Revista Diario

El fantasma tenía razón

Publicado el 01 febrero 2011 por Blopas

Esta es una anécdota en partes: la 28a en la saga del Dr. Kovayashi.

Espejismos | Continuará…

Send… OK.

“¡Excelente!” se congratuló el Doctor antes de apagar su laptop. “Esto los quitará de mis sueños al menos por un par de semanas.” Finalmente había conseguido devolverle a sus alumnos los tres manuscritos pendientes. Las correcciones habían sido tan obvias como lapidarias, pero si ellos deseaban hacer carrera en la Ciencia debían afrontarlo. Se suponía que le habrían de entregar versiones finales; para su desencanto, sin embargo, los tres manuscritos estaban más verdes que una Granny Smith.

Un sinnúmero de pensamientos laterales le habían agregado sinuosidades al proceso de corrección. En un momento, Kovayashi había dibujado tres elipses concéntricas sobre una hoja borrador. La elipse interna era de color verde y encerraba su propio nombre. La del medio era amarilla, y sobre su perímetro podía leerse, también en amarillo, FyT. La elipse externa estaba trazada con guiones rojos y contenía un solo nombre: Kandrasky. El modelo semafórico lo había ayudado a aclarar sus pensamientos. Si decidiera darle crédito al mensaje de Rómulo, entonces la hipótesis de “peligro inminente” cobraba vida. Para Rómulo, dos personajes eran de temer. El primero era, en realidad, un dúo: Feather y Teller. Kovayashi nunca había pensado en ellos como una amenaza, sino más bien como dos ridículos pelmazos; ahora debía reconsiderarlo. El segundo era Kandrasky, un individuo misterioso de quien, según el finado Rómulo, debía estar particularmente alerta. ¿Quién sería ese hombre (¿o esa mujer?) y qué motivos podría tener para eliminarlo? Cierto era que no iba a quedarse encerrado hasta que lo convirtieran en pastrón. Tendría que exponerse, hacer preguntas, desafiar al bastardo para que saliera a la luz. Y el mejor comienzo, estimó, sería realizarles una visita “amistosa” a Heriberto y Ferdibaldo.

Kovayashi leyó la programación de la TV por cable y determinó que el momento ideal para salir sería a las 21:25, exactamente 15 minutos después de comenzado el superclásico. Así lo hizo. Las ventanas del departamento estaban cerradas, la calle, despejada, y la temperatura había descendido a valores racionales. Ingresó al edificio de los escritores con su llave duplicada y esperaba hacer lo mismo al subir. Según sus cálculos, los escritores ya se habrían retirado; podría revisarlo con tranquilidad todo el tiempo que deseara. Ignoraba Kovayashi, no obstante, que desde las 21:25, Ferdibaldo empuñaba nerviosamente su Parabellum 9mm con silenciador en la semipenumbra del 1º A.

En los últimos tiempos, la conducta del Doctor se había apartado de los mandatos de las buenas costumbres, y eso incluía el asesinato. Esa noche, la vergonzante lista se había engrosado con una violación de domicilio. Kovayashi era consciente de todo, lo sufría y le generaba culpa, aunque no dejaba de maravillarse de las nuevas habilidades que había adquirido. ¡Con cuánta delicadeza había hecho girar la llave en la cerradura, qué poco aire había desplazado o cuán sordos habían sido sus pasos al ingresar al living, qué veloz había sido al abrir y cerrar la puerta! Se sentía verdaderamente seguro de sí mismo, aun cuando no había llevado un arma. Feather y Teller, sin embargo, lo estaban esperando.

En el corto segundo entre que la luz se encendió y el brazo de Heriberto se le enroscó en el cuello, Kovayashi detectó que el estudio de escritura ya no existía como tal. Todo estaba embalado, excepto los escritorios. Evidentemente, Feather y Teller habían planeado cómo huir luego de encargarse del él. Lo que más le extrañaba era, empero, no comprender el motivo por el cual estaba a punto de perder la vida. Aquel brazo fibroso ajustaba mucho. De repente, Ferdibaldo apareció desde de la cocina. Llevaba en su otra mano un retrato del viejo Scalisi. Kovayashi no podía hablar; ya cerca de la anoxia, pero consciente, entrecerró los ojos.

_ “¡Soltálo que lo quemo¡” Teller sudaba a mares. Gritaba en voz casi imperceptible, estirando al máximo los tendones del cuello para no llamar la atención de los vecinos. Kovayashi dedujo que Ferdibaldo, a pesar de estar a metro y medio, temía fallar el disparo. Mientras Feather estuviera detrás, la ejecución se postergaría, y eso le daba tiempo para intentar pensar.

