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¡Buenos días! Comenzamos la semana y hoy me gustaría hablar de una teoría curiosa que defiende la medicina evolucionista o darwiniana. Me refiero a la hipótesis del “Genotipo ahorrador”, que podría ser el responsable de algunas de las patologías que hoy nos encontramos, siendo el ejemplo más claro, la obesidad.
Para explicar esta hipótesis haré una retrospectiva, comenzando por una de nuestros primeros antepasados el Ardipithecus ramidus, retrocederemos casi 5 millones de años, ¿os apuntáis a un viaje por la historia?
Nos situamos en Kenia, África, hace 4,4 millones de años. El Ardipithecus ramidus vivía en un mundo lleno de vegetación, con predominio del bosque tropical, un clima en el que apenas se producían cambios y la disposición de alimento era accesible y constante.
Generalmente, el alimento disponible eran frutas y vegetales blandos, por lo que nuestro Ardipithecusllevaba una alimentación rica en estos alimentos y, por tanto, rica en hidratos de carbono complejos y fibra; además, complementaba esta alimentación con la ingesta ocasional de insectos, reptiles o pequeños mamíferos.
Para poder asimilar bien la glucosa presente en los alimentos de origen vegetal ingeridos, el Ardipithecus poseía una gran sensibilidad a la insulina y, gracias a la presencia constante de alimento, no requería de medios de reserva grasa para la obtención de energía.
Pero nuestro planeta está en continuo movimiento y hace 4 millones de años comenzó a producirse una importante sequía y un enfriamiento global que poco a poco fue reduciendo las zonas de bosque tropical y con ello el alimento fue escaseando.
Es en este momento, hace 3,5 millones de años, cuando aparece el Autralopithecus afarensis. Muchos conoceréis a “Lucy”, quien fue encontrada en Etiopía y una de las primeras componentes de la denominada “Primera familia”.
En este período las plantas, frutas y brotes tiernos de los que disfrutaba el Ardipithecus, escasean, obligando al Australopithecus a mantenerse en movimiento en busca de alimento con el consecuente aumento del gasto energético.
Estudiando los restos, sobre todo las dentaduras, se descubrió que se alimentaban de vegetales más duros y abrasivos, pero menos nutritivos tales como hojas, frutos secos, tallos fibrosos bulbos, etc.Para su digestión precisaban, en general, de un aparato digestivo voluminosoy, más en particular, de un gran intestino grueso que permitía una adecuada digestión de los vegetales ingeridos.
El Australopithecus se enfrenta a largos períodos de hambruna por primera vez en la historia de la evolución; esta situación añadida a la complicación de las condiciones climáticas fuerzan a desarrollar algún tipo de mecanismo de almacenamiento de reserva energética: aparece el almacenamiento energético en forma de grasa.
En 1962, Neel lanzó la hipótesissobre este cambio evolutivo, se podría decir que en este período surge el “genotipo ahorrador”, que consistió en el desarrollo de una sensibilidad diferencial a la acción de la insulina que aseguraba la ganancia rápida de grasa en momentos de abundancia para poder recurrir a la energía que ésta contiene en épocas de escasez y así poder sobrevivir.
Hoy en día a esta hipótesis se le añade el desarrollo de la resistencia a la leptina,de esta forma se elimina la señal supresora del apetito con el fin de aumentar el depósito graso.
Poco a poco llegamos al Pleistoceno, hace 1,8 millones de años, período más frío donde se producen diversas glaciaciones, y en el que aparece por fin el género “Homo”, más concretamente hablo del Homo ergaster que vivió en un momento de escasez vegetal en el que los alimentos de origen animal cobraban cada vez más importancia en su dieta.
La aparición de una dieta de tipo carnívoro obligó a dar un nuevo paso evolutivo. Por lo general, en los animales carnívoros al consumir este tipo de alimentos aumenta la glucosa en sangre y la aminoacidemia. Para nuestros protagonistas esto sería motivo de dificultad digestiva y falta de glucosa que derivaría en hipoglucemia.
La selección natural vuelve a entrar en el juego y da lugar a la insulinorresistencia, que dificulta la absorción de glucosa en músculo e hígado permitiendo que ésta fuese absorbida por aquellos órganos que más la necesitaban como es el cerebro.
Por lo tanto, aquellos que disponían de esta insulinorresistencia junto con la leptinorresistencia les aseguraba la supervivencia ante períodos de hambrunas y, por supuesto, facilitar la adaptación a este nuevo sistema de alimentación con carnes y pescados como base fundamental y predominante de su alimentación.
A lo largo de estas adaptaciones surge el término “mono obeso” ya que dentro de los homínidos nuestros antepasados empezaban a desarrollar una composición corporal con un porcentaje de grasa mucho mayor al del resto de especies, en ese sentido el sistema adiposo se asemejaría más al de un delfín o una foca que al de un mono o chimpancé.
Tras 2 millones de años de evolución, es más que notorio el aumento del volumen cerebral, que va intrínsecamente unido a un mayor requerimiento energético. Aquí llegamos a una segunda hipótesis igualmente curiosa, la “Hipótesis del órgano costoso” mediante la cual se estipula que si se necesita más energía para el cerebro, habría que reducir el requerimiento energético de otro órgano de similar consumo.
Este sería el caso del aparato digestivo, que requiere de una cantidad importante de energía para procesar y digerir los distintos alimentos y nutrientes.
Si tenemos en cuenta que la carne y la grasa se digieren con mayor facilidad que los vegetales, no se requeriría de un intestino tan largo como el de los animales herbívoros, especializado en la digestión casi exclusiva de vegetales. Entonces, podemos deducir que el cambio en la alimentación ayudó en el desarrollo cerebral y la disminución del intestino.
No obstante, hay que tener en cuenta que para el desarrollo del cerebro debían cumplirse ciertas condiciones que sólo podían cumplirse si se vivía en una zona determinada, es decir, el cerebro requiere de ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga que el organismo produce de forma insuficiente y se requieren incorporarlos a la dieta. Los alimentos encargados de proporcionar estos nutrientes son los alimentos de origen acuático. El entorno idóneo por aquel período era el este de África, el valle del Rift con numerosos lagos.
La aparición de Homo sapiens sapiens se produjo casi a la par del último enfriamiento importante de la Tierra, que duró cerca de 15.000 años. Los Homo sapiens sapiens eran más musculosos, tenían un mayor gasto metabólico y su porcentaje de masa magra era superior a la masa magra media de la que disponemos hoy en día.
Gracias al desarrollo cerebral y a las diversas capacidades fisiológicas y bioquímicas adquiridas a lo largo de millones de años de evolución, permitieron sobrevivir a este gran cambio de temperaturas.
Se puede decir entonces que es en este momento donde se afianza la insulinorresistencia. Además, la alimentación era hiperproteica con un aporte de hidratos de carbono muy pobre, limitado sólo por la leche (lactosa), el glucógeno del hígado, algunas bayas y raíces que consumían de forma esporádica además de la ingesta de vegetales predigeridos situados en el estómago de los animales que cazaban.
Ya con la aparición de la agricultura y de los métodos de procesado culinario, se favoreció una alimentación menos radical que las anteriores, aumentando considerablemente la ingesta de hidratos de carbono y moderándose el consumo de alimentos proteicos de origen animal.
Todo esto ha derivado en que poblaciones como la europea, en la que enseguida se afianzó la agricultura y la cría de animales domésticos, hoy en día portan un genotipo que predispone a la insulinorresistencia y a la obesidad por la forma de vida, debido a que con la agricultura se relajó la presión selectiva del genotipo ahorrador en la evolución; mientras que poblaciones que adquirieron este modo de vida más tardíamente todavía presentan el genotipo ahorrador.
Esta hipótesis podría haberse visto verificada por el caso de los nauruanos, habitantes de una pequeña isla en el Pacífico perteneciente a la Polinesia.
En este caso, estos habitantes condicionados por el medio en el que vivían, aislados y obligados a llevar una alimentación como la descrita en el caso de los primeros homo sapiens sapiens considerablemente hiperproteica, sin apenas consumo de hidratos de carbono, se potenció el genotipo ahorrador. Con la llegada de los primeros colonizadores, llegaron también todas las enfermedades asociadas que redujeron considerablemente la población nativa. Poco después, las tropas estadounidenses llegaron con nuevos avances y en materia de alimentación llevaron alimentos nuevos como el chocolate, la bollería o las bebidas azucaradas, entre otros, dando lugar a que en un período corto de tiempo casi el 60% de la población nauruana padeció obesidad, diabetes e incluso comenzaron a ser frecuentes los infartos de miocardio.
Para finalizar, según la medicina evolucionista, el sedentarismo unido al consumo excesivo de hidratos de carbono, generalmente simples, nada tienen que ver con los hábitos adquiridos durante millones de años que favorecieron el desarrollo de capacidades adaptadas para nuestra supervivencia y, por tanto, dichas capacidades nos conducen entonces a la enfermedad.
Con esto me despido, esperando que os haya gustado este breve pero intenso viaje por la historia. Nos vemos en el siguiente post :)
Información extraída de “El mono obeso” de José Enrique Campillo.
Realizado por Tamara Valencia Dueñas
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