El final de la Tierra

Publicado el 28 septiembre 2011 por Capitan_rabano @pardeguindillas
Hoy os hablaré del final de la tierra, de cómo he caminado por bosques de eucaliptos y veredas de manzanos repletos de frutos.
Los bosques de Lugo tienen caminos anchos para que la historia se mueva libre a través de los castaños y las ruinas de los castros. A los lados, la historia ha levantado muros de musgo y al amanecer los rayos de sol chocan contra la niebla que provoca el rocío. El frío te cala los huesos, pero entonces empiezas a caminar y puede que al principio, en el silencio del bosque, aún pienses en lo que dejaste algún día antes: en tu trabajo, tus vecinos o tu hipoteca… pero no dura mucho. No pasa mucho tiempo antes de que lo único que escuches sean tus pasos, algunos pájaros o el sonido de las castañas al caer al suelo.



No todo es bosque, también hay pequeños pueblos donde los avispados lugareños sirven comida y bebida. Dónde por 4€ puedes comer un par de huevos fritos con chorizo y un vaso de vino que reponen el cuerpo después de 10 kilómetros caminando y aportan calor para seguir otros 15 más.
No mucha gente habla mientras camina y si lo hace el idioma es lo de menos, todo el mundo se entiende y, sobre todo, comparte lo que hace.
Aparecen ampollas, tendinitis, heridas… la cara se quema por el sol de los claros y el bosque cambia, aparecen eucaliptos y el clima se hace más suave según te acercas a Finisterre. Durante miles de años la gente ha recorrido los mismos caminos en un viaje hacia el final de la tierra (de puente a puente, de oca a oca), hacia la muerte espiritural y el renacimiento. Da igual quién lo hiciera: celtas o romanos iniciados en el culto de Isis, suevos atraídos por un rumor ancestral que les hizo recorrer media Europa o cristianos venidos por devoción.
Quizá seas un jubilado alemán o un turista gastronómico. Da igual, por allí, durante milenios, ha caminado el mismo espíritu.
Finalmente, en Finisterre, puedes observar algo grande. El lugar no es especialmente bonito, pero es casi único. La forma de la península permite que, asomado a la punta final de la tierra, puedas ver completo el ciclo solar. El sol saldrá por tu izquierda, sobre el mar, y recorrerá todo el arco hasta ponerse a tu derecha, de nuevo sobre el mar. Allí, con el sol y el viento curtiendo tu cara, muchos aprovechan para quemar ropas que les han acompañado durante el viaje en un acto simbólico de purificación.
Sin embargo, ya casi nadie sabe que la muerte no ocurría allí. Según la tradición, el cuerpo del Apostol, en una cristianización del mito de Osiris, había llegado en barca hasta Padrón, en la ría de Muros. Si Isis encontró la barca de su hermano-marido muerto, Osiris, encallada en una costa y pudo devolverlo a la vida, a una nueva vida, los peregrinos llegaban hasta Noia y morían para renacer en un nuevo yo. La muerte, claro está, no era real, pero sí simbólica y para ello grababan una lápida que depositaban al lado de una iglesia (Santa María la Nueva). Si te pasas por allí, te contarán que aquello era, y es, un cementerio, pero sólo es cierto desde hace unos cientos de años. Allí hay muchas lápidas apiladas, pero no hay muertos, porque contienen los nombres y la vida anterior de muchos peregrinos que después de "morir" renacieron y grabaron sus antiguos nombres y profesiones para ya nunca volver a ser los mismos.

Si peregrinas y ves el mar arder, si ves el rayo verde en el momento del solpor, ya nunca serás el mismo.