Revista Literatura

El fin del minimalismo

Publicado el 10 mayo 2011 por Migueldeluis

(c) Pawel Gaul

Cuatro ejemplos

Te caes de un avión. Mala suerte, has tenido que tirar de la anilla y allá va tu paracaidas nuevo, con lo bien dobladito que lo tenías.

Tu niña aprende a montar en bicicleta. Arruga la nariz y se le humedecen los ojos cuando le dices que vas a quitarle la ruedita. ¡Con lo bonita que era!

Terminas la universidad. Te graduas y mientras firmas tu primer contrato -dejadme ser optimista- lamentas el dinero gastado en libros.

Corres una maratón y cuando llegas a la meta crees que no debería terminarse.

Una idea

¿Para qué sirve el minimalismo? Para la libertad.

Uno no se libera de los padres; se libera con ellos. Pero uno nunca se libera con el consumismo, se libera de él. La comparación viene a cuento de que en la adolescencia -o incluso antes- remplazamos, a veces sin darnos cuenta, a nuestros padres por la publicidad. Embrujados por su magia creemos que la salud es una píldora, la diversión un videojuego y el triunfo ha de ser el objeto de nuestra vida. Bajo su influencia pensamos que la solidaridad es una actividad de días concreto, el trabajo se convierte en una utopía fantástica y una casa con jardín en un objetivo por el que merece la pena hipotecar toda nuestra vida. Con ella viene el hada de la tarjeta de crédito, que por arte de Birlo y Birloque hace accesible todos los precios.

Hola, soy la crisis… digo la realidad y te caigo encima.

Y se acabó. Casi todos hemos caído en algo. O engordamos, o vivimos la vida que no quisimos, o debíamos lo que no teníamos, o sencillamente acabamos atrapados por un ansia irrefrenable de tener todo y la certeza de no ser capaz. Todos los minimalistas hemos sentido ese vértigo, en nosotros y en los otros, en la humanidad y en la naturaleza. Las historias varían, las ideas políticas y religiosas también, distintos son nuestros países y biografías, pero el vértigo permanece.

La liberación

Y entonces, un día, reaccionamos. Y nos libramos de todo. Y nos desprendemos de nuestras cosas hasta donde duele. Y luego de nuestros hábitos. ¡Y eso sí que hace pupita mala! Siempre se tiende la tentación de abandonar. El niñato, no el niño, que llevamos dentro llora y patalea. ¡Está perdiendo sus juguetes! (No los usaba nunca, pero eran SUS juguetes).

Pero al final, el desprendimiento hace que el niñato interior madure un poco. Y sea un verdadero niño, capaz de ser feliz con sus amigos y una piedra. O incluso sólo con sus amigos. O incluso sólo con la piedra.

Entonces comprendes que te has liberado. Sabes que ya no tienes necesidad de comprar nada, de demostrar nada, ni de ser más que nadie. Todavía sientes tentaciones. Quizás porque las sientes, te llega a enfandar la publicidad y escribar artículos como éstos. Quizás porque aún te sabes débil, proclamas tu libertad con más fuerza. Pero ya te sientes fuera de la cárcel.

Explorar

Al principio uno es feliz sencillamente siendo libre. Me suena que esa debe ser la reacción de los presos cuando acaban su condena. Pero luego hay que ocuparse de la vida.

Y aquí viene lo bueno del minimalismo.

Precisamente porque has clareado tu vida, la clarificas. Tras un tiempo y reflexión llegas a recordar quien eres y hasta le encunetras sentido a la vida. Bueno, seguramente no resuelvas los misterios del mundo, pero sí sabes que hacer con tu vida. Encima el haberte desprendido supone que has hecho un ejercicio de valor.

Ahora puedes empezar a pensar en más allá del minimalismo. Y es que ese es el fin del minimalismo: descubrir tu camino y caminarlo.

El gurú ha hablado

Y como lo sé todo porque vivo en mi montaña de la sabiduría prefecta no hace falta que digáis nada, oh pobres criaturas tontas indignas de leer mi blog.

O a lo mejor sí, tengo la sensación de que sólo he arañado la superficie, ¿profundizamos juntos? ¿alguna idea?

se debe comenzar por desprenderse de todas las rémoras.

Todo Sabia Vida

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