_ “¡No, es peligroso!” Contestó Feather, también cubriendo su voz y sensiblemente alterado.

_ “Soltálo, pelotudo…” El temor de Teller y la impericia de Feather le daban claramente la razón a Rómulo, razonó Kovayashi, que en su fantasmal aparición los había calificado de impostores. Tal vez esos dos fueran escritores, pero delincuentes profesionales, nunca. Súbitamente, Heriberto relajó el brazo y con un impulso vertical dejó al Doctor tendido sobre el parquet. Si podía hablar antes de que Teller gatillara, entonces habría esperanzas.

_ “¡¡Kandrasky los está usando!!” Kovayashi gritó tan fuerte como pudo, y un dolor agudo como un picahielos le atravesó las cuerdas vocales. La jugada estaba hecha, y la respuesta, verbal o metálica, llegaría inmediatamente. Sentado contra la pared, apretó las mandíbulas. Teller volvió a levantar el brazo y le apuntó a la cabeza. El arma temblequeaba en sus finos dedos. Kovayashi supo que el mequetrefe nunca había matado a nadie y lamentó tener que ser el primero. Teller transpiraba. Entre su mano y la culata de la Parabellum se había formado una capa de sudor viscoso. Poco a poco, el índice de Ferdibaldo se fue cerrando sobre el gatillo hasta que un estampido seco, distinto al fiú apagado de las películas de espías, resonó en el living. En el mismo instante en el que la bala hacía explotar un inmenso parche de revoque a 2 centímetros de la oreja de kovayashi, Feather pateó el antebrazo de Teller y la pistola cayó lejos por el pasillo del baño. Había llegado tarde, pero por fortuna para el Doctor no habría segundo disparo. En los rostros de Ferdibaldo y Kovayashi sólo cabía la incredulidad.

_ “Nuestro vecino sabe algo que nosotros no. Escuchémoslo, hay tiempo para agujerearlo después”, dijo calmadamente Feather mientras Teller, hirviendo en ira, corría a buscar la Parabellum.

Kovayashi nunca había estado tan cerca de su propia muerte. Rejuntó fuerzas y habló; las palabras eran su única arma. “Miren, no sé quién es el tal Kandrasky, ni tampoco sé quiénes son ustedes. Sólo sé que no son profesionales y que el tipo no quiere ensuciarse las manos. ¿Quién es K…”

_ “No le diremos nuestros nombres. Somos algo así como sobrinos… ejem… sobrinos terceros de…” lo interrumpió Heriberto, señalando el retrato del viejo Scalisi. La mandíbula de Kovayashi cayó verticalmente, dándole a su cara el rictus de asombro que le faltaba. “Kandrasky no entró en detalles, apenas sabemos que Ud. lo… ejem… lo mató.”

_ “¡Vamos… no me van a venir con que esto es una venganza!” Kovayashi se animó a soltar una risita sarcástica. “Se equivocan conmigo. Yo no maté al viejo. ¿Quién es Kandrasky? ¿Qué les prometió?”

_ “Matémoslo ya, Heriberto…” insistió Teller, que había amartillado nuevamente la Parabellum.

De repente, Kovayashi recordó un detalle, aquella nota manuscrita que había extraído del sobretodo de Scalisi después de su muerte, y que siempre llevaba consigo en la billetera. Pidió permiso a los escritores para sacarla y se la entregó a Feather, que la leyó ansiosamente en voz alta. “Hola Doctor. Cuando lea esto yo ya no voy a andar más por acá. Después de lo de anoche, creo que me voy derechito al… ejem… infierno. Pero sepa que le estoy agradecido, y mucho. Por primera vez en mi vida algo me salió bien, debe estar orgulloso de mí. Perdóneme la letra, tengo muy poca fuerza y la derecha no me funciona. Así que cuando me acueste ya no me levantaré otra vez. Nos vemos en unos años. Luis.”

_ “Creo que le debemos una… ejem… una disculpa, Doctor.” La voz de Heriberto sonó cansada. Mientras Teller, pensativo, devolvía el arma al cajón, Feather lo ayudaba a Kovayashi a ponerse de pie. El Doctor tenía muchas ganas de llorar y también quería erradicar de la faz de la Tierra a los dos payasos. Por fortuna, su cerebro estaba frío como un iceberg, y eso le ayudaba a calmar su espíritu. “Ya habrá tiempo para ajustar cuentas”, pensó. Al cabo de un rato de introspección, los tres hombres bebían té de jazmín sentados al escritorio de Teller.

 


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