El francotirador

Publicado el 09 junio 2013 por Benjamín Recacha García @brecacha

Sniper – Simone Artibani

La espera es lo que peor lleva de su oficio. Las horas apostado, siempre alerta, se hacen interminables y la tensión acumulada le provoca una sensación muy desagradable. A veces incluso pueden llegar a pasar días hasta que se presenta la oportunidad de disparar.

En ocasiones la prudencia que caracteriza a un buen profesional le aconseja suspender momentáneamente la ejecución del trabajo y diseñar un nuevo plan, pero no sería un francotirador tan cotizado si no contara los encargos recibidos por éxitos.

Ya hace mucho que dejó de ver en sus víctimas a seres humanos. De hecho, ni siquiera piensa en él mismo en esos términos. La verdad es que no piensa. Es lo más parecido a un robot, una máquina de precisión, fría y calculadora. Su cerebro se limita a evaluar probabilidades y posibilidades, pros y contras, hasta dar con la mejor opción para completar la misión.

Aquel día en que su vida cambió para siempre queda ya muy lejano. Cuando recuerda el bombardeo sobre Mostar, el joven que dibuja su mente no es él. Tampoco es su mujer la joven que aparece destrozada por la metralla, ni es su hija la niña que yace entre los escombros.

La imagen del coronel de la OTAN que lamenta el error que costara la vida a tantos inocentes tampoco le afecta ya.

Su primer recuerdo consciente con el que se identifica es del día en que se alistó en el ejército serbio. Pronto descubrirían su talento para acertar en el blanco desde cualquier distancia y poco después los soldados aliados empezaban a caer como moscas entre las ruinas de Mostar, Srebrenica y Sarajevo.

Una vez acabado el conflicto su nombre ocupó un lugar privilegiado en la lista de criminales de guerra. Veinte años después la Interpol sigue buscando a un fantasma.

Su próxima víctima está siendo especialmente escurridiza. Tras cuatro días de persecución empieza a sentirse irritado. Aunque no tiene la más mínima opción de escapar, el excesivo tiempo que le está dedicando comienza a cuestionar la rentabilidad de la operación. Tiene una larga lista de encargos en espera, pero hasta que no acabe con éste no podrá ponerse a estudiar los siguientes. No puede dejar que la cosa se alargue más, pues una de sus ventajas respecto a la competencia, además de la precisión, es precisamente la velocidad en la ejecución de los trabajos.

El objetivo que se le resiste es un diplomático que, por algún motivo que no le interesa en absoluto, resulta molesto para una gran corporación petrolífera. Es lo único que sabe de su cliente. De la víctima tampoco conoce más. Lo único que necesita es una buena foto en que se identifique el rostro con nitidez y una dirección.

Normalmente, con unas pocas horas de espera es suficiente, pero esta vez parece que la información de que dispone no es todo lo precisa que cabría desear. Si la jornada concluye sin novedad recurrirá al teléfono de contacto. Dejará que suene dos veces y colgará. Es la señal acordada para renunciar a la misión, cosa que no ha tenido que hacer nunca antes. Quizás tendrá ocasión de “agradecer” al responsable del encargo su “esmerado” trabajo previo…

En ese momento un coche oficial se detiene junto a la entrada del hotel. A su lado se para otro, del que bajan cuatro agentes de seguridad que inmediatamente toman posiciones. No hay duda de que están sobre aviso. Sólo dispondrá de una oportunidad, así que el francotirador pone toda su atención en la puerta trasera derecha del primer vehículo, la más cercana a la entrada del hotel. Se abre la puerta del acompañante y aparece un nuevo agente, que, totalmente alerta, se dirige a la puerta trasera y, con mucha precaución, la abre. El francotirador tiene el dedo sobre el gatillo. Necesitará sólo un par de segundos para identificar el objetivo y disparar.

Otro agente se sitúa junto a la puerta ya abierta, de la que surge… una mujer rubia. Se gira y durante una décima de segundo su mirada se cruza con la que observa desde la mirilla telescópica… “Jana…” El recuerdo surge espontáneo… “No, no puede ser, olvídalo…” Ahora del coche desciende… una niña de seis o siete años, también rubia, con el pelo largo que le llega casi hasta la cintura… “Mila… No es posible, descarta ese pensamiento absurdo inmediatamente y concéntrate… Jana… Mila…” Ahí está. Es él, el diplomático que debe eliminar. No hay duda. Va muy bien protegido, pero su destino está ahora exclusivamente en manos del francotirador…


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