Después de unos días, Javier seguía fascinado por su perrillo. No era para menos, nunca se había visto en el mundo un pero con la capacidad de hablar. Y ahí estaba, con el. Mientras hacía sus tareas diarias, Rufo dormía a pierna suelta en su cama, roncando suavemente. Casi no se movía, pareciendo un pequeño peluche blanco.
Como era la hora, Javier preparó las cosas para la comida, al oír el tintineo de los platos y de los cubiertos, Rufo enseguida, levantó la cabeza para curiosear.
-Oigo ruido de platos, mi canción favorita.
-Vaya, el dormilón ha despertado- Rió Javier.
Rufo se levantó y olfateó el aire para saber si lo que había era de su gusto, cosa que solía suceder.
-Javier, tengo hambre!
-Tú es que si no tienes hambre, es porque tienes ganas de comer, majo. Ahora te pongo la comida.
Javier fue en busca del platito del perro, y se lo depositó junto a su cuenco de agua. Rufo acudió al plato a ver que contenía, y al ver que solo había pienso de perros, miró hacia Javier.
-Oye, que tal si me echas en el plato algunos de esos macarrones que estás haciendo, seguro que me alimentan más que esas insulsas bolas secas que tengo ahí.
-Posiblemente, pero esas bolas secas, son más sanas para ti.
-Será muy sano, pero es todos los días lo mismo. Acaso comes tu exactamente lo mismo todos los días de tu vida?
Javier no podía dejar de estar de acuerdo con eso último, pero aunque Rufo era un perro que nunca se quejaba por nada, las horas de las comidas, siempre eran un pequeño tira y afloja entre ellos dos, aunque era más escandaloso aún cuando no hablaba. Uno, quería comer hasta hartarse, y el otro temía que la comida para humanos, le sentara mal. Finalmente decidió echarle unos pocos, pues de otra manera no se callaría.
-Eres el perro más respondón que jamás existirá, sabes? Comete unos pocos nada más, porque ya sabes que hay comidas que te sientan como un tiro.
-Lo que me sienta como un tiro, es no comer.
Javier, se le quedó mirando mientras Rufo comía como si hiciera una semana que no probaba bocado, que le iba a hacer, hasta los perros tienen sus pequeñas manías.
A Javier le preocupaba las consecuencias de la avanzada edad de Rufo, y siempre temía que le pasase algo. Algún amigo le decía que lo mimaba demasiado, pero Javier no hacía caso de esas cosas. Las patas traseras de su perro ya no le respondían tan bien, le costaba un poco levantarse y caminar, pero Javier se aseguró de que eso no fuera un excesivo inconveniente para el, ayudándole siempre a hacer una cosa y otra, hasta, que se le pasaba. Javier comprobó que no había perdido sensibilidad en las patas, y que no le dolían, solo era que algunos días no le respondían bien, por ese motivo ya no sacaba al perro a la calle, Rufo no quería, y menos bajar y subir por las escaleras del portal. Se ofreció a bajarlo y subirlo en brazos, pero ni por esas, que no había forma de convencerlo, aunque para que Javier no se preocupara demasiado por el, Rufo le quitaba hierro al asunto
-Tu tranquilo, que ya te aviso yo cuando necesite ayuda, y no te preocupes tanto, que no me duele nada, solo me molesta no poder levantarme al primer intento.
-Si, pero... Cuando veo que te caes, casi me duele a mi...
-Que no me duele, este cuerpecito que aquí ves, es más duro que el acero. Aunque lo que si me gustaría, sería poder saltar al sofá o a las camas como antes, jaja.
-Ah, si, hace tiempo que no lo haces. Me acuerdo de aquellos días, en los que me despertaba, y lo primero que veía al abrir los ojos, era un perrito encima de mi moviendo el rabo casi como una hélice, y hablándome con la mirada, que tiempos, eh?
-Es que antes no me costaba nada saltar, ahora aún soy capaz, pero con mayor esfuerzo.
-Si, me acuerdo también el día que llegaste, eras una bolita de pelo. Mi hermana te sentó en una silla, y te hice una foto. Desde entonces te hemos hecho muchas, una tarjeta de memoria casi sólo con tus fotos. Tienes todo un book, como los modelos.
-Ya sabes que cuando veo una cámara poso de manera muy profesional.
-No dejo de sorprenderme el que seas capaz de estar aquí hablando conmigo, es algo increíble.
-Era algo que desde mis primeros días aquí, siempre quise poder hacerme entender. Con todo el material de lectura que tienes diseminado por toda la casa, no es difícil.
-Eres único en tu género. El perro más inteligente de la historia, un perro muy especial. Para mi, ya lo eras antes de que supiera que podías hablar
Rufo no le dijo nada, se acercó hasta donde Javier estaba sentado, y le empujó las manos con el hocico.