Fue sin darme cuenta. Al querer agarrar una botella de coñac de la vieja mesa, no vi que justo se encontraba detrás y lo empujé, pero en un acto reflejo pude tomarlo al vuelo. No fue casual. Una vez en mi mano, me quedé pasmado. Hacía mucho que no lo veía. Me senté sin salir de mi asombro. No podía sacar la vista de mi mano izquierda, que era con la que lo sostenía habitualmente y el penetrante y dulzón olor a tabaco, al recuerdo de Marcela. Primero su rostro y luego sus manos, sus largas manos, las amadas manos, que en esta habitación amasaron la arcilla, extendiéndola, para luego envolverla sobre sí misma y crear lo que llamé “Obra de arte en espera”, que hoy estaba sosteniendo.
-Parece una serpiente-recuerdo que le dije-
Me contestó riendo:
-No, es la base, ves que enrollándolo toma mas firmeza-
-¿Qué es?- insistí-¿Un laberinto?
-¡Ya vas a ver!-afirmó-
Aquella tarde, recuerdo que nos hablamos todo sobre las diferencias de mandalas y laberintos y ambos recorrimos en secreto y sin mesura miles de meandros y sinuosidades. El poco tiempo con el que disponíamos para encontrarnos, nos permitía un apasionamiento sin reservas. Concientes de lo fugaz, enfrentábamos los momentos con el temor de que la fatalidad sobrevolara nuestro delirio, despedazándolo, aniquilando nuestra pasión que perfora hasta lo más profundo, saltando con la camisa en llamas, de estrella en estrella, destellando e iluminando sin límites, sin velos, ni máscaras, desollando nuestro pelaje.
-¿En espera de qué? – preguntó-
-De eso, de serlo-
-Es tu regalo de cumple-afirmó-¿Te gusta?
-¿Por qué tres huecos? ¡Somos dos!- inquirí- ¡Tres es multitud!
-Lo externo-respondió irónicamente con una sonrisa-
-¿Las cenizas?-pregunté inquieto-
Contestó con una sonrisa.
No nos conocíamos mucho. Los dos estábamos en Exactas. Nos veíamos semanalmente en mi departamento, compartíamos muchas cosas en común y omitíamos otras. La tarde que dejó la nota bajo “La obra de arte a la espera” supe que la amaba. Sin mayores explicaciones decía que por razones ajenas se iba a Londres, que me quería y me dejaba un beso.
Busqué durante todo el tiempo saber sobre ella. Lo supe más adelante. En una lista de personas condenadas figuraba su nombre. No dejé de indagar ni de pensar en ella, desparramando cenizas dentro y fuera del cacharro. Como pude terminé la carrera y en un esfuerzo mayor deje de fumar. En dos días iba a Londres por una beca que había ganado. Recorrí todas las posibilidades que me llevaban hacía ella.
El axioma de Kurt, me invadió inesperadamente “Dos puntos que giran en forma aleatoria en un espacio infinito, tienen la posibilidad de encontrarse en el mismo no antes de que trascurran dos unidades Berr”
Bebí mi coñac, esperando que el axioma de Kurt también se realice en la finitud. Recordé que una unidad Berr, correspondían a tres años.
Pasado mañana se cumplían seis años del día que encontré la estela bajo mi obra de arte en espera, que sostenía en la mano y que me acompañaría al encuentro.
Jorge Cuman mayo/ 04