Comentario
Tratar sobre El Greco en una obra de estas características podría resultar pretencioso, pero hay que hacerlo aun en detrimento de la obra de otros artistas no por menos conocidos menos valiosos. Tan intensa, tan rica es su obra. Afortunadamente hemos de ceñirnos a su actividad como retratista pero ello no resta esfuerzo a la hora de comentar, elegir y poner en su lugar una serie de retratos de su mano que, alejados de la Corte, se cuentan entre los más sugerentes en el tránsito del siglo XVI al XVII.
La trayectoria vital y profesional de El Greco es sobradamente conocida, dada la cantidad ingente de literatura artística a él dedicada, pero convendría recordar algunos hitos que justifican de algún modo su particular manera de hacer. Nacido en Creta en 1547, emigra pronto a Venecia, principal foco de actividad artística ligado a su ámbito cultural. Allí se pone en contacto con los principales pintores de la Serenísima, entre ellos Pietro Maraschalchi y, sobre todo, Tiziano y Tintoretto.
Hacia 1570 marcha a Roma y allí permaneció hasta 1576. Se creó muy mal ambiente artístico con sus agrias apreciaciones sobre los manieristas romanos, entre ellos el propio Miguel Angel, y pese a la protección que le brindaron algunos humanistas como Julio Clovio, prefirió exiliarse aprovechando la atracción artística que suponía la erección de El Escorial. Por desgracia su obra, brillante, demasiado pictórica, no gustó a un Felipe II acostumbrado en la Corte a los retratos de Sánchez Coello o a las composiciones religiosas de Navarrete El Mudo.
Además, rondaban por allí artistas como Zuccaro, Tibaldi o Cambiaso, precisamente el tipo de pintores que El Greco detestaba. Ya había trabajado con éxito en Toledo -en 1577 y en Santo Domingo El Antiguo- y allí regresa, creándose una clientela entre eclesiásticos y algunos particulares que le proporcionó trabajo hasta su muerte, en 1616, siendo tan así que hubo de organizar un nutrido taller.
El capítulo del retrato en la obra de El Greco no es muy extenso pero importante. Todavía estando en Roma, Julio Clovio escribe al Cardenal Farnesio recomendando al joven cretense en estos términos: "ha pintado un autorretrato que ha causado asombro a los pintores de Roma". Desafortunadamente el autorretrato no ha llegado hasta nosotros, pero podremos hacernos una idea contemplando el retrato que le hizo al propio Clovio, del Museo de Nápoles. En fechas próximas e incluidos en una Expulsión de los mercaderes del Templo, del Museo de Mineápolis, están los retratos de Tiziano, Miguel Angel, Julio Clovio y probablemente Rafael. Todos ellos nos hablan de un venecianismo no asumido.
El Caballero de la mano en el pecho, considerado popularmente como el mejor retrato de El Greco, no creo que deba apreciarse como tal. Hemos de tener en cuenta que se trata de uno de los primeros que El Greco realiza en Toledo a fines de la década de los 70 y ello le resta gran parte de la fuerza pictórica que tendrán los retratos más tardíos. No deja por ello de ser un retrato hipnotizante en su extremada melancolía pese a tratarse presumiblemente de un hidalgo en el momento de adquirir la condición de Caballero. Eso justificaría, según se ha dicho, la actitud de la famosa mano y la presencia de la espada.
El estudio de la composición completa del Entierro no atañe a nuestro interés pero sí en grado sumo el retrato múltiple, casi corporativo, que separa el plano celeste del terreno. Aprovechando este viejo recurso narrativo, El Greco nos ofrece una serie de retratos con isocefalia casi bizantina y quizás por ello poco articulada. Pero vistas las cabezas una a una, nos hallamos ante la colección de rostros personalizados más amplia de la pintura española. Se han hecho hipótesis y polemizado sobre ellas, en cuanto a la identidad de los retratos, hombres todos ellos importantes sin duda, pero poco dato seguro hay al respecto. Parece cierto, sin embargo, que los dos personajes de barba cana enfrentados sobre el grupo funerario fueran Antonio y Diego de Covarrubias, hijos del arquitecto. Esto podría afirmarse porque se conservan sendas pinturas de El Greco que los retratan. Datado el cuadro toledano hacia 1587, no cabe duda de que, al menos los retratos están más cerca del Caballero de la mano en el pecho que del Anciano Caballero que tratamos arriba.
Los retratos más tardíos de El Greco no sólo demuestran que nunca decayó su técnica, sino que se fortaleció en muchos aspectos, como se advierte en los dos últimos retratos que vamos a comentar. El deGerónimo de Cevallos (Museo del Prado) presenta una técnica tan radicalmente suelta que hizo pensar que el lienzo se encontraba en mal estado, pero no es así. Transparencias, veladuras y brochazos son recursos totalmente voluntarios para conseguir frescura dentro de la sobriedad, que comunica perfectamente con el personaje. Ese mismo efecto produce el majestuoso retrato de Fray Hortensio Félix Paravicino (Museo de Boston). Este literato y predicador real no tenía por qué presentar un aspecto tan terrible. Escribió poemas líricos y hasta una comedia, pero no cabe duda de que llevaba dentro la terribilitá y El Greco supo encontrársela. Es un retrato casi de cuerpo entero, sentado sobre un sillón de terciopelo verde y con libro y breviario en la mano. Libros, sillón y vestimenta de trinitario, ampulosa y compleja de pliegues, no hacen más que acentuar la intensidad del rostro, pero le da una monumentalidad pocas veces vista en la retratística del cretense. Estos dos retratos son tan tardíos que se fechan ajustadamente hacia 1610, seis años antes de la muerte del artista.
Una personalidad tan arrolladora y tan contradictoria, una vida larga y muy vivida y una obra tan personal difícilmente podría crear escuela. Su hijo Jorge Manuel Theotocopoulos fue quien contribuyó a los tópicos de escuela de o taller de estereotipando las maneras de su padre hasta casi la caricatura. No ocurre lo mismo con Luis Tristán, de quien consta que obró en el taller de El Greco a última hora y que es artista que recoge cierto influjo del maestro pero orientándose, afrontando poco el retrato, hacia formas más naturalistas propias del primer barroco.
Fuente: http://www.artehistoria.jcyl.es/v2/contextos/7705.htm