Revista Talentos
Iban caminando de la mano, recorriendo el rio que cruzaba su propiedad en esa casa de campo, en la que tantas cosas compartieron, el nacimiento de unos de sus hijos, las reuniones familiares, la fiesta de graduación de su hija, la mayor. Tantas cosas, tantos recuerdos, acaban de comer e iban comentando los preparativos para la próxima boda, del único hijo que les quedaba soltero; ahora ya solo iban a quedar ellos, era el momento de empezar a pensar, por primera vez en años, solo en ellos. Llegaron a un delgado puente que cruzaba el rio, ya estaba ahí antes de que hicieran su casa, cuando compraron la propiedad veinticinco años antes. No tenía pasamanos, el tiempo se lo había llevado, ahora solo le quedan las resbalosas y delgadas baldosas que también ya estaban por ser cambiadas, todo el puente iba a ser remodelado para la celebración de la boda. Ella cruzó primero con el esposo atrás, él iba cuidando los pasos de su amada esposa cuando repentinamente piso una baldosa suelta, perdiendo el equilibrio y cayendo al rio, iban a la mitad del puente, precisamente en donde era más profundo. Él iba vestido con pantalones de mezclilla y unas botas, como era su costumbre cuando visitaban esa casa, intento nadar, pero el peso de las botas se lo impedían e hizo lo peor que podía hacer, se empezó a desesperar... La esposa lo veía desde la cima del puente, veía como no podía nadar, empezó a bajar por el mismo lugar por donde había subido minutos antes, llego a la orilla del rio, viendo como su esposo, desesperado, intentaba salir a flote. El manoteaba, intentando tomar aire, pero sus años de inactividad le cobraban la factura; no tenía nada de condición, no tenía la más mínima capacidad de aguantar sin respirar, en su rostro se reflejaba su angustia de sentir como se hundía, pataleaba con fuerza hasta sentir como un dolor agudo le recorría toda su pierna, un dolor que la hizo encogerse, un calambre que le anunciaba su muerte. Ella ya estaba en la orilla de rio, bajo el puente, viéndolo todo, sin un gesto en el rostro, se llevó una mano a la boca, mientras con la otra jalaba una silla plegable que estaba sobre una de las largas varas de bambú que usaban para limpiar de maleza el rio, quito la silla de sobre el bambú, la puso a su lado… Y se sentó; con el rostro sin expresión, con la mirada fija viendo como su esposo desaparecía. El esposo se llevó una mano a la pierna por instinto, cuando sintió el calambre, esto hizo que se hundiera en ese momento. Quiso gritar, pero solo se le lleno la boca de agua; inundando sus pulmones, llevándolo como si fuera un saco de arena, al fondo. La esposa seguía sentada, sin decir nada, sin hacer nada, solo viendo. Hasta que su esposo desapareció bajo el agua, hasta que el agua se llenó de nuevo de quietud; hasta entonces se levantó, rodeo la silla y se encaminó de regreso a su casa, mientras repasaba en su mente cuál de todos sus vestidos eral el más formal... Para vestirse propiamente, esa noche, en el funeral.