El fontanero

Publicado el 30 abril 2015 por Isabel Topham
Eran las 3 p.m, y ya habíamos terminado todo de comer, e incluso raro era que faltase alguien que aún estuviese sentado a la mesa. Ya había una buena pila de plato sucio encima en el lavaplatos. Esta tarde me tocaba a mí limpiarlos, hacíamos turnos. Ya tenía los guantes puestos y preparada para coger la esponja y frotar con todas mis fuerzas hasta hacer espuma con agua y jabón sobre el plato; cuando vimos que no salía agua al girar el grifo. Lo repetí varias veces por si acaso sólo se necesitaba tiempo para que volviera a funcionar como de costumbre. Más tarde, y sin habernos dado por vencidos ni haber visto antes si todos los grifos echan agua, fuimos a preguntar a los vecinos por si fuese algo normal y comunitario; o qué se yo, por si nos han cortado el agua por alguna obra que suelen hacer y ya han tomado por costumbre. Pasado las 4:30 pm llamamos al fontanero para ver qué ocurría al fin y al cabo sólo era problema nuestro, y saber cuánto tiempo más íbamos a estar sin agua en la cocina.
El fontanero se presentó en casa sobre las 6:30 pm, con una caja de herramientas en una mano, un mono azul con manchas algo blancas y la cremallera por su cintura más o menos, por las muecas que hacía no era muy de su tamaño y un cigarro en la oreja izquierda a modo de carpintero. No era un señor muy mayor pero rondaba ya los 45 años, tenía poco pelo cabelludo de un color grisáceo oscuro. Tenía problemas respiratorios debido al tabaco o desde joven los sufrió. Tras hacerle unas cuantas señas para que pasara, entró dirigiéndose directamente a la cocina.
Apenas tardó dos minutos en saber qué impedía al agua continuar su ciclo allí. Bajó un momento a la ferretería para comprar un par de tuercas y subía con ellas en la mano. Una vez enredando en las cañerías y drenajes, y a su vez puestas las tuercas en ellas se despidió de nosotros cobrándonos así 200 €. Nos quedamos boquiabiertos, sin saber qué decir, hasta que pude articular palabra y me atreví a preguntarle:
─ Perdone, ¿qué ha hecho usted para que cueste tanto si tan sólo has cambiado un tornillo de nada que ha costado 1€?
Se quedó sin habla, o eso pensé yo. Al minuto, esbozó una sonrisa y sus palabras erizaron mi piel.
─ 1€ ha costado el tornillo, sí; pero 199 € mi esfuerzo.