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Esta historia es tan sorprendente como breve y se desarrolla en la isla de Stephens, un islote rocoso a caballo entre la isla Norte y la isla Sur de Nueva Zelanda. La isla está situada en un paso peligroso para los navíos por la abundancia de escollos, por lo que se instaló un faro, al que en otoño de 1895 fue a vivir un farero llamado David Lyall con su familia.
Con la familia también arribaba a la isla su mascota, un gato llamado Tibbles. El gato no tardó en descubrir en la isla a unos pequeños pájaros nocturnos no voladores sumamente fáciles de atrapar. Se trataba del Xénico de Lyall (Xenicus lyalli), especie entonces no descubierta por la ciencia, aunque sí por el felino, a cuya caza se aficionó rápidamente. Era una especie parecida a los chochines europeos que, ante la falta de predadores en la isla, había perdido la facultad de vuelo y cuya población era sumamente reducida limitándose su distribución mundial a aquel islote.
El gato llevó a su dueño algunos de sus trofeos, 13 en concreto, dándose la circunstancia de que este era aficionado a la ornitología. Al no poder identificar a las presas de su mascota disecó ocho de ellos y los envió al Museo de Wellington, al famoso ornitólogo y banquero Lionel Walter Rothschild, quien se percató de que se trataba de una nueva especie, la describió para la ciencia y la bautizó como Xenicus lyalli en honor al apellido del farero.
Pero para entonces, la pequeñísima población de la especie había sido exterminada por Tibbles. Bastaron sólo los últimos meses de 1895 y la acción predadora de un sólo gato doméstico para que aquella especie pasase de estar absolutamente intacta, como había estado cientos de miles de años, a estar extinta para siempre. Nadie llegó a ver jamás un ejemplar vivo se este ave y, por supuesto nada se supo acerca de su biología, costumbres o reproducción. El hecho está considerado como la extinción más rápida que se conoce en la historia de la humanidad y muestra la extrema fragilidad de los equilibrios naturales así como los potenciales peligros de las especies foráneas en los ecosistemas. Como único recuerdo de esta extraña ave quedan unos restos disecados - mal disecados, por cierto- en varios museos de Inglaterra y Estados Unidos, y la mayor parte de ellos tienen anotado en su etiqueta que fueron víctimas del gato del farero.
La combinación nefasta entre especies que han evolucionado en el aislamiento de ecosistemas insulares y predadores introducidos por el hombre, en este caso de gatos, se vivió mucho tiempo antes en las Islas Canarias. La introducción hace unos 2.000 años de los primeros felinos domésticos en el archipiélago supuso la rápida extinción de, al menos, cinco especies isleñas: La codorniz gomera (Coturnix gomerae), el escribano patilargo (Emberiza alcoveri), dos roedores gigantes de Tenerife y Gran Canaria (Canariomys bravoi) y (Canariomys tamarani) y el lagarto gigante de La Palma (Gallotia auaritae).
Fuente: Delibes de Castro, M. La Naturaleza en Peligro. Ediciones Destino. 2005.
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