Revista Literatura

El gimnasio oficina

Publicado el 07 noviembre 2011 por Migueldeluis
Imagen de un gimnasio

CC –nc –sa –by Yukino Mirazawa

Como Robert Sancheze, no voy al gimnasio y sin embargo hago ejercicio todos los días. ¿Razones? Además de las que ha dicho Robert porque me dí cuenta de que los macro-gimnasios no son muy diferentes a una oficina; y ya tengo bastante de oficina en el trabajo.

No hay más que ver a la gente. Entran apresurados, sólo les falta fichar, se dirigen al vestuario, se cambian y de ahí a la máquina de cardio. Al mismo tiempo observan la televisión mientras una música repetitiva y machacona no les deja escuchar ninguno de los canales que les expulsan los monitores. Algunos se traen su propia música, o su propio mp4, para aislarse.

En realidad están aislados. Hay gente a su derecha o izquierda, pero apenas intercambian algunas palabras. Desconocidos entran, casi desconocidos salen. Después toca circuito, una serie de máquinas una tras otras; de nuevo la persona sola con la máquina, bajo esa misma musica machacona, los dolores de los culturistas y el ocasional entrechocar de las pesas. Nada anima a concentrarse en el ejercicio.

Afuera puede llover, nacer el sol, soplar la brisa. Nada de eso importa al oficinista de gimnasio, sigue viviendo bajo la luz artificial, tratando de atender a mil cosas, al tiempo que hace ejercicio.

Bueno, hay que descansar. Otra máquina, ésta de refrescos, o agua, a un euro, dos, puede que hasta cinco gastado en no-se-cuál producto, cuya marca parece buena. El oficinista de gimnasio se la bebe, y traga alguna barra energética. Una de esas para deportistas, él no lo es, y esa barra tiene más calorías que las que perderá en esa sesión.

¡Ah!, hay una revista en recepción. La toma y se la lleva a la siguiente máquina. Es de piernas y total no pasa nada si lee mientras la usa. Al menos se enterará de algo; si es que la música no le distrae. Eso, sí, anunciación un descuento en una máquina de esas que te puedes llevar a casa. Algo para hacer bíceps, quedará muy bien con la de abdominales, allí, ¿dónde estaba? ¿En el altillo? ¿En el trastero? Bueno, ya se verá.

Deja la revista. Una máquina más, le miran, acelera un poco, arriesgando una lesión, pero es que le están mirando y no quiere hacer el ridículo. Por fin se van, en realidad tampoco le estaban mirando. Llega a las últimas máquinas mirando al reloj. ¿Cuánto llevo? ¿Dos horas? ¿Cómo? ¡Me voy a perder Serie-Que-Repetirán-5! Nuestro oficinista de gimnasio va raudo a la ducha, se asea, charla con un amigo. Corriendo, su primer ejercicio honesto en este tiempo, tomo su coche y vuelta a casa, rumbo al sofá.

una alternativa simple y feliz

Ese oficinista de gimnasio era yo. Pero ya no, hoy, me monto en mi bicicleta y voy tan rápido como me den las piernas, luchando las cuestas y sintiendo el efecto wiiiiiii de las bajadas o tomo una clase de Pilates, en un pequeño estudio, en silencio, con gente que conozco, concentrado en cada ejercicio. Ahora no me siento en una oficina, rindo más y soy feliz.

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