Revista Diario
Leía, a raíz de la muerte de un político español del que todo el mundo destacaba que había sido un gran estadista, un tuit que decía algo como que el estado per sé no existe más allá de sus personas, de modo que un buen estadista sólo podía ser alguien que estuviera preocupado por ellas y no por los intereses creados, por el estatus quo, por las instituciones, ni por tapar la porquería que toda macro organización genera. Un buen estadista sólo respondería a una buena persona.La explicación, mucho más brillante que la mía, más corta y contundente (he buscado el tuit y he sido incapaz de encontrarlo), me pareció extraordinaria por su capacidad de extrapolación. Es decir, si cambiamos la palabra estado por cualquier otra organización nos daremos cuenta que funciona igual. Un gran empresario, un gran directivo, un gran alcalde, un gran ingeniero, un gran capitán, ninguno de sus escenarios existen por sí mismos, no hay empresa, ciudad, proyecto, equipo o comunidad de vecinos que se aguante más allá de la gente que la forma.
Inmediatamente me vino a la cabeza la parte empresarial del asunto, y una frase que siempre me ha causado mucha gracia cuando te sueltan una perorata y lo justifican como “lo ha decidido la empresa…”, como si la empresa fuera un ser atemporal e incorpóreo con un talento especial para decidir sin asumir responsabilidades. La “empresa” no existe, son las personas que la forman quienes sí existen y toman decisiones y hacen normas, como en un ayuntamiento, un gobierno o un equipo de fútbol. Y no me refiero con esto a los estatutos o leyes para el correcto funcionamiento del grupo, sino a la toma de acciones que después se esconden bajo la premisa de “el grupo ha decidido”, “la empresa ha decidido”, “el país ha decidido”, no señores, quien ha decidido es la persona que ha decidido y si su medida es buena la defenderá como propia y si es algo que atenta contra los demás la ocultará tras la barrera del anonimato grupal.
Por eso pienso que es tan importante escoger para los puestos de dirección de cualquier organización a buenas personas.
No tengo idea de si el señor en cuestión era o no un gran estadista, ni siquiera si era un estadista mediocrillo, no lo sé porque nunca tuve la oportunidad de conocerle, pero a lo largo de mi vida profesional sí he conocido a otros grandes estadistas, empresarios, directivos y personalidades entre los cuales he visto a algunos perseguir sus encomiendas sin joder al prójimo y a otros hacerlo a través del “jodimiento” continuo y tenaz del mismo. No sabría decir con cuántos de cada categoría me he cruzado, pero sí puedo afirmar que he intentado pertenecer siempre a los primeros y me han producido un asco tremendo los segundos.
En mis equipos de trabajo he primado siempre las buenas personas antes que las sólo eficientes, pues estoy convencido de que a la larga una organización avanza más impulsada por la empatía, por buscar caminos de colaboración y bienestar del prójimo que por las habilidades individuales mal entendidas. ¿De qué sirve ser el mejor analista si nadie te quiere, de qué sirve ser un crack si al final juegas solo, qué aporta un gran estadista cuya habilidad es confabular en las sombras y esconder sus malas acciones en el anonimato del grupo, qué beneficio se obtiene de ser un canalla que especula en los pasillos y mete cizaña en cada rincón aduciendo a vaguedades aunque sea una máquina calculando presupuestos?
Por desgracia, en todos los espacios de la vida hay tipos o tipas de estos que tiran la piedra, esconden la mano y por respuesta dan que la piedra la han tirado porque “la empresa/estado/equipo lo ha decidido”. No cabrón/a, la piedra la has tirado tú y esconderte no te hace un buen director, te hace un miserable, por eso es importante rodearse de buenas personas que tiendan sus manos para ayudar y señalar el camino, no para lanzar piedras y esconderse cual lombrices en la anónima tierra común.
Un gran estadista no es aquel que llama a un comisario para que espíe o destroce a un rival político, ni un gran jefe es el que aprovecha su cargo para abusar sexualmente de quien necesita un trabajo como no es un gran director aquel que descuelga el teléfono y presiona a un tercero para que despida a alguien que no le cae simpático. Esas acciones no se corresponden a grandes estadistas, son propias de grandes miserables.
Y no hablo de andar con el lirio en la mano, se puede ser contundente, firme y decidido sin llevar flores en el pelo cuando vas a San Francisco. Lo que quería decir, que ya me he vuelto a enrollar como una persiana vieja, es que defender malas actitudes tras el biombo del anonimato grupal no es ser un buen estadista, pues la única forma de ser bueno en algo es sencillamente siendo bueno.