Han pasado muchos veranos desde aquel que fue nuestro. Exactamente 25. El aroma de tu piel se ha despegado de mi nariz y los matices de tu voz se pierden al evocarlos después de tanto tiempo.
Aquel verano marcó el resto de mi vida, cambió el rumbo de mis pasos, precipitó acontecimientos, cambió realidades.
No quise buscarte. No quise decírtelo. Nuestros mundos eran muy diferentes. No podías darme nada mejor de lo que ya me habías dado, era mejor así.
El azar ha querido ponernos frente a frente de nuevo.
Un día más en mi trabajo, un cliente más, te pedí la tarjeta y el DNI, tu nombre y apellidos se estrellaron sobre mi presente, a tu lado, una mujer de más o menos mi edad y una joven muy parecida a ti, esperaban comentando la calidad de los objetos de la tienda.
Tú hija tiene los ojos de su hermano Miguel: tus ojos.
Después de firmar el justificante de pago, has dejado descansar tu mirada sobre mí un largo instante:
-¿Nos conocemos? Has balbuceado dubitativo.
-No lo creo. Te he dicho sonriendo.
Texto: Yolanda Nava Miguélez