos tenemos algo de eso). La obsesión que trae consigo el priorizar ser el mismo de la semana pasada, del mes pasado o del año pasado te lleva por un camino de automutilación continua en donde se reprime el tan ansiado crecimiento.
Pues, me di cuenta de que tengo derecho a cambiar y de que si ayer pensé que algo estaba mal, hoy puedo decir –con la propiedad que me otorga la experiencia y el conocimiento de mi esencia– que eso mismo está bien. Porque de eso se trata este pasar, de poner en práctica lo vivido, hacer posibles los cambios que nos acercan a la sabiduría… y quizás mañana piense algo distinto.Alguna vez escuché que la máxima tragedia de la vida es que siempre algo cambia. Sí, hay cambios que duelen, pero sin cambios no hay aprendizaje, no hay crecimiento, no hay vida… se me viene a la cabeza una linda canción, un himno sudamericano: “Cambia, todo cambia”; escrita por un poeta chileno (el poco conocido Julio Numhauser) y cantada por “la Negra” desde Argentina (nuestra Mercedes Sosa), uniendo las fuerzas de la última punta del mundo en una canción que cobró vida propia y que comparto con ustedes:Es una versión antigua, con el sentir chileno de fondo.… Y así como todo cambia, que yo cambie no es extraño… ya no soy ni el fantasma de lo que fui, hoy soy otra y me siento más entera, más completa